Estoy en la línea divisorio entre México y Estados Unidos. Baten felices las olas del Pacífico. A dos kilómetros de distancia se adivina San Diego, California. Lo divide de Tijuana un muro de rejas. A cada instante lo refuerzan grúas y retroexcavadoras, cerca a la costa.

Son puritanos en Estados Unidos. Algunos. No quieren pegarse mucho a México. Dejan dos kilómetros de distancia y, desde luego, extienden una reja aun hasta submarina, por si hay algún nadador osado.

Me dice uno de los chavos que está haciendo ejercicio que no tome muchas fotos, no vaya ser que se empute algún guardia fronterizo, atraviese y me meta preso.

–Ah, tranquilo – le digo. – Ya tengo visa gringa… Además, no me voy a poner a saltar la reja pa’ ganarme un pepazo de a gratis. Además, ya vengo de por allá. Y me gusta más México.

Me acompaña un amigo gringo que estudia Estudios Latinoamericanos en University of California Irvine. Se llama James Smith y está indignado del muro de rejas. No puede creerlo. Y pensar, le digo, que un político que usurpa el nombre del Pato más famoso del mundo quiera construir aun uno más alto y de concreto.

–If Donald Trump becomes president I am moving to Mexico –me dice James.

– No va a quedar ni de asomo – le digo.  –Pero, de todos modos, no esperes a que quede de presidente. Múdate de una vez. A poco no es una belleza aun lo poco bello de Tijuana. Mira el vaho del Pacífico azuleando la zona costera: