Las cartas de los “intelectuales” no tumban ni al alcalde de un puebluco, y los intelectuales son los primeros en saberlo. Por eso nos ha parecido sospechosa la carta que firmaron algunos empresarios y periodistas y escritores y profesores e historiadores (dicho sea de pasada, nadie se firmó a sí mismo como “intelectual”) el pasado 4 de mayo (leer aquí).
Decía mi maestro Germán Espinosa: «Mientras los sacerdotes de las religiones cultas (catolicismo, judaísmo, budismo) elevan súplicas humildes a sus dioses, la actitud de los magos primitivos ha sido siempre arrogante frente a los poderes invisibles. Piensan que con la palabra pueden violentar la realidad, obligándola a satisfacer sus caprichos.» (La aventura del lenguaje, 2002).
Varios de quienes firmaron esa susodicha carta se caracterizaron por ser, en el ochenio anterior, bastante agresivos. Ahora pasan como mansas palomas. El intelectual, si tal cosa existe, debería ser crítico de todo gobierno.
Hay algo de supersticioso en nuestros “intelectuales”. ¿No son como clérigos del fundamentalismo democrático, inquisidores de lo políticamente correcto? Suplican u ordenan en su carta, más que un cese al fuego, no atribuir “perversas intenciones” a los diversos puntos de vista ni usar un “lenguaje agraviante” cuando son ellos los primeros en precipitarse en cierta retórica perversa: la del egoísmo nacionalista, es decir, la de reducir la paz a los contornos de un Estado-nación.
Niegan así la realidad de la vida, pues la esencia de toda paz es de suyo universal. Colombia, para el caso, no logrará su anhelada paz si no la consigue también Venezuela, su hermana siamesa; y así sucesivamente hasta desear una sociedad sin nacionalismos (ojo: sin nacionalismos, lo que no es lo mismo a sin autoridad o gobierno; lejos estamos de proclamar un impertinente anarquismo).
Sin ir más lejos aquellos intelectuales nacionalistas podrán reprocharnos por qué, si residimos en México, discutimos sobre la “paz de Colombia”. Igual reproche, pero de manera contraria, elevamos nosotros cuando estalló en México la indignación por lo de Ayotzinapa. “Paz para México”, oíamos por todas partes. ¿Y para los vecinos Guatemala, El Salvador, Honduras… –preguntábamos–; por qué solo paz para México? Bascas nos suscitan los nacionalismos; gelasmos nos ocasionan.