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Escasean los historiadores. La mayoría de nuestros columnistas de opinión son vigilantes de la actualidad: no descansarán hasta despojar a la prensa de cultura, es decir, de historia. Son democráticos: con el mismo rasero miden cualquier clip de YouTube, cualquier cosa impresa, con tal de que genere público (entiéndase $) y actualidad.  No caigamos en su juego. Mi amigo, el historiador Gabriel Caro Rivera, me propone discurrir sobre la historia de Holanda. Aquí su erudición: 

El legado de Holanda

Por Gabriel Caro Rivera**

Durante la pasada Feria del libro de Bogotá fue un lugar común celebrar las virtudes y logros objetivos conseguidos por el Reino de los Países Bajos, destacando sus aportes al mundo moderno (ver un ejemplo). Entre los aportes ovacionados por la crítica se destacaron la tolerancia, la ética del trabajo calvinista, el paisaje lleno de molinos y tulipanes, la tradición democrática y el triunfo económico. Dejando de lado los clichés reciclados, sería bueno revaluar los aportes de Holanda al mundo desde una óptica diferente. Sin duda, a los holandeses le debemos tres cosas que pasaron desapercibidas a los periodistas deslumbrados por las maravillas de la república marina: la Leyenda Negra española, la mundanizacion del cristianismo y la explotación capitalista.

Holanda nació de una guerra de ochenta años, fruto de una rebelión aristocrática en contra de los dominios heredados por la casa Habsburgo en los Países Bajos. En 1648, año en que se firma el tratado de Westfalia, igualmente se firma la paz con Holanda y se reconoce el calvinismo como religión independiente del catolicismo romano. Sin embargo, la guerra contra España, como hito de la independencia, dejaría una profunda huella en la conciencia holandesa. Es bien sabido, por los investigadores sobre el tema, que en los Países Bajos se gestó una de las campañas propagandísticas más inverosímiles de la modernidad, justo cuando los aristócratas frisones se hicieron con la imprenta en su guerra psicológica contra sus enemigos latinos.
La famosa “Apología” de Guillermo de Orange sería el panfleto propagandístico más leído en su tiempo. Luterano por religión y alemán por nacimiento, Guillermo justificaría la rebelión contra los emperadores alemanes bajo falsas banderas. Basta una lectura somera de sus textos para darse cuenta de la infinidad de mentiras que albergan. Para él los españoles eran arrogantes, codiciosos, fanáticos, crueles, vengativos, desdeñosos de todo lo extranjero y brutalmente faltos de cultura. Felipe II es retratado como incestuoso, bígamo, adúltero, asesino… todo a la vez. Convertido en el campeón de la hispanofobía europea, Guillermo de Orange fue aplaudido como mártir, después de su asesinato, por todos los protestantes de su tiempo. Desde entonces, en Holanda se crearía una verdadera industria de propaganda negra, donde todo lo que atacara a España, el Imperio más poderoso de su tiempo, sería sinónimo de patriotismo. Se volvería común el publicar la “Brevisima relación sobre la destrucción de las Indias“, de Bartolome de las Casas, junto al libro de “Origen y progreso de la rebelión en Holanda” de Johannes Gysius, en este último se compara ambas guerras como pruebas del salvajismo católico y su violencia. Propaganda que sigue siendo efectiva incluso ahora.
La adopción del calvinismo por Holanda marcaría profundamente su historia. Calvino escribió que “únicamente las cosas que pueden ser vistas por nuestros ojos pueden ser pintadas; Dios no debe ser deshonrado por la representación”. Alzando las banderas de la guerra, los calvinistas se lanzarían a una orgía de destrucción artística y religiosa sin precedentes en la historia cristiana occidental. Los grabados de Frans Hogenberg representan la brutalidad de la catástrofe desatada por los protestantes en contra de las imágenes sagradas. La Beeldenstorm, la tormenta de imágenes, asolaría las hermosas catedrales de San Martín en Utrecht y Nuestra Señora de Antwerp. La iconoclastia, condenada como herejía por el segundo Concilio de Nicea, negaba la encarnación de Cristo y el fundamento teológico de la primacía de la silla petrina en Roma sobre todos los dominios de la fe cristiana. La devastación y el saqueo a los bienes de la Iglesia, desde entonces, sigue siendo visible hoy día en las Iglesias holandesas, como si se trataran de cicatrices que se niegan a sanar.
La negación de la encarnación y la destrucción de las imágenes tiene un correlato: la imposibilidad de los hombres de entrar en contacto con Dios y con lo sobrenatural. Negada la posibilidad de conocimiento del orden divino, la vida se mundaniza y termina por reducirse a la naturaleza y la inmanencia. El arte de los Paises Bajos llegaría a ser sinónimo de sensualidad, naturaleza muerta, banquetes interminables y representación hipertrofiada del yo (Rembrant se retrataría incontables veces a sí mismo). El protestantismo siempre ha celebrado la iconoclasia como una liberación del mundo de la superstición y del pecado, una purificación de la fe que se aleja de la materia, pero, como nos recuerda Alvaro D´Ors, el retroceso de los pecados de la carne tiende a ocultar los pecados del espíritu. Destruida la idolatría de las imágenes, empiezan a florecer las idolatrías del espíritu, entre ellas la avaricia.
Lo que nos lleva al último punto. La explotación económica es el último elemento legado por los errores teológicos producidos por la interpretación ligera de las Sagradas Escrituras. Condenado fuertemente en los evangelios, el culto a Mammon como dios de la riqueza y la prudencia económica, sería enarbolado por la creencia protestante de que la riqueza exterior es prueba de la predestinación divina. La sociedad holandesa, llena de comerciantes y artesanos, abrazaría con entusiasmo la fe en la riqueza de las naciones y el aumento ilimitado de la libre empresa. Sosteniendo la Biblia en una mano y la espada en la otra, la pequeña república se lanzaría a la conquista del mundo, fundando un archipiélago comercial que se extendió por todos los continentes desde Curazao hasta Java. Esta red comercial, compuesta de comunidades ricas de blancos, que no se mezclaban con la población nativa ni con los esclavos negros, floreció en Traansvaall así como en Nueva Amsterdam, hoy Nueva York.


En África del Sur, los Afrikaans prohibirían a los negros, por medio de edictos, su conversión al cristianismo, y en América, los comerciantes holandeses iniciarían el mayor tráfico de esclavos de la historia a sus colonias caribeñas y norteamericanas. Comercio que duró hasta que los ingleses les arrebatarían el monopolio del tráfico de esclavos en 1700. Desde entonces, el elemento de la pureza de la sangre y la pertenencia de la tierra (Blut und Boden) serían decisivos en la configuración del pensamiento racista posterior a la Ilustración.
La ambición sin limites de generar riquezas por medio del trabajo causó, como vemos, la desgracia del medio ambiente y las poblaciones nativas donde se impuso el imperialismo protestante. La política de la Cultuurstelsel (sistema de cultivos) en Indonesia causaría la indignación de todos sus contemporáneos durante el Siglo XIX. El hoy olvidado Cournot, uno de los más grandes economistas de su tiempo, escribió que la destrucción de especias en las Indias Orientales, que llevaron a cabo los holandeses, fue “un acto de codicia egoísta, evidentemente opuesto a los intereses de la sociedad”, pero ” este sórdido acto de destrucción material es una creación real de riqueza, en el sentido comercial de la palabra”. Precisamente esta destrucción de la flora y la sociedad ha sido criticada en la novela Max Havelaar (1860), de Multatuli, que hoy en día muchos consideran la primera crítica abierta en contra del imperialismo y el colonialismo decimonónico. No obstante, Cournot se llegó a preguntarse si semejantes políticas “conducirán al puro laissez faire, es decir, si las economías nacionales [llevarían] a la deforestación del globo y, en la economía internacional, a la sofocación de las razas plebeyas por parte de las privilegiadas siguiendo las teorías de monsieur Darwin”. Y si tenemos en cuenta el desastroso legado holandés en Sudafrica y en Indonesia, sus palabras toman un sentido profético.

 

**Gabriel Caro Rivera: jgcaro66@gmail.com
* Rembrandt