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Venezuela ha vivido bajo la improvisación. Entre tiranías. Pocas décadas ha conocido de democracia.  En 1922, siendo rector de la Universidad Nacional de México, José Vasconcelos se atrevió a desafiar la política internacional de su país (la de la no-intervención) al pronunciar un discurso en contra de la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuyas acusaciones parecen coincidir con la del tiranuelo de turno:

“Allá tenéis –añadí alzando el tono– al pueblo de Venezuela, pisoteado por un déspota imbécil y ramplón, cruel y deshonesto; es dueño de media república y tiene en la cárcel o en exilio a todos los patriotas. Ya que no podemos hacer contra él otra cosa, tomad una bandera de Venezuela y llevadla a pasear por las calles, para que flote libre en México, en tanto pueda hacer lo mismo en su nación. Un silencio de estupor llenó la sala; luego, enardecidos, surgieron los vivas, los aplausos, los gritos; la asamblea se disolvió y como por hilo eléctrico circuló la consigna en las escuelas […] gritando mueras a Juan Vicente y vivas a Venezuela. [José Vasconcelos, El desastre, FCE, 2002, pp. 28-29]

 

En Venezuela acaba o empieza Suramérica, y en los extremos todo se recrudece. Acaba, por ejemplo, la cordillera de los Andes que viene cabalgando desde Chile y se parte en tres al entrar a Colombia. Empieza, digamos, la plataforma continental a través de las bocas del río Orinoco (en cuyo subsuelo hay reservas de crudo para doscientos años), o en la península de Coro y de La Guajira que juntas dan cabida al Golfo y al Lago de Maracaibo.

Las noticias de Venezuela producen vértigo y para quien no quiera marearse en aquel torbellino o remolino político del continente le recomiendo leer Comprensión de Venezuela, el estupendo ensayo del gran intelectual venezolano Mariano Picón Salas (1901-1965).    Si la historia suele dividir los pueblos en sedentarios y nómadas, Picón Salas observa que su país es ante todo errante; de ahí su espíritu inquieto. Desde 1777 las reformas de Carlos III elevaron a Venezuela de la condición de provincia (primero lo fue de la Audiencia de Santo Domingo y más tarde del virreinato de la Nueva Granada) a la categoría de Capitanía General, cuya comandancia militar con sede en Caracas dio a esta tierra un talante más marcial, militarista, en contraste con el ambiente señorial o cortesano que se respiraba en Bogotá, Lima o Ciudad de México. No es de extrañar que tres de los principales generales de la independencia sudamericana, Miranda, Bolívar y Sucre, hayan sido venezolanos.

Picón-Salas observó que la historia de la humanidad está regida por el conflicto entre la voluntad de poder y la voluntad de cultura, es decir, por las fuerzas de derroche y destrucción (poder), frente a las fuerzas de creación y conservación (cultura). Una vez que venció a los ejércitos realistas cerca de Bogotá el 7 de agosto de 1819, Bolívar descuidó la necesidad de acudir a una voluntad de cultura y, en su lugar, persistió en la voluntad de poder. Prescindió de la ciencia política y jurídica que pudo prestarle su coterráneo Andrés Bello (entonces exiliado en Londres), con quien siempre mantuvo una relación «fría». Y en lugar de concentrarse en la consolidación de la Gran Colombia, fundando instituciones o universidades modernas en Bogotá o Caracas, Bolívar se expandió hasta el Alta Perú y fundó un país con su anagrama, Bolivia. En adelante, el derroche de fuerzas bajo el caudillismo utópico de una unidad bolivariana, bajo el santo que hace milagros, continúa hasta la fecha de hoy en la poca desacralizada sociedad hispanoamericana

 

Es difícil conseguir una edición de Comprensión de Venezuela (hay una edición con prólogo de Hernando Téllez, Aguilar, Madrid, 1955; incluido también en Suma de Venezuela, introducción y selección de Guillermo Sucre, ed. de Christian Álvarez, Monte Ávila Editores, Caracas, 1988). No creo que ninguna la haya reeditado el “gobierno bolivariano”: no le conviene porque Mariano Picón Salas siempre recomendó “protestar contra la estupidez y la bestialidad [que] enceguece de pasión elemental a pueblos y gobiernos”. Padeció la historia extrema de su país, y el régimen de Juan Vicente Gómez lo expulsó al extremo sur del continente, a Chile. También vivió en Colombia, en Cartagena, donde se documentó y escribió una estupenda biografía de San Pedro Claver, que inspiró Los cortejos del diablo de Germán Espinosa.  

No se puede comprender Venezuela sin Colombia. Y viceversa. La comprensión de un país lleva necesariamente a la comprensión del otro hasta el punto de comprender a la humanidad entera. Para ello se necesita escapar de tanta argumentación equivocada contraria a la lógica más natural, de eternos alegatos, de la repetición de la repetidera, de dar mil vueltas a lo que no tiene complejidad por simple y obvio. Venezuela al menos grita, gesticula, atrae los ojos del mundo. Para cualquier comprensión se necesita, según Picón Salas, y con esto termino:

“[…] la calma necesaria para leer, pensar y decidir […] acaso no se modifique radicalmente la Humanidad, pero se habrá hecho más diáfano, al menos, el trato y la comprensión de los hombres”.

 

 

 

 

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Dr. Profesor-investigador universitario, autor de algunos libros sobre crítica e historia literaria y de las ideas. E-mail: spineda@colmex.mx Imagen: pintura de Yolanda Pineda

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