Alemania es fuerte y pesada. Para digerirla bien hace falta tiempo.
No se ven montañas en Berlín. Todo es tan plano que uno no no sabe cuál es la dirección del río Spree, de dónde viene y a donde va, si desemboca en el Elba, o si fluye hacia el río Oder en Polonia.
Del la indefinida dirección del río Spree el escritor mexicano Fabio Morábito sacó una metáfora de Berlín: ciudad policéntrica, que se multiplica y se dispersa. Añadió que en Berlín hay un rechazo al lustre, al revuelo, al énfasis, que acaba por otorgar a la ciudad un aspecto de perfecta periferia. “No es raro cruzar arenales, descampados, pequeñas tiendas”. (p. 28). Algo tiene de razón. Berlín no tiene aérea metropolitana. Alemania tiene como 85 millones de habitantes que no se concentran en su capital, sino que se reparten en multitud de pequeñas ciudades.
Con Tomás Lopera, nuestro primo alemán, un día abandonamos Berlín a las tres de la tarde. Pasamos rozando Potsdam, un pueblo imperial salpicado de lagos y palacios. Entonces apareció el mundo rural: llanuras cultivables, ejércitos de molinos de viento, y bosques y bosques, hasta la ciudad más próxima al oeste, que es Hanover.
Berlín parece una isla.
Hace cien años, el gran periodista español Julio Camba dijo que la arquitectura de Berlín era colosal. No da una impresión de belleza, sino de fuerza.
En el área de Brandemburgo, donde está Berlín, nació Lutero: el de la Reforma Protestante, el iconoclasta, el que desnudó las iglesias de santos y de la Virgen María, el que creyó dialogar directamente con Dios. La Puerta de Brandemburgo simboliza el comienzo de la Europa protestante y germánica, la esencia de las trece colonias puritanas de Norteamérica. El rumbo, pero no el centro.
Julio Camba llevaba dos años en Alemania y no lograba integrarse a la cultura popular alemana. “He visto –decía– un gran ejército y mucho arte musical; pero lo que se llama pueblo eso no lo he visto. En España hay pueblo, pero no hay autoridad. En Alemania hay autoridad, pero no hay pueblo. Hay, claro, empleados, menesterales, albañiles, porteras y carpinteros, pero el ideal de esta gente no consiste en gobernarse, sino en ser gobernada. Muchas leyes y muy pocas costumbres”.
Camba llegó a hablar muy bien alemán, pero aun así no lograba integrarse. Se dio cuenta de que el alemán es el idioma más lógico del mundo, pero que es un idioma hecho por los sabios, en el que el pueblo no ha influido lo suficiente. La Ascensión del Señor se llama en alemán Himmelfahrt. Himmel quiere decir cielo, y Fahrt quiere decir excursión, viaje, travesía, pero siempre y cuando se realice en carro, avión, tren o en algo motorizado. Traducida literalmente al español, Himmelfahrt resulta una palabra herética, “porque uno no puede oírla sin imaginarse a Nuestro Señor Jesucristo haciendo cola ante una taquilla y pidiendo luego un billete de tercera para el cielo”.
–Si se van a Alemania – nos dijeron a Diana y a mí –, cuidado con regresar hechos unos sabios.
Ay, Dios mío, no.