Ganadora del segundo Certamen Internacional de Literatura LETRAS DEL BICENTENARIO SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León) es ya un nombre imprescindible en el panorama de la poesía mexicana. Lo era ya antes del Premio. Lo merecía por la condición intrínseca de su obra, que asimila lo mejor de la poesía, desde los clásicos grecolatinos pasando por el renacimiento español (de Juan de Yepes a la poesía novohispana de Sor Juana Inés de la Cruz) hasta llegar a la lírica de la segunda mitad del siglo XX.

Con formación en Letras, con un pie en la academia y otro en la creación poética como tal, Minerva Margarita Villarreal desarrolló desde muy joven una conciencia estética en la que el lenguaje ocupa un plano esencial. Supo desde un principio que los seres humanos, si en algún llegamos a sentirnos realizados, no podemos sino advertirlo en la emoción y precisión verbal con que nos expresemos. En la poesía de Minerva Margarita Villarreal no sólo hay una emoción por la palabra bien dicha, sino más bien por la única, irremplazable e impostergable palabra que detona en nuestra psiqué para abrirnos a un mundo lleno de posibilidades, de realizaciones. Y en esta operación el ejercicio de la crítica es ineludible. Acompaña y ciñe cada uno de los registros en los que su voz se consolida.

Resulta difícil definirla. Su obra escapa a escuelas y movimientos, e incluso a una generación determinada. Puede ser, a un mismo tiempo, una poeta antigua como Sor Juana y lanzar una voz propia, nueva. Tal vez una de las cosas que de inmediato vuelve genuina su voz poética es un grado de abstracción muy bien llevado, en el que nuestra idea del mundo queda como suspendida. Su poesía, en apariencia, carece de causas concretas (no atinamos a saber si es de un tono amoroso, o intimista, y qué tan lejana resulta de algo social o ideológico), pero sí la sabemos llena de efectos impactantes. Quizás, pensemos, es que la causa mayor de su poética es la fe en la acción del verbo, su tino y su destino a un mismo tiempo. Desconocemos las causas y conocemos y gozamos sus efectos. No la oculta raíz; sí la rosa. Ella lo expresa mejor en este dístico:

Junto al espejo roto / la hermosura.

Estos dos versos son transparentes como rigurosos. Una carga de destellos dentro de una estricta sobriedad. Eso es, para mí, lo más sorprendente de su poesía. Sin embargo, esa sobriedad no significa, como la de otros poetas de su generación obsesionados por la brevedad, una avaricia o un miedo al lenguaje. No. Ni tampoco unos cuantos códigos determinados. La poesía de Minerva Margarita Villarreal está repleta de recursos, con una variedad de registros en los que se advierte una cuidadosa lectura de la tradición clásica; se nota en un estribillo de su invención que recuerda al Cantar de los cantares y a esos amores místicos:

Herida y muy enferma estoy de amores.

Tal vez de ahí aparezca su arte abstracto de mucha más vocación natural que de artificio o artimaña verbal. Además porque posee la concepción de que el lenguaje es algo mágico, que emborracha.

La violencia de tu cuerpo / la sangre que fluye.

Y como no todo el mundo ha nacido con esa vocación, conviene interrogar su vuelo lírico, por ahora, a través de una entrevista. Interrogarla en búsqueda de su arte poética, es decir, con miras a que nos diga en prosa de todos los días en qué momento surgió su vocación. Y cómo, a la luz del mundo actual, de otros autores y corrientes poéticas, ha cultivado una obra a lo largo de una vida a caballo entre el ambiente familiar (es madre de tres hijos) y del trabajo académico como directora de la Biblioteca Capilla Alfonsina de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

¿Cómo nació tu amor a escribir poesía? ¿Qué circunstancias (históricas, sociales) crees que te influyeron?

Fueron circunstancias muy personales las que me llevaron a la poesía, o más que personales, circunstancias que pertenecen a otro ámbito. Un ámbito más mítico que histórico que indaga más en el plano individual del ser y sus vínculos, a veces secretos, a veces oscuros, entre la naturaleza y la cultura. Algo se manifiesta dentro de uno pero uno no sabe qué es, o al menos yo no tuve claridad tempranamente de que algunos de mis síntomas eran eso: brotes hirsutos de una dolencia que no encontraba cauce.
Y esa suerte de dolencia, de incógnita en la página emocional, corresponde a un llamado, un llamado como una gota que cae y no advertimos se aloja dentro de uno, hasta que de pronto ya estamos en un charco. Como la lluvia pertinaz es la llegada de la poesía. Pero a uno le llueve dentro. Uno no sabe qué es. Uno no sabe. Allí está la hoja en blanco. Y ese no sé qué no sólo es una cuestión de desconocimiento, antes bien, es una aproximación a un saber que des/conocemos pero que está allí, desvelándose y ocultándose a un tiempo, y casi estoy segura que existe por sí mismo, existe por sí mismo y pasa por tu voz, y tiene que ser por allí su tránsito. Por eso no creo que haya poetas como puede haber obreros o mecánicos; que me perdone la democracia, pero este oficio se cuece aparte. Es algo que no te pertenece y al mismo tiempo ahí está alojado, allí vive, en uno, que sólo es medio de combustión y de salida. Como un malestar aparece lo indescifrable, una dolencia. Interna y atemporal. Y necesita salir. La escritura entonces es la fuerza, el motor que posibilita esa salida. Lo invisible exige verse, entonces viene la imagen como acción en la poesía, y lo inverosímil es que la imagen está hecha de palabras. La poesía implica este entrecruzamiento que ya Octavio Paz apuntó muy bien: ver lo inverosímil y oír lo inaudito, o mejor: ver lo inaudito y oír lo inverosímil. O más aún, siguiendo a Lezama Lima: ver lo inexistente, y que sí existe en el poema. Principio de la sinestesia, suma de esa alteración de los sentidos por donde empieza a rondar la poesía.

¿Consideras que existe una poesía mexicana concreta, o te sientes más bien parte de una historia de la poesía de la lengua española?

Creo que lo que escribo es muy particular, no creo que se inscriba en el marco de una generación, una época, una nación. Por ejemplo, hace poco alguien me preguntó sobre un epígrafe que aparece en mi libro Herida luminosa, lo estuvo buscando en el Libro de los Salmos en la Biblia y no lo encontró. Lo que sucede es que yo fusioné versos de un salmo con líneas de una carta que me envió una amiga, Adriana Díaz Enciso. No quise poner su nombre porque iba a desaparecer el misterio. Y eso es lo que yo busco, paradójicamente; aunque el misterio no se busca, sino que aparece, como a la inspiración, hay que provocarlo. A mí eso es lo que me atrae, y aparentemente es un plano íntimo el que se manifiesta, pero no sé si exactamente lo es. Son como trazos de violencia, de arrojo, de arrobamiento, de sexualidad. Raptos a los que se llegó por insistencia en el papel. Estados del alma que buscan cabida porque quieren ser realidad manifiesta, no pura latencia sino expresión viva. Y como me gusta mucho bailar, siento que la poesía me nace de los pies, de ese bailecito que siempre estoy sintiendo cuando golpeteo el piso. Pero dónde se aloja: en el pecho, en el estómago, en la feroz inclinación por la palabra de un hambre indómita. Así es como se da el matrimonio entre el llamado que viene de quién sabe dónde y la urgencia de decir lo indecible. Lo que no puede decirse sólo logra manifestarse por medio de la escritura, como escribió Herta Müller.
Soy muy cercana a sor Juana, a la virgen María como presencia manifiesta, a María Zambrano, a santa Teresa y a san Juan de la Cruz, con quienes celebro mi escritura porque voy hacia ellos. Igualmente me dirijo a Catulo y a Marcial, que son exquisitos de majaderos, soeces y sublimes. Siguiendo a Heidegger, somos nosotros los que pasamos, el tiempo es el mismo. Para mí, Cayo Valerio Catulo es un junior contemporáneo cuya pasión no son los coches de carreras, la ropa de marca o el futbol, sino la poesía. Y mira hace cuánto que vivió. Yo frecuento a Homero como si fuera mi vecino. De verdad que a veces me digo, ¿qué hago en este mundo?, si mis amigos reales están allá, tan lejos, pero los vivo muy cerca, de manera entrañable, a veces me los sé de memoria, y en ellos encuentro la verdad. La poesía puede estudiarse desde la historia de la literatura, pero hay que recordar que importantes poemas que hoy son textos sagrados, como el Cantar de los cantares o el Libro de los muertos alguna vez fueron simple y llanamente poemas. Entonces, no me interesa la nacionalidad ni la época, me interesa la posibilidad de lograr el registro del ámbito mítico en el poema, ese aliento de culto y de misterio, ese plano en el que animales y hombres conviven sin pesar. Por otra parte, me encanta mi país, me gusta mucho la poesía de mi país, de toda Hispanoamérica, me siento viva en este entorno que me nutre profundamente, como también hondo me ha alimentado la poesía española. El mundo es vasto y nos espera siempre.

¿De dónde crees que viene el intimismo que caracteriza tu obra? ¿Cómo le haces para que ese intimismo pueda ser entendido por el gran público deseoso de emociones y de buen registro poético?

Como antes dije, no sé si es realmente intimismo lo que caracteriza mi escritura. Así parece porque se atraviesa el cuerpo en el poema, pero este cuerpo es también el cuerpo del lenguaje, la inclemencia, la tensión, la desolación, las emociones crudas. Yo no sé si hay un gran público para la poesía, y menos si es para leer la oscuridad. Pero tampoco me preocupa mucho. El mundo es así. Lo importante es escribir lo que no puedes decir. Establecer este tránsito, que la dificultad esté allí, atravesada, porque así tiene que ser. A veces siento que mi registro es tan mío que poca gente entra. Quizá eso que nombramos ahora como intimismo es una vuelta a la entraña:

¡Oh, cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!

Yo quisiera que este nombrar viniera de allí, de la poesía de san Juan de la Cruz, del intrincado y cristalino verbo, pero no sé. Esta es la cuestión siempre: no sé, “un no sé qué que quedan balbuciendo” las voces.

Fijar una imagen lo suficientemente plástica, o expresar conceptos e ideas: ¿la poesía figurativa o, digamos, conceptual? ¿O una mezcla de ambas?

Me resulta difícil evaluar mi escritura, y más difícil aún lograr definirla. Pero creo que tiene un poco de todo; es decir, hay distintos registros dependiendo del libro. Los primeros títulos: Dama infiel al sueño y Pérdida, por ejemplo, tienen poemas mucho más figurativos que el tono que registran los últimos a partir de Adamar. Hubo una variación significativa hacia el claroscuro, la luz como rayo que atraviesa la materia de la secuencia verbal, el vértigo. No sé. Creo que el punto intermedio entre la primera etapa y lo que siguió es El corazón más secreto.

Adamar, La condición del cielo, Herida luminosa y este reciente libro reconocido con el Premio Internacional Letras del Bicentenario 2010 Sor Juana Inés de la Cruz, titulado Tálamo y aún inédito; son libros-poemas que juegan con la fragmentación y derivan en una corriente lírica que, como un río, tiene zonas muy hondas, turbias y revueltas, diría yo, y regiones cristalinas donde puedes ver las piedras a flor del agua. Hay trazos firmes, directos y enigmáticos que tienen que ver con el epigrama, pero como si el epigrama regresara de un viaje por Oriente. Es decir, un epigrama no clásico, como me lo propuse con mi libro Epigramísticos, que sí es una reactivación del epigrama latino. Creo que la lírica arcaica griega, los sonetos de Sor Juana, El primero sueño, la poesía china y la japonesa, el Cantar de los cantares y el Cántico espiritual han sido determinantes en este último ciclo donde la combinatoria de brevedad y énfasis con el verso de largo aliento cifra un estilo, una voz.

En varios poemas tuyos prevalece una ausencia de puntuación: ¿de dónde crees que viene tu estilo en términos de textura, estructura, tácticas y tono?

Quizás la ausencia de puntuación indica, por un lado, una intención de fluidez, de sentido de corriente, de transmisión directa; y por otro, un asidero del discurso en la palabra misma desde la desnudez o la limpieza que implica eliminar los signos.

Creo que en Tálamo la estructura verbal se vuelve minimalista. Y el universo onírico ha dictado aquí una realidad que emerge, se instaura y termina por existir en el poema, mientras que la cruda realidad, la enfermedad hostil, desaparece por insistencia, por ruego, por invocación de la palabra como signo mayor, como símbolo de lazo entre distintas dimensiones. Aquí la poesía vuelve al mito, y el presagio aparece como una forma de regresar a las formas elementales. También la ausencia de signos implica una falta de límites a la cual se llega por eliminación, cosa muy diferente a partir de ella. Yo escribo demorándome en el ritmo, depurando, lijando, como si se tratara de una escultura o de un baile cuyos pasos afinara cada día. Así se desata la fuerza en la palabra, por invocación, con insistencia.

¿Cómo ves la nueva poesía que se hace actualmente en Latinoamérica y qué piensas en especial de la colombiana?

No termino de descubrirla. Me parece que la poesía hispanoamericana es una potencia que está en permanente ebullición, hay voces fundamentales y un gran arraigo. En relación a la poesía colombiana, tienen poetas mayores: José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, José Manuel Arango, Aurelio Arturo y Álvaro Mutis. Después viene la importante labor de difusión y de acopio que ha hecho Darío Jaramillo desde el Banco de la República. La obra antológica de Fernando Charry Lara. El reciente y copioso reconocimiento internacional a la obra de Juan Manuel Roca. La musa arrojada e inclemente de Juan Gustavo Cobo Borda. La vasta erudición de William Ospina que navega por distintos géneros en el mismo barco escritural, hasta llegar a los más jóvenes como Ramón Cote, John Galán Casanova, Giovanny Gómez, Fernando Denis y Lucía Estrada.

¿Qué tanto nos puedes decir de tu combinación académica y ensayística (has escrito varias veces sobre Alfonso Reyes y diriges su biblioteca en Monterrey) como alimento esencial para tu creación poética?

No puedo distinguir con claridad dónde termina una cosa y dónde empieza otra. Para mí es un continuum. Leo a Alfonso Reyes y siempre es una guía hacia mi creación y hacia mi compromiso con el mundo. Dirigir su biblioteca es un honor. Intento estar a su altura en relación a las actividades que emprendemos en la Capilla Alfonsina. Quiero que la Capilla Alfonsina conserve y transmita el ideal con la que fue creada por Alfonso Reyes cuando regresó de su itinerario por el mundo: una casa que enriquece el espíritu donde todo creador pueda abrevar.