Uno de los artículos más leídos ayer 16 de febrero en el portal de este diario fue el de Federico Arango, «El oso de usar anglicismos en la oficina para descrestar«. Su artículo expone con claridad nociones de traducción –lingüísticas podríamos decir–, pero le hace falta mayor contexto.
No sólo en la oficina sucede tal vicio lingüístico. En una entrevista para El País de España, el actual presidente de Colombia admitió ser “el presidente más anglosajón del país más anglosajón de América Latina”. No es, por lo tanto, un vicio solamente de oficinistas; éstos, en realidad, imitan a sus jefes.
Derechistas e izquierdistas se ceban contra la «clase media». Los unos , digamos, la acusan de no saber hablar bien inglés; los otros, de haber votado por un alcalde «oligarca». Unos y otros no se dan cuenta que la clase media cada vez desaparece más en Colombia, donde todo se encarece y, quien no tenga $, se lumpeniza.
El neoliberalismo no es una abstracción. Cierta universidad privada del centro de Bogotá, además de exigir el más alto nivel de inglés, cobra $14 millones cien mil pesos (una de las matrículas más caras de las tres Américas). Uno pensaría en un campus fabuloso. En un sector divino. Pero el sector que rodea a tal Universidad – la avenida Jiménez y el Parque de los Periodistas– no puede lucir más marginal. Es decir: mientras esa Universidad cobra matrículas astronómicas, el barrio de La Candelaria –su contexto más inmediato– se cae a pedazos.
El Instituto Caro y Cuervo, emblema de la otrora tradición colombiana del «buen hablar», lidera ahora una traducción «panahispánica» del Ulises de James Joyce. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.
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* Imagen de Yolanda Pineda