Al reseñar la nueva biografía de José Ortega y Gasset escrita por Jordi Gracia (ver en Libertad Digital) he pensado seguir el procedimiento que recomendaba Alfonso Reyes con humor: someter a un interrogatorio al autor del libro, como en los sistemas judiciales clásicos. De manera que me he puesto en contacto con el biógrafo, Jordi Gracia, catedrático de la Universidad de Barcelona y autor de varios estudios sobre la historia intelectual de España en el siglo XX. Ya lo había conocido en Bruselas, en el I Coloquio de Ensayo Hispánico –Cruces y Encuentros–, en mayo de 2011, y desde entonces me asombró su tono redundante más que incisivo para tratar un tema. De ese tono redundante, no exento de cierta mordacidad, está salpicada la redacción de su biografía. Mi primera pregunta justamente es por qué se sintió apartado de la intimidad de Ortega.
1) Por qué, al final de tu extensa biografía, confiesas: “no he dado con la ruta que lleve a la intimidad de este hombre”. ¿Qué entiendes –le preguntamos directamente– por intimidad?
Jordi Gracia: Dudé mucho sobre si decirlo porque corría el riesgo de que se entendiese literalmente, como ha sucedido con algún lector más: no es verdad que yo sienta eso, pero sí es verdad que la intimidad es escapadiza por definición (como la tuya o la mía). En ese sentido, y después de 700 páginas, sigue escapándose la intimidad de un sujeto que ha sido expuesto durante muchas páginas a la luz mas íntima posible o a la que yo haya tenido acceso. Precisamente por eso el texto final que cito, extraordinario, es la cala en la intimidad muscular del pensador que más me gusta de todo el libro.
2) A juzgar por tus opiniones en otros de tus libros y por tus artículos periodísticos sobre política española sospecho que eres poco admirador de Ortega, o, más bien, poco seguidor de sus ideas y opiniones. No deja de ser curioso el título del artículo con el que antecedes la publicación de tu extensa biografía: “Un maestro tambaleante: Ortega al fondo”. No ha habido entre los lectores de Ortega quien, dependiendo del color político, quede con ganas de aplaudirlo o patearlo. Aunque lo sabes ocultar en el tono de tu biografía, sospecho, en ti, el deseo de hacer lo último. Por eso, dejando el libro a un lado, a «calzón quita’o», como se dice en lenguaje criollo, ¿cuál es tu opinión íntima de Ortega? ¿Realmente está entre tus ensayistas de cabecera?
Jordi Gracia: No, no lo está porque no tengo ensayistas de cabecera. Me desconcierta sin embargo que detectes animo de patear a Ortega. Mi percepción es la de una figura excepcional en todos lo sentidos (por eso digo que no es normal, y no lo es, pero eso no es malo), incluido el de sus defectos o sus taras de personalidad. No afean ni rebajan o dañan la calidad de tantas de sus ideas ni la potencia de un pensamiento estimulante y acuciante, provocador y nunca previsible, atrevido y sin miedo, auxiliado por un don analítico fuera de lo común para en tender a Proust (que le gusta mucho) o para el arte moderno (que le gusta muy poco). El riesgo de abordar de forma integral a una persona es que el resultado de su retrato será no triste, como dices tú, sino antimítico o anti-típico. Es la condición de toda biografía honesta.
3) En A la intemperie. Exilio y cultura en España (Anagrama, 2010) afirmas que, durante la Guerra Civil, Ortega tuvo la certeza de que el mal menor estaba en el bando sublevado, “y privadamente se colocó entre los que celebraron la derrota de la República y la victoria de Franco.” (p. 61). En la página 139 de tu biografía, sin embargo, defiendes a Ortega contra los prejuicios políticos de quienes no lo han leído, y dices: “nada de la actividad política de Ortega de la República y la guerra permite situarlo en las avenidas ni en los arcenes ni tan siquiera en los arrabales de desazonante fascismo alguno, por muy insistente que sea su uso de la idea de nación y unidad, por muy que sean fórmulas que usará una y otra vez y retomarán sus devotos lectores falangistas desde los años treinta.” Quisiera preguntarte si das a entender en este párrafo como «fascista» quien comulgue con la idea de “nación y unidad”?
Jordi Gracia: Ni mucho menos, pero esa sí fuese una de las marcas de fábrica de los fascismos. Y sobre todo el hecho de que en la guerra, donde no hay escapatoria, optase por la victoria franquista no debe llevarnos rutinariamente a creer que se ha hecho fascista. Franquismo y fascismo no son nociones sinónimas, y al igual que hubo fascistas antifranquistas, hubo antifascistas que fueron franquistas durante la guerra por razones de clase, de orden, de religión o todas las razones juntas. Durante la guerra es franquista porque solo se puede ser franquista o republicano. Con la victoria de Franco deja de ser franquista porque ya se puede ser otras cosas e incluso se puede ser cosas cambiantes, como lo será Ortega o lo serán las diversas formas de adaptación a la nueva realidad de los exiliados.
4) En el capítulo 10, “El norte del explorador”, relatas el impacto que tuvo en Ortega la visita del Albert Einstein a Madrid en marzo de 1923. Admites que en El tema de nuestro tiempo, publicado en septiembre de 1923, y Ortega se atrevió a aplicar, en las ciencias sociales, la teoría de la relatividad de Einstein.¿Qué tan actual consideras aquella relatividad de Ortega, expuesta en La rebelión de las masas«, según la cual: “Ser de la izquierda, es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.”? Lo digo pensando en un Ortega tomado por las «derechas españolas» (aunque Ortega sería el primero en saltar ante este «término»), pues tu biografía me parece un intento de acercar a Ortega a las «izquierdas».
Jordi Gracia: No es un intento: es que estuvo entre las izquierdas expresa y confesadamente y luego colonizó intelectualmente un espacio de centro político en que quiso reunir la moderación de derechas y de izquierdas. Esa que citas, además, es sólo una frase y no un diagnóstico real: es una forma de hacer campaña en favor de su partido de la nación que neutralizase las políticas de derechas e izquierdas en una sola política de nación. Pero evidentemente es una ilusión intelectual impracticable en términos políticos, de Estado, en plena sociedad capitalista con clases sociales y donde los privilegios de familia, poder y dinero constituyen una estructura modificable pero sobre todo cimentadora de las desigualdades (que corrige el Estado: por eso fue estatalista pero no totalitario).
5) Edward Said reclamaba, en El mundo, el texto y el crítico, “que un texto es una obra humana que debe ser tan significativamente interesante como su ser.” Este reclamo –esta exigencia– cobra mucho más sentido al tratarse de Ortega, que puso en palabras su vida. Sin embargo, en tu biografía, una de cuyas principales virtudes es el parafraseo constante de los textos de Ortega, no comentas con rigor un libro de Ortega en especial. En la página 159, nos dice que “el libro verdaderamente central y primero de Ortega” fue escrito en 1912, pero es “un libro fantasma y ejemplarmente titulado: Pío Baroja. Anatomía de un alma dispersa, como invenciblemente dispersa es el alma de Ortega.” ¿Crees desafortunado o exagerado lo que hizo Julián Marías en su edición crítica de Meditaciones del Quijote? A mi modo de ver, siguiendo ese rigor filológico, acaso se pudiera penetrar en la intimidad de Ortega. O, más para mi gusto, haciendo lo mismo los textos de El Espectador. ¿No piensas lo mismo?
Jordi Gracia: No, no lo pienso así porque he redactado una biografía y no el análisis comentado o crítico de una obra. Pese a eso, he intentado que el lector se haga cargo del significado de las ideas de Ortega, de sus propuestas centrales en cada libro o cada serie de artículos, aunque el relato de una biografía no es el lugar –o no he querido que fuese el lugar- del análisis minucioso o detenido de una obra. Pero sí el de su interpretación, que creo que es lo que he hecho: sería muy mal libro si el lector no hubiese obtenido una idea suficiente de las distintas ramas y etapas del pensamiento de Ortega en sus diversas modalidades. Y esa es, efectivamente, la mejor de las intimidades, salvada la imposibilidad metafísica de acceder al fondo de intimidad alguna.
6) Por último, llamas al Ortega último, al que regresa tras la Guerra Civil, “maestro tambaleante” por la indignación que provocó entre los exiliados españoles en México, luego de acusar a Alfonso Reyes, en una entrevista para el diario El Universal el 15 de septiembre de 1947, de estar haciendo “gestecillos de aldea”. Aunque el debate merecería otro ensayo cabe preguntarse, ya para terminar, si con “gestecillos de aldea” no le reclamaba Ortega a Reyes el haberse prestado a la propaganda del presidente Lázaro Cárdenas para justificar, con el asilo de intelectuales españoles, la falta de “cultura” del régimen de la Revolución mexicana –es la hora en que México, lo digo tras tres años de estar cursando mi doctorado aquí, todavía vive de esta gloria, como si por otra parte ignorara la cantidad de sus intelectuales auto-exiliados en Estados Unidos o aun en Europa por falta de oportunidades de investigación. El término “gestecillos de aldea”, por otra parte, Ortega lo usó indistintas veces. Lo usó a su primer regreso de Buenos Aires, para criticar la tendencia de los escritores argentinos y el provincialismo de Madrid. Y en el pequeño ensayo “La forma como método histórico”, en El espíritu de la letra, pareció criticar a quienes vivían sumidos en conflictos provincianos (Catulaña vs. Castilla, o indigenismo vs. hispanismo). Dijo Ortega: “Dejen, pues, de ser aldeanos y pónganse a trabajar en las cosas, y no a decidir previamente si fulano es de la derecha o de la izquierda.” En este sentido, teniendo en cuenta que Ortega es de los pocos pensadores en lengua española que figura en antologías o historias de la filosofía occidental, ¿no crees tú que sigue siendo nuestro gran pensador panhispánico? ¿A quién, de los actuales pensadores del mundo hispánico, pondrías a su lado?
Jordi Gracia: No creo haberle regateado ningún lugar alto a Ortega, sino todo lo contrario: es el úncio pensador indiscutiblemente internacional de la cultura española del siglo XX, y si hubiese de equiparar su figura con alguien, como hago en el prólogo, escogería a otro ensayista extraordinario, Fernando Savater. En cuanto a su coz contra Reyes, Ortega mide muy mal la repercusión de esa declaración, tanto si atañe como si no atañe a su oposición al uso propagandístico de Lázaro Cárdenas. La cuestión relevante de veras está en despreciar en plena dictadura franquista el papel que Reyes (y Lázaro Cárdenas) tuvieron como protectores del exilio de mayor cualificación académica e intelectual: ese fue un gesto de Ortega envenenado y casi, casi aldeano, miope, egotis