En La Cueva, Barranquilla, con Ariel Castillo Mier y
Heriberto Fiorillo y otros amigos
|
Heriberto Fiorillo (de pie), Sebastián y Ariel Castillo |
Vine a Barranquilla porque me dijeron que acá podía presentar mi libro, una tal Breve historia de la
narrativa colombiana. Me puse en contacto con Víctor
Pacheco quien a su vez me dejó en manos de Heriberto Fiorillo, el director de La
Cueva y del Carnaval de las Artes. Fiorillo se disculpó porque estaba a puerta
cerrada preparando un largo informe sobre el bicentenario de Barranquilla para El Tiempo (véase La ciudad soñada). Y me ofreció generosamente
el espacio de La Cueva para el jueves 2 de abril a las 6 de la tarde,
proponiendo que mi libro fuera comentado por Ariel Castillo Mier, el crítico con mayor conocimiento de la
narrativa de la Costa, uno de los países que tiene Colombia y acaso el
principal y más definitorio. Porque si las las cosas se definen por sus
contornos, los países se definen por sus costas y por sus ríos -y pienso aquí
en un estupendo ensayo del profesor Castillo sobre la narrativa del río
Magdalena: La
prosa del río.
Que
la presentación de una Breve
historia de la narrativa colombiana sea
en La Cueva, sitio que a mediados del siglo XX servía de reunión para el Grupo
de Barranquilla, tiene mucho de simbólico. En mi ensayo exalto a aquellos
intelectuales sin corbata que rompían con el prejuicio de que en clima caliente
no se puede leer ni escribir. Que advirtieron que encerrar la cultura en un gran centro
absorbente es condenarla a formalidades absurdas, como en 1934 se dio cuenta
Eduardo Zalamea en Cuatro años a bordo de mi mismo, narrando su
viaje de Bogotá a La Guajira, y en 1945 Germán Arciniegas en Biografía
del Caribe, un poema ensayístico que compara al Caribe con el
Mediterráneo. Sobre la importancia histórica de La Cueva, Ariel Castillo
recientemente reseñó las Crónicas
sobre el Grupo de Barranquilla, primero y único libro de Alfonso Fuenmayor.
Insiste allí en que «la vida cultural colombiana accedió a la plena
modernidad en la narrativa, el periodismo y las artes plásticas, con las obras
vivas de un grupo heterogéneo de artistas, de diversas edades y procedencias y
formación, entre quienes sobresalen José Félix Fuenmayor, Alfonso Fuenmayor,
Germán Vargas, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas
Herazo, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Cecilia Porras». Todos ellos
eran calentanos (como llaman en Bogotá a quienes somos de climas templados) que
leían, pintaban y escribían en el trópico ardiente.
La Cueva renació en 2002 gracias a las gestiones Heriberto Fiorillo, gran
periodista cultural y autor de una biografía famosa, Arde Raúl, sobre la
trágica vida del poeta Raúl Gómez Jattín. Faltando cinco pa’ las seis Dianis y
yo estacionamos frente a La Cueva. Entramos. Entre los primeros asistentes
estaban Sarelys Avendaño Escobar y Erick Ramos Hernández, dos estudiantes de
Filosofía de la Universidad del Atlántico a quienes conocimos en Medellín
durante el I Congreso de Historia Intelectual de América Latina (septiembre,
2012). En el interior de La Cueva nos extasiamos ante un cuadro de Alejandro
Obregón con dos tiros en su lienzo. Un par de bebidas nos espiritualizan.
Pasamos al salón a sentarnos con el profesor Ariel Castillo Mier.
Ariel
Castillo ha estudiado también la cuentística de Marvel Moreno, en especial los
primeros cuentos. Consultando otros escritos de Marvel, la reina de belleza de
Barranquilla que dio en escritora, Ariel se encuentra con una entrevista que
dio a Jacques Gilard. En ella, Marvel Moreno subraya uno de esos secretos de la
cultura (y secretos de esos secretos) sobre Barranquilla. «En Barranquilla
todo desaparece: la humedad y el comején corroen libros, objetos, muebles: las
casas se abandonan o se derrumban solas. No existe la sensación de perennidad
que emana de las ciudades europeas; ningún rastro de los hombres que trabajaron
para crear el mundo en el cual nacimos». Parte de esta impresión aún
sigue siendo cierta si leemos los regodeos que la destrucción implacable del
trópico suscita en la narrativa de Álvaro Mutis (otros de los autores
colombianos predilectos del profesor Castillo). ¿Tiene entonces algo de cierto
el vaivén de esplendor y miseria -aun en términos intelectuales- a que están
sometidas las ciudades del trópico-trópico? Tal vez. Lo cierto es que la
sustancia primigenia de la cultura reside en domeñar nuestra naturaleza
implacable. A pesar de que no abunden las librerías ni los cafés literarios, ya
en Barranquilla late la cultura por el solo hecho de estar levantada al
lado de la desembocadura de un río gigantesco-color de león y de un mar
espumoso, sitio impensado durante la colonia española y casi inaccesible para
los antiguos pobladores. Su éxito comercial y mercantilista eclipsa -y
parece negar- cualquier esplendor cultural por el prejuicio de ciudad fenicia.
Pero Heriberto Fiorillo al recuperar el sitio de La Cueva como oasis cultural
de Barranquilla, aun frente al desdén del propio García Márquez, demuestra esos
latidos culturales. Hablamos de la comunidad del esfuerzo, como decía Alfonso
Reyes, aun más, comunidad de la emoción intelectual por conservar un lugar y
dotarlo de misticismo laico (la cultura es eso). Y todavía más: comunidad del
pálpito de dialogar con Ariel Castillo, a través de la historia literaria,
sobre autores que en esta tierra de mar, ciénaga y río escribieron obras de
belleza, engendradoras de eternos goces.