La ola de marchas estudiantiles por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa me recuerda el caso Dreyfus. El gigantesco error judicial contra el capitán judío Alfred Dreyfus que llevó a los intelectuales franceses a imponerse como fuerza autónoma, al margen de las instituciones. J’accuse…! (Yo acuso), dijo Émile Zola el 13 de enero de 1898. Y acusó al Estado francés de cruel y antisemita al condenar, sólo por ser judío, al capitán Dreyfus de alta traición y desterrarlo a cadena perpetua en la isla del Diablo sin seguirle el debido proceso, sin reconocer su inocencia.
La idea del “intelectual comprometido”, del “compromiso de los intelectuales”, nació del caso Dreyfus. Intelectuales, estudiantes, profesores, artistas replicaron y protestaron contra esa gran injusticia. Aparecieron como nuevos soldados de la indignación, y abandonaron sus ocupaciones habituales para marchar, para protestar.
Para 1914 –hace 100 años– los intelectuales franceses constituían otra gran fuerza de opinión que a su modo funcionaba como un ejército, y hasta los estudiantes más indiferentes a la política marcharon al frente de la Gran Guerra contra el expansionismo de Alemania. Hacia noviembre de 1914 –hace exactamente cien años– más de la mitad de la promoción de 1913 de la École Normale Supérieure, por ejemplo, fue abatida. Murió en las trincheras cumpliendo con el deber de universitarios patrióticos y comprometidos. Gente inteligentísima se sacrificó. Hasta Apollinaire, el gran Apollinaire, a quien sus amigos lo tuvieron como clasificador de información –censurando cualquier presencia alemana en la prensa francesa– cayó en el frente. Los intelectuales que estaban demasiado viejos para portar ametralladoras y embarrarse en las trincheras, como André Gide y Henri Bergson, viajaron por el resto del mundo en misión de propaganda francófila, aliadófila.
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Sabía poco de estas cosas hasta leer, recientemente, el dossier La Gran Guerra de los intelectuales: España en Europa, de la revista Ayer (91/2013), ed. de Maximiliano Fuentes Cordera, Madrid, 2013. La historia intelectual –la historia en sí– es mucho más interesante que cualquier teoría.
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Los teóricos patean la realidad como una lata vacía toda vez que ésta no se adapta a sus teorías.
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Los Estados Unidos Mexicanos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
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El crimen contra esos estudiantes es tan horrible que la protesta de una nación no basta y es necesario invocar a la humanidad.
La ola de desaparecidos y asesinatos no sólo pasa en México. ¿Qué protesta mundial hay por los miles de desaparecidos en San Pedro Sula, en Honduras, la ciudad más peligrosa del mundo?[Ver Murder capitals of the world]
Pobre Honduras, si solo esperamos que protesten los hondureños.
El nacionalismo es un monstruo corruptor. Su lema común es cada uno en su casa, mientras el Diablo, la violencia, campea en las calles.
Lo que no entiende el vanidoso y patriotero es que de la suerte de otros países tan pequeños como Honduras, México, Estados Unidos, Colombia y hasta Alemania y la China son responsables. Aun más: tú y yo somos responsable. Nuestro deber ni nuestro derecho se terminan en las fronteras de tu Estado, en el contorno de nuestra individualidad.
Protestas contra el gobierno de México. Vale. ¿Protestas contra el de Honduras, contra el de Venezuela, contra el de Colombia…? Mi protesta es por la constitución de una sociedad sin naciones. Por una política de autoridad sin nacionalismo.
Cuidémonos de caer en e feroz oportunismo político.