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Imagen: Retrato de Juana Inés de la Cruz. Autor: Desconocido, firmado por J. Sánchez. Fuente: Wikimedia Commons
Retrato de Juana Inés de la Cruz.

Desde quién sabe qué edades prehispánicas ha habido relaciones culturales. Pero al menos desde la Colonia se sabe que los poemas de sor Juana Inés de la Cruz enamoraron al poeta bogotano Francisco Álvarez de Velazco y Zorrilla, por allá en 1690 a finales del siglo XVII, cuando él comenzó a dedicarle poemas, endechas y acrósticos que no sabemos si ella alcanzó a recibir. Hasta una carta apologética le mandó. Sí. Uno de los más entusiastas lectores y admiradores que tuvo en vida la mejor escritora mexicana de todos los tiempos, Sor Juana Inés de la Cruz, fue un poeta colombiano, FRANCISCO ÁLVAREZ DE VELAZCO Y ZORRILLA, nacido en Bogotá (o Santafé de Bogotá) en 1647 y muerto en altamar en 1704 por su culpa, de pena moral por nunca haberla conocido personalmente. En 1703 había zarpado del puerto de Cartagena de Indias con destino a Veracruz en el Golfo de México, con miras a subir hasta la capital de Nueva España y visitar a su amada, sin saber que una peste había arrasado con ella y otras miles de personas en 1695, es decir, siete años atrás. Las noticias entre las colonias hispanoamericanas sufrían de inmensos obstáculos.

Álvarez de Velazco y Zorrilla, que usaba todos sus apellidos por prurito burocrático, se apartó de los tinterillos y escribientes coloniales del Nuevo Reino de Granada cuando murió su esposa. Se entregó al modo de vida epicúreo, dedicado al placer de la lectura y a componer poemas conceptistas, es decir, al estilo de Quevedo y de Petrarca y de Dante, mientras vivía de las pocas rentas de sus vastas haciendas que se extendían por el valle alto del río Magdalena y tocaban el puerto fluvial de Honda, que es el último tramo navegable del río. Alguna vez debió recibir algún baúl de libros proveniente de México o de España. O de ambos. En 1680 se tiraron varios ejemplares del Neptuno alegórico publicados en la imprenta oficial del virreinato de Nueva España, y en 1690, en Madrid, se distribuyó Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Jerónimo de la Imperial Ciudad de Méxicoque en varios metros, idiomas y estilos, fertiliza varios asuntos, etcétera, etcétera. Bastó leer un par de sus versos para que cayera y se confesara enamoradísimo. Sin conocerla personalmente sino sólo por leer su poemario Inundación Castálida… (1689), él fue el primero en publicar, en la ruda y solemne colonia, endechas, sonetos y cartas de amor a esta mujer de carne y hueso. No tenía manchas de machismo o de coquetería barata. “Paysanita querida”, “Hipocrene”, “Apola”, la llamó. Con ella proclamó que Hispanoamérica ya estaba produciendo una cultura digna de atención:

“Que también a estas partes

Alcanzan los vergeles

Del Parnaso, y que muchas

Dicen, que está en tu celda su Hipocrene.

Que no son caos las Indias,

Ni rústicos albergues

de Cíclopes monstruosos

Ni que en ellas de veras el Sol muere”.
A los poemas le anexó una “Carta Laudatoria, en donde le contaba su emoción por conocer la corte de Nueva España, “que la juzgo en toda metrópoli y cabeza de nuestras Indias […] con tanta más razón cuanto es más noble el objeto de estos deseos, reconociendo que con vuestra merced hay hoy en México una cosa mucho mayor y más admirable que el mismo México…” Nadie, en esos tiempos de abogados y clérigos, admitía estar locamente enamorado y menos escribir con esparcimiento y goce. “Me apliqué a las golosinas de las musas”, confesó en el prólogo a Rhitmica Sacra moral y laudatoria, título con el que reunió todos sus poemas. Este libro se publicó postumamente en Madrid en 1704. José Pascual Buxo indagó sobre ello en El poeta colombiano enamorado de Sor Juana (1999), y posteriormente el tema también ha dado para obras de ficción: a partir de una de las ilusiones del poeta bogotano, entrar de manera invisible en el estudio de Sor Juana y hacer ruido con sus papeles, R. H. Moreno-Durán imaginó en su obra de teatro, Cuestión de hábitos (2004), que Álvarez de Velasco alcanzaba a enviarle sus poemas y a visitarla secretamente en su convento.

Amante inquieto, siempre

En tu celda invisible,

Haziendo ruido estoy con tus papeles.

2

Tres de los principales escritores de Colombia, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Vallejo, residen o residieron y habitaron en México por varias décadas. Cien años de soledad (1967), la novela colombiana más famosa del mundo, se escribió en un departamento de la colonia Cuauhtémoc o Anzures, cerca al centro del DF, bajo el hechizo –la lectura y la relectura constante– de la novela más mexicana, Pedro Páramo de Juan Rulfo. En el artículo “Breves nostalgias de Juan Rulfo”, Gabriel García Márquez declaró lo siguiente:

“El descubrimiento de Juan Rulfo –como el de Franz Kafka– será sin duda un capítulo esencial de mis memorias. Yo había llegado a México el mismo día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de muerte –2 de junio de 1961–, y no sólo no había leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera había oídos hablar de él. [Recordemos que El llano en llamas es de 1953 y Pedro Páramo de 1955]. […] Yo tenía 32 años, había hecho en Colombia una carrera periodística efímera, acababa de pasar tres años muy útiles y duros en París, y ocho meses en Nueva York, y quería hacer guiones de cine en México. El mundo de los escritores mexicanos de aquella época era similar al de Colombia, y me encontraba muy bien entre ellos. […] En esas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa:

–¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!

Era Pedro Páramo.

[…] El resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores. […] El escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros [1].”

No se escapa de la influencia mexicana otra de las grandes novelas colombianas –quizá la más densa o intensamente colombiana–, La vorágine (1924). En efecto, José Eustasio Rivera había viajado a México en 1921 en misión diplomática y muy seguramente contempló el naciente muralismo que llevaba a cabo Diego Rivera. A pesar de que ninguno de sus biógrafos se ha detenido en su viaje a México y sus críticos poco hacen esta asociación con el muralismo, La vorágine de José Eustasio Rivera es un gran mural de la nacionalidad colombiana. Un mural perturbador. Si un pintor la representara trazaría un mural de líneas secas y tajantes y haría reverberar intensamente de verde la selva de esta novela deslumbrante. Digo que se parece a la técnica cubista y hasta surrealista porque ambos Riveras, el colombiano y el mexicano, agregan otro tipo belleza que roza con lo monstruoso.  Al horror agregan más horror, a la belleza más belleza –por seguir con un poema de Juan Manuel Roca, otro colombiano que vivió su niñez en México.

3

Quien en México tomara en su carro la carretera Panamericana o la “autopista del sur” y avanzara más allá de Chiapas, cruzando Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, solamente llegaría hasta Yaviza, un pequeño pueblo en el estado panameño del Darién, a orillas del selvático río Tuira. Todavía le faltarían 87 kilómetros para alcanzar la frontera con Colombia y otros más para llegar al primer poblado, Chigorodó, en la provincia de Antioquia. Pero a huevo tendría que atravesar a caballo o a pie, por trochas empantanadas, el Tapón del Darién que tapa la comunicación entre las tres Américas. Es uno de los lugares más lluviosos del mundo: densa selva extendida por montañas azotadas de cascadas y henchidas de apretada vegetación. No hay quien pueda cruzarla, como no sea algún mochilero a fuerza de vadear ríos y pernoctar en la selva. Colombia es una cosa impenetrable, por usar el título de un ensayo de Juan Guillermo Gómez.

Estos accidentes geográficos son lo que más diferencian a México de Colombia. También los señaló el Barón von Humboldt en su viaje por nuestros países a comienzos del siglo XIX. El pequeño altiplano de Bogotá, donde los muiscas no dejaron ninguna pirámide, decía que no puede compararse en extensión con el de Anáhuac o México, salpicado de pirámides. Básicamente Humboldt sostenía que casi todo el territorio mexicano podía ser caminable de un océano a otro en pocos días: estaba más ajustado más a la naturaleza humana; no así el de Colombia:

“El reino de la Nueva Granada presenta valles transversales, cuya profundidad impide a los habitantes viajar como no sea a caballo [por trochas que suben y bajan por desfiladeros deslumbrantes]. En el reino de Nueva España, al contrario, van los carruajes desde la capital hasta Santa Fe, en la provincia de Nuevo México, por un espacio de 2,750 kilómetros, sin que todo este camino haya tenido el arte de vencer dificultades de consideración […] en México la loma misma de las montañas es la que forma el llano. […] Caminando desde la capital de México a las grandes minas de Guanajuato se sigue por espacio de diez leguas sin salir del valle de Tenochtitlan, que está 2,277 metros sobre las aguas del océano”[2].

A pesar de esas dificultades de comunicación,  tenemos casi los mismos apellidos y escribimos el mismo idioma (decir que hablamos igual es una exageración) y además desde la Colonia, si no fue por tierra, abundó el contacto marítimo a través del Caribe o mare nostrum. Siguen siendo ciudades hermanas Veracruz y Cartagena de Indias. Y actualmente más de diez vuelos diarios de pasajeros aterrizan o despegan entre México y Bogotá.

Coletazo

Mariachis colombianos en Puerta del Sol, Madrid [tomado de http://farm7.static.flickr.com/6126/6014194741_b36f0de341.jpg]

 Lo que Juan Rulfo ha significado para muchos escritores colombianos –una influencia notable– lo ha ejercido José Alfredo Jiménez para los cantantes populares. “Pero sigue siendo el rey” suena dos veces al día, como mínimo, en cada pueblo colombiano. Y a ciertas horas de la noche y en ciertos puntos de Bogotá, por ejemplo, cualquiera puede detenerse y contratar a los mariachis como  en la Plaza Garibaldi del DF, para amenizar fiestas o armas parrandas. Ha hecho tan suyo el mariachi el colombiano que yo he llegado a ver en España que, quienes tocan vestidos de charros en la Puerta del Sol en pleno centro de Madrid y para turistas europeos, suelen ser inmigrantes colombianos.

Sebastián Pineda Buitrago

Texto originalmente leído en el marco de XXVI Feria del Libro de León (FENAL), 29 de abril de 2013.

http://motivosdeproteo.blogspot.mx/2013/04/algunas-influencias-literarias-de.html

_____________

1) Tomado de la edición crítica de Claude Fell, Juan Rulfo. Obra completa, Archivos, París, p. 800.

2) Humboltd, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, tomado de México en el siglo XIX, ed. de Álvaro Matute, UNAM, 1984, pp. 40-42.

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Dr. Profesor-investigador universitario, autor de algunos libros sobre crítica e historia literaria y de las ideas. E-mail: spineda@colmex.mx Imagen: pintura de Yolanda Pineda

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1 Comentarios
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  1. Influencias mexicanas en la literatura colombiana (desde El Tiempo) | SITIO BAGATELA

    […] Para leer completo este artículo, pueden ir al enlace de El Tiempo: https://blogs.eltiempo.com/guia-literaria/2015/05/10/influencias-mexicanas-en-la-literatura-colombian… […]

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