Reseña de Negroides, simuladores, melancólicos. El ser nacional en el ensayo literario colombiano del siglo XX. Efrén Giraldo (Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2012).
Para quienes estemos interesados en el ensayo hispanoamericano en general y colombiano en particular, este libro de Efrén Giraldo señala un matiz sumamente clave: el anhelo de cinco ensayistas por expresar –por interpretar– la difusa y variopinta identidad colombiana.
En efecto: tal fue la obsesión de Armando Solano (1887-1953), Fernando González (1895-1964), Luis López de Mesa (1884-1967), Cayetano Betancur (1910-1982) y lo es, en nuestros días, de William Ospina (1957).
El análisis de Efrén Giraldo, doctor en Literatura por la Universidad de Antioquia, es riguroso desde el punto de vista formal al señalar el estilo, los recursos expresivos y el poder de cada ensayista para generar conocimiento a través de imágenes o metáforas. No lo es, en cambio, desde el punto de vista temático. Hubiéramos querido mayores comentarios de su rechazo, afirmación o actualización de las ideas tan controvertidas de Fernando González, Cayetano Betancur o de William Ospina, por ejemplo, a la luz de la historia y de nuestras nuevas realidades.
Pero no pasa nada: el primer paso es siempre mejor que sea filológico, apegado al texto. Luego, cada quien se aventurará a mayores comentarios. Empecemos hablando, uno por uno, de los cinco ensayistas analizados.
1) Armando Solano
De los textos del ensayista boyacense Armando Solano, compilados en el libro Paipa mi pueblo y otros ensayos, Efrén Giraldo analiza especialmente “La melancolía de la raza indígena”. Dice que Solano sólo logró señalar el problema indígena como “visión” (p. 78), es decir, como una enunciación, dejando las soluciones en manos de políticos y reformadores, “pues son ellos quienes tienen la tarea de convertir en acción lo que es solo ademán, gesto literario” (p. 63). Me pregunto si no perdura este gesto literario –romántico o lírico– en William Ospina cuando habla de Hölderlin y los U’wa, en oposición a que la petrolera Oxi extraiga la sangre de sus dioses.Hay un anacronismo en la visión de los vencidos, en la melancolía indigenista. De ahí que Efrén Giraldo celebre el tono y la forma de este tipo de ensayos, pero no su fondo: anquilosado, según él, “en una actitud terrígena ya superada” (p. 82). Tiene razón.
Por eso me sorprende su afán de equiparar este texto de Solano, “La melancolía de la raza indígena”, con dos textos de Alfonso Reyes: “Notas sobre la inteligencia americana” (1936) y Visión de Anáhuac (escrito en 1915; publicado, 1917). La equiparación está, según él, en la “solidez conceptual, poder metafórico y dominio sobre la imagen.” (p. 61). No hay tal. La solidez conceptual de Alfonso Reyes está muy por encima del lirismo o anacronismo indigenista. Además, Reyes consideró absurda la perpetuación de la tradición indígena y hasta consideró el indigenismo de su tiempo como una charlatanería (véase su Discurso por Virgilio, 1932).
No. Armando Solano fue un grisáceo periodista boyacense a quien a ratos le sonaba la flauta del ensayo literario. Él mismo lo admitió a la hablar de generación, la del Centenario, que no propuso novedades y siguió en las viejas formas del bipartidismo decimonónico. “Yo diría que la generación del Centenario –decía– fue mediocre […] fue democrática, que vale lo mismo que confusa y desordenada, impropia para el brillo solitario de las eminencias, que no han podido sustraerse a la inquietud colectiva.”[1]
2) Luis López de Mesa
Efrén Giraldo me ha ayudado a mirar con otros ojos a Luis López de Mesa, a quien despaché en pocas líneas en mi Breve historia de la narrativa colombiana. Este ensayista oriundo de Santa Fe de Antioquia, estudiante de la Universidad de Harvard y luego Canciller en el gobierno de Eduardo Santos, publicó en 1934 un ensayo polémico: De cómo se ha formado la nacionalidad colombiana (1934). Más que sus tesis, Efrén Giraldo celebra su sintaxis plástica, su prosa musical y “llena de ricos matices y declinaciones rítmicas que parecen obedecer a los diferentes alcances de una palabra que a la precisión argumentativa”. (p. 94). Puede ser.
Yo sólo veo que, a pesar de ciertos determinismos raciales que en su gestión de canciller lo llevaron a rechazar el asilo de judíos, López de Mesa había advertido el peligro de la excesiva mentalidad jurídica de la élite bogotana. Se nota en De cómo se ha formado la nación colombiana al cuestionar el legado del prócer Antonio Nariño, cuya traducción de Los Derechos del hombre volvieron lo jurídico y lo constitucional una suerte de folclore.
3) Fernando González
Por esos mismos años otro ensayista de origen antioqueño, Fernando González, gritaba con ardor algo parecido en sus escandalosos ensayos novelados que empiezan con Viaje a pie (1929) y terminan con Santander(1940). Mi preferido es Don Mirócletes (1933), en donde se desdobló en Manuelito Fernández, y comenzó a retratar al hombre medio de Medellín y Bogotá aquejado por una sociedad tutelada por doctores y poetas, con muchas escuelas y poca “vitalidad”. Y en busca de esa vitalidad Manuelito Fernández solo deseaba ir a Venezuela para estimularse con la memoria de Bolívar, a quien en ese momento encarnaba Juan Vicente Gómez. Dos años después Fernando González tocaba las puertas del dictador en Caracas, y le entregaba su libro Mi compadre (1934), en homenaje a esa vitalidad (¿tiranía?) tropical. Nunca se arrepintió.
Ignoro por qué Efrén Giraldo se detiene tanto en Los negroides (1936). Es el libro más sin sentido de Fernando González, en donde éste sostiene cosas tan estúpidas como que hay que “dejar de leer a los veintiocho años” o que Colombia es un país pacifista y que sus campesinos ignoran la guerra.[2] Eso es desconocer que, tan solo en el siglo XIX, los campesinos colombianos libraron más de 30 guerras civiles. No lo acusemos ya de no haber vislumbrado las guerrillas y paramilitares del presente.
Con todo, según Juan Guillermo Gómez, Los negroides sigue siendo uno de los libros más solicitados en las bibliotecas públicas de Medellín.[3] ¿Qué seducirá tanto de este ensayo? Abramos al azar una de sus páginas y leamos lo siguiente:
“Colombia produce hombres estudiosos, lectores, muchachos juiciosos. Ningún país más inducido. Toda teoría es recibida, toda ley y todo libro es plagiado. No hay revoluciones. Leen, hablan y hablan como si estuvieran rotos. ¿Es esto prometedor? Lo prometedor es la vitalidad, muchachos que tiren piedras, que maten pájaros y que no respeten al maestro.”
¿No es irrisorio? Me pregunto qué hubiera pensado Fernando González si, de haber vivido hasta finales del siglo XX, hubiera visto cumplido esa promesa en la “vitalidad” de los sicarios de Medellín que ya no sólo tiraban piedras, sino que disparaban sus miniuzis, mataban por ver caer y no respetaban a nadie. Qué hubiera pensado al leer a su tocayo Fernando Vallejo decir lo contrario pero con la misma retórica? “Colombia produce mafiosos, políticos corruptos, muchachos sicarios. Ningún país más desarraigado y menos estudioso de su pasado”. Pero nada de esto rechaza o actualiza Efrén Giraldo al exaltar Los negroides.
4) Cayetano Betancur
Cayetano Bentacur, un profesor de Filosofía y Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, publicó en 1955 su ensayo Sociología de la autenticidad y la simulación. La segunda parte del libro se titula “Sociología de las virtudes y los vicios. Dos regiones de Colombia: Antioquia y Bogotá”. En ella, basado en la filosofía de Kant, Cayetano Betancur empieza por explicar que el catolicismo admite la santidad tanto por suave deslizamiento (temperamento) como por duro combate (carácter). También el discurrir político, según él, admite estas dos tendencias, y en Colombia dos regiones operan bajo esta lógica: Bogotá, temperamento; Antioquia, carácter.
Yo creo encontrar aquí todo un problema político de nuestro tiempo: el duelo entre la élite política antioqueña (Álvaro Uribe) y la bogotana (Juan Manuel Santos).
Sin embargo, nuevamente lamento la timidez de Efrén Giraldo para actualizar las ideas de Cayetano Betancur en torno al carácter sociológico de Bogotá y de Antioquia. Incluso lo hubiera ayudado a explicar su condición enunciadora, pues el afán estudioso de Efrén Giraldo proviene de Antioquia, del duro combate, de que en las universidades de Medellín, a juzgar por sus grupos de investigación, haya más interés o curiosidad que en las de Bogotá. Todo esto ya lo encontramos en el ensayo Cayetano Betancur. Igualmente me parece sesgado que hubiera prescindido de la primera parte del ensayo de Cayetano Betancur, donde este hombre dice cosas tan estúpidas como que “nunca tendremos a la mujer jurista o la experta en biología, ni la financista de gran linaje.”[4] Pero comprendo que lo haya dejado de lado, puesto que su énfasis está en el ser nacional, es decir, en la búsqueda de la identidad colombiana.
5) William Ospina
A pesar de que Efrén Giraldo acuse la ensayística de William Ospina de una labor de “reciclaje” (p. 174), a menudo el ensayista y novelista de Padua, Tolima, tira sus dardos y pega en el blanco. Lo hizo en su reciente columna de El Espectador, “De dos males” (junio 1, 2014).
Ignoro si William conoce el ensayo de Cayetano Betancur, pero sigue su lógica del duro combate y el suave deslizamiento. El gobierno de J. M. Santos se ha caracterizado por un suave deslizamiento según el cual, si hace bien o mal, no sabemos si lo hace con eficacia. El gobierno Uribe se caracterizó por el rudo combate, por su eficacia –por más que hiciera el mal. Juan Manuel Santos hace alianzas con todos –es experto en peinar el bien y el mal, por usar otra figura de Fernando González– sin ser nunca responsable de nada. En cambio, según Ospina, sabemos a qué atenernos con Uribe y su nuevo heredero Óscar Iván Zuluaga, pues “si hablan de guerra, hacen la guerra; si odian a la oposición, no fingen amarla.”
Conclusión
Hubiera querido que, en lugar de darle el status de ensayo a los discursos folkloristas de García Márquez, “La soledad de América Latina” y “Por un país al alcance de los niños”, Efrén Giraldo analizará otros ensayos-ensayos. Aunque lo mencionó, no analizó para nada Biografía del Caribe (1945) de Germán Arciniegas. Este libro me parece el preludio ensayístico de dos de las mejores novelas colombianas de la segunda mitad del XX: Cien años de soledad (1967) y La tejedora de coronas (1982). Ambas suceden en nuestra Costa Caribe, una geografía, por cierto, que parecieron desconocer Armando Solano en su “Geografía literaria de Colombia”, y Fernando González en sus Negroides. Lo costeño aparece marginado del ensayo colombiano analizado por Efrén Giraldo. Y un país se define –y también se pierde– por sus costas.
A diferencia de México, yo diría que la tradición narrativa de Colombia ha dicho mucho más sobre su ser nacional que la ensayística. Tal vez una combinación entre ambas podrían dar mejores análisis.