No hay estaciones en Colombia. Pero si hay estaciones en la historia, y al parecer hay una primavera en la colombiana. El polen empieza a levantar muchos estornudos y muchas alergias, muchos paros y levantamientos y protestas de campesinos. Lo curioso es que han merecido el apoyo de la clase media de las ciudades y aun de las clases acomodadas.
¿Se trata del comienzo de una Revolución? No, el pueblo colombiano podrá ser muy apasionado pero ante todo es reaccionario. Mejor. Hace uno cuantos días el Estado y las Guerrillas colombianas negociaban sabrosamente entre enemigos, fumando habanos en Cuba, la isla comunista, y toda la atención de los grandes medios se dirigía a las peticiones de esos criminales -los jefes guerrilleros- que en nada representan las peticiones de la gente trabajadora, de los campesinos y menos de la clase acomodada cuya comodidad nunca ha sido regalada sino que ha sido fruto del trabajo permanente -oficio que desconoce el actual Presidente.
Viendo a los jefes guerrilleros y a los enviados del Estado charlando graciosamente recordaba la lección de Cicerón: ¡con qué facilidad se entienden siempre entre sí los canallas poderosos, por muy enemigos que parezcan! Por lo visto el Estado colombiano le tiene más temor a su clase media -a sus campesinos y trabajadores y aun a su clase acomodada- que a sus enemigos, las guerrillas.
En el paro campesino y agrario el presidente Santos del campo sólo sabe de los de golf. No ve la realidad directamente sino a través de una camarilla de servidores. Y esos servidores -ministros, asesores, periodistas de grandes medios– son aun más perversos que él.
En simpatía por el paro campesino me acuerdo de un escolio de Gómez Dávila: «no me siento un intelectual moderno inconforme sino un campesino medieval indignado». Y también otro: «Toda revolución agrava los males en contra de los cuales estalla».
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