No hay ningún ejemplar disponible, en la hemeroteca digital, de la edición de El Tiempo del 11 de julio de 1955. El periódico fue clausurado por orden del teniente general Gustavo Rojas Pinilla el 3 de agosto de 1955. Durante casi dos años, hasta el 8 de junio de 1957, no se imprimió ninguna edición. Quién sabe por qué no se conservan ejemplares de la edición del 11 de julio de 1955. Se han de haber quemado.
El autor del genial cuento «Espumas nada más», Hernando Téllez(Bogotá, 1908-1966), dejó copia de una columna de opinión que había publicado en la edición de El Tiempo de ese día, es decir, de hace exactamente sesenta años. La columna se titula “Para un aprendiz de crítico”. Goza de una actualidad asombrosa y viene a responder, a través del tiempo y del espacio, cierta problemática presente de la crítica literaria colombiana.
Debo el conocimiento de este artículo a mi colega Óscar Javier González Molina, doctor en Literatura por El Colegio de México y actual profesor de la UPB de Medellín. Sin más preámbulos voy a transcribir algunos apartes de la estupenda columna de Téllez que, a modo de carta abierta, dirigió a un joven crítico que buscaba lambisconearle al canon dominante. Así va:
«Un joven colombiano me escribió, hace algún tiempo, una curiosa carta sobre la crítica literaria en nuestro país. La solicitud que venía explícita en esas líneas, era ésta: indicarle “cuáles podrían ser las direcciones más sencillas y fáciles para ejercer en Colombia, con éxito [él mismo subrayaba] la tarea de la crítica”. Exigía, además, con esa insolente cortesía, característica de la juventud, que la respuesta fuera pública.
He aquí la respuesta:
[….] El esquema que usted solicita, de una cierta estrategia de la conducta intelectual en busca del éxito, del éxito inmediato, en su país, y referido a su vocación de escritor y al ejercicio de su tarea crítica, no es difícil de trazar. Se lo propongo enseguida. Usted sabrá decidir su conformidad o su rechazo. Su repugnancia o su adhesión.
Ante todo, sea usted cauteloso. En Colombia, cualquier opinión crítica contraria a la opinión establecida, se vuelve instantáneamente sospechosa.Por tanto, procure no separarse de la corriente general de las ideas recibidas o, por lo menos, no tome esa actitud en “ángulo recto”. No descubra totalmente su desacuerdo ni sus objeciones. Pero si se le hace irresistible la necesidad de opinar por fuera del canon, agote su capacidad de disimulo al expresar sus conceptos. Es posible que así quede a salvo de la condenación y el desprestigio. Dejé siempre en suspenso su fallo y, si tanto no puede, suscite en torno de él una atmósfera de reticencias y cavilaciones de manera que en el momento de la retirada pueda hacerlo con la máxima dignidad aparente.
No incurra jamás en el error de deslindar la verdad literaria de la verdad nacional; la verdad artística de la verdad patriótica. Aquí se considera que la necesidad colectiva de un héroe, de un jefe, de un jefe de partido, existe también para exigir la presencia y crear la realidad de un gran poeta, de un gran novelista, de un gran pintor, de un gran artista […].
No afirme, pues, su convicción acerca de la existencia de las fronteras que deslindan, casi siempre, la verdad patriótica de la verdad estética. No lo comprenderán. En Colombia, una obra literariamente débil, o estéticamente nula, puede quedar absuelta de sus deficiencias y elevada a una incomparable categoría artística, por razones externas y ajenas al arte mismo […].
No tome en cuanta la categoría de los valores universales cuando juzgue la hora de sus compatriotas. Tal actitud de prudencia en el juicio, aparecerá, apenas, como vanidosa extravagancia. Los límites críticos de su análisis no deben traspasar la geografía ni la historia patrias. Absténgase de comparaciones peligrosas porque le serán recibidas como desleales. Su compromiso intelectual está determinado por su condición de ciudadano. Pertenece usted a una geografía, a una historia, a una lengua, a un sistema social, a una clase económica y a un partido político, determinados. Usted se encuentra dentro de una situación dada y hace parte de un tejido nacional de conceptos, creencias, prejuicios y supersticiones cuya validez no podrá discutir sin peligro y sin escándalo.
Por lo mismo, limítese. Recorte su paisaje intelectual ajustándolo al esquema de las jerarquías nacionales […].
Su tarea crítica debe consistir en crear los gigantes domésticos que, se supone, solicita la demanda colectiva. Invéntelos a imagen y semejanza, y a la medida, de ese oscuro, peligroso e inexistente deseo. No vacile en hacerlo. Su lenguaje crítico irá poco a poco, conociendo y apropiándose el secreto literario correspondiente a esa faena de mixtificación. No turbe con ademán intelectual insólito las grandes exaltaciones y las ceremonias rituales del Olimpo nacional. Recuerde que toda parvedad justiciera parecerá mezquindad; toda discreción, ingratitud; toda contención, esterilidad; toda mesura, avaricia; todo rigor, insolencia. Ahuyente de su análisis las exigencias de la razón, a fin de que su concepto se ablande y se disuelva en la húmeda y equívoca zona del sentimiento, pues así logrará conmover y convencer a la opinión colectiva, y siempre apta para participar en toda demagogia sentimental y siempre esquiva a todo acto de la inteligencia.
Corrobore y satisfaga la moral, las convicciones de su propia clase burguesa […].
Desde luego, no acepte nunca su condición de crítico literario […].
Respete cuidadosamente el catálogo nacional de los prestigios en cuya consagración esa colectividad ha gastado y renovado sus energías.
Sólo entonces, colocado en esa ininterrumpida cadena de complacencias, y respirando esa atmósfera de corroboración indefinida, usted podrá ser un crítico “a la colombiana”, respetado y prestigioso. Si, por el contrario, coloca su vacación bajo otros signos y con direcciones radicalmente opuestas a todas las que le he indicado, es posible que usted termine por convertirse, verdaderamente, en un crítico. Pero ello no tendrá significación sino para usted, para su propia conciencia».
(Hernando Téllez, “Para un aprendiz de crítico”, Nadar contra la corriente. Escritos sobre literatura, Ariel, Bogotá, 1995, pp. 154-162).