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¿Paz o guerra? Ante dualismo tan elemental, propio de una confusa antropología política, naturalmente el hombre “razonable” prefiere paz y no guerra, el día a la noche por más que ese día ­luzca nublado y lluvioso. Pero San Agustín, uno de las mentes más razonables de nuestra civilización, cuestionó tan elemental dualismo: “No es que tema la paz, sino que cada uno busca la suya”. (Agustín, Ciudad de Dios, Libro XIX, cap. 12). Para el Obispo de Hipona no hay paz sino en el cielo, en la Civitas Dei, pues nuestro mundo terrestre, que es la porción más pequeña del Reino de Dios, lo dominan los demonios. Por eso Jesús dijo: “No crean que yo he venido a traer paz, sino guerra.” (Lucas, 12.51-53; Mateo 10.34-35). Imponer paz, como lo quiere el actual presidente de Colombia, es por eso mismo temible, terrorífico: cada uno impondrá su paz a costa de la del otro.

Los más escépticos de la paz santista son los más creyentes en la Fe de Cristo. El mito del Estado-nación en Colombia –violento y diabólico como todos– se hace añicos al enfrentarse al aparato argumentativo y razonador del cristianismo. De ahí la gran desconfianza de los católicos colombianos frente al acuerdo de paz.

Dos historiadores colombianos, Gabriel Caro Rivera y Santiago Pérez Zapata, discuten los efectos nada pacíficos que ha desatado la firma de paz en La Habana:

Santiago: Para empezar, el mito del Estado-nación es muy débil en Colombia. De este modo, hay que considerar el verdadero peso histórico del Estado colombiano en su relación con la sociedad cuyo fundamento tradicional se encuentra en el cristianismo romano. Para muchos historiadores, que lamentan en el fondo la debilidad del Estado y la ausencia de una ideología nacionalista supuestamente unificadora, el acuerdo de Santos es una oportunidad para que la estatalidad se desarrolle sin obstáculos externos al integrar las guerrillas a la institucionalidad democrática representativa, es decir, al régimen mixto plutocrático-oclocrático. Esos historiadores nunca se han preguntado cuánto de la sociedad comunitaria de cuerpos subsiste al día de hoy (familia cristiana, clero, ciertos remanentes de gremios preindustriales) obteniendo su propia autoridad y legitimidad, no del Estado como máquina abstracta, sino de Dios y sus leyes, es decir, de los principios morales y hasta jurídicos (derecho natural católico) del cristianismo romano y su Iglesia.

                    Parte del problema del acuerdo en La Habana es no considerar que la mayoría de la población colombiana no practica la estatolatría o la idolatría del Estado, como sí ha ocurrido en lugares en los que se ha tratado de inculcar sustitutos de religión como las “religiones seculares o políticas” de izquierda o derecha -siguiendo a Raymond Aron- propias del Estado soviético, francés, mexicano o chileno. Creo que en Colombia todavía existe una fuerte tensión entre una religión ultramundana cristiana y el intento de imponer una religión política intramundana progresista. Eso es precisamente lo que condenan los nuevos colectivos políticos como los LGBTI y los neomarxistas culturales universitarios. Para las izquierdas, la profunda indiferencia colombiana a la estatalidad o al estatismo es barbarie.

 

Gabriel: Concuerdo. Muchos de los sectores políticos católicos y conservadores manifiestan su preocupación por la alineación del neoliberalismo plutocrático y del socialismo oclocrático anticristiano. Ancianas devotas, monjas, padres de familia, reservistas de la policía y el ejército, laicos católicos y abogados. Gran parte de la gente en Colombia todavía encomienda su destino a Dios y la Virgen, no al Estado y a los políticos.

Mientras tanto, el Gobierno (derecha e izquierda se funden en él) espera hacer a un lado a todas estas fuerzas reaccionarias formando una alianza. En este sentido, la ofensiva del Estado liberal y del comunismo ya ha comenzado.

 

Santiago: Tremendo. En Colombia se vienen años aciagos. Si bien el colombiano ha sobrevivido sin idolatrar el Estado, tanto los liberales como los socialistas necesitan del Estado gendarme y del Estado total, pues ambos desean deliberadamente desconectarse de la piedad histórica de la mayoría de la población colombiana. Necesitan el mito del Estado. Quisieran que gente en Colombia se empapara de las promesas del capitalismo, y que encomendara su fortuna o su destino, no a Dios, sino al Estado. La Tercera Vía santista y las izquierdas armadas, como ya no pueden aspirar a sovietizar a la población, deben recurrir a la sociedad de consumo y al mercado de los derechos subjetivos.

 

Gabriel: Creo que para muchos católicos la oración es importante, pero la oración no se reduce al simple hecho de pedir misericordia a Dios por los pecados individuales y colectivos, también se organiza y orienta para la defensa concreta del equilibrio católico entre fe y razón. Todos esos elementos son los que el modernismo teológico ha ocultado para desarmar a los católicos frente al avance de sus enemigos. El catolicismo militante es un elemento histórico innegable.

 

Santiago: El liberalismo decimonónico sólo pudo atacar efectivamente al clero regular y a la jerarquía, pero sus ataques a la religiosidad católica popular por extirparla o modificarla bastardamente fallaron por completo. La reacción logró frenarles en seco. Sin embargo, los liberales del siglo XIX por el mismo contexto no hubiesen pensado en una alianza con el socialismo, como ocurre con la Tercera Vía y su “correctismo político”, ya que este puede ser el lado oscuro del posacuerdo contra el catolicismo como religión pública e histórica de Colombia.

 

Gabriel: Hillary Clinton es la exponente por antonomasia de ese nuevo orden mundial, donde los comunistas chinos y los multimillonarios estadounidenses se dan la mano para perseguir a los seguidores de Cristo. La tercera vía es la alianza entre el socialismo y el liberalismo. Socialismo para las empresas y los ricos; capitalismo explotador para los pobres. Las cosas están truncadas.

El liberalismo y el socialismo son padre e hijo. Coinciden en todo: idolatría del hombre, Estado ateo, economicismo, positivismo, igualitarismo y relativismo. Ambos proclaman el fin de la historia, ambos defienden la concentración de la propiedad en pocas manos (los liberales) o en el Estado (socialistas), ambos atacan al campesinado y pretenden reducir el universo a sus cualidades materiales, ambos hacen primar los medios (técnica) por sobre los fines (Dios). Quien siga creyendo en el mito de que el liberalismo y el socialismo son enemigos, se está engañando. Ya lo advirtieron Guénon, Julius Evola, Schmitt y Castellani. También Donoso Cortés, tempranamente.

La caída del muro de Berlín no fue el fin del socialismo como lo dijeron los medios de comunicación, sino la alianza entre los socialistas y los liberales, creando un híbrido nuevo y anticristiano. Masones, gnósticos, católicos tradicionales, Opus Dei, células comunistas, redes de islamistas, etc… Esos son los que de verdad hacen política y luchan. La política de medios y de masa es una ilusión y un fraude.

 

Santiago: Exacto. Yo creo lo mismo. Lo anterior tira por el suelo las teorías democráticas y constitucionalistas que enseñan en las universidades. De hecho, el catolicismo ultramontano y tradicionalista también tiene esas células esotéricas con caras visibles en algunas pocas universidades y editoriales. ¿Cómo se organizará intelectualmente la sociedad católica en Colombia ante la corrección política de la Tercera Vía en un escenario de posacuerdo?

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La liturgia de hoy domingo 3 de julio (14º Domingo del Tiempo Ordinario) desliza un enigma del Evangelio según San Lucas (10.17-19). En él se comenta el regreso de setenta y dos seguidores, quienes le dicen a Jesús llenos de contento: “–Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre”. A lo que Jesús contesta: “Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo”. El mal no vence como seducción, sino como vértigo, dice un escolio de Gómez Dávila (EI, p. 172d). Si Satán ha caído del cielo como un rayo ello implica, como insistió también el filósofo René Girard, la presencia y reafirmación de Satán en la tierra. Por eso Jesús quiere exhortarle a sus seguidores que no se alegren por haber aplacado a esos demonios o espíritus malignos, pues éstos no escatimarán en sus maldades hasta no haberse convencido de la salvación de sus almas.

*Pintura de Luca Signorelli