La misma oligarquía de siempre impone ahora la bandera de la «paz» con el pensamiento único del turbocapitalismo. 

Por Gabriel Caro Rivera

 

En sus palabras de apertura al Foro Económico Mundial, el presidente Juan Manuel Santos ofrecía al mundo una imagen idílica de los beneficios sociales y morales de una futura paz en Colombia. Junto a las promesas de inversión económica, movilidad social, educación de primera y alianzas público-privadas para la creación de la prosperidad, Santos le ofrecía a los empresarios y economistas de todo el mundo los recursos del país enteramente a su disposición: “Nosotros tenemos todo lo que el mundo necesita, tenemos energía, tenemos agua, tenemos biodiversidad, capacidad de producir alimentos, tenemos todo, lo importante es saberlo aprovechar para poder continuar en nuestro progreso”.

En su discurso se traslucía, con un tono repetitivo, la mirada del tecnócrata que considera que los problemas sociales son el resultado de una mala administración. En su lugar, prometía la reinstauración del orden por medio de la aplicación técnica y la construcción de infraestructura que adaptaría al país a las estructuras globales de intercambio comercial: “Colombia en este momento está haciendo el esfuerzo de inversión en infraestructura a través de asociaciones público-privadas más ambicioso, me dicen que de cualquier país emergente en este momento, cerca de 25 mil millones de dólares”. Y es que por medio de la tecnología, la construcción de carreteras y la conexión WIFI, el presidente de Colombia pretende convertirse en el Mesías que traerá la paz, la equidad y la educación a un país desangrado por más de cincuenta años de guerra [si se puede temporalizar una «guerra asimétrica» como la de las guerrillas sin comienzo ni fin].

A primera vista, las soluciones tecnócratas de Santos no son ni originales ni atrevidas. Desde hace más de dos décadas llevan siendo manoseadas e impuestas por economistas estadounidenses como Paul Kugman, Robert Reich y Joseph Stiglitz, en cuyas escuela «socialdemócrata» el presidente Santos se siente a gusto. [Nada hace Santos sin el visto bueno del Departamento de Estado]. Pero tales soluciones tecnócratas agudizan aun más los problemas y conducen por lo visto al fracaso. Incluso en Estados Unidos la masificación de la educación universitaria ha generado un endeudamiento excesivo entre una juventud mayoritariamente desempleada. Todo ello demuestra que el discurso liberal progresista, cada vez más burgués y clasista, ha terminado por converger con los postulados finales de su adversario histórico: el comunismo soviético. Liberalismo y comunismo sustituyen el “gobierno de los hombres por la administración de las cosas” ya sea bajo la forma de la autogestión comunitaria o bajo la mega corporación trasnacional.

El filósofo alemán Carl Schmitt escribió hace medio siglo un texto brillante, La era de las neutralizaciones y las despolitizaciones, en el que profetizó cómo los tecnócratas del mundo occidental, después de acabar con los últimos vestigios del catolicismo y tras dejarse penetrar por la Revolución rusa, han creído reencontrar un espacio neutral y apolítico, es decir, de libre explotación y esclavización del ser humano. De este modo, se pasó de las disputas teológicas de las guerras de religión a las disputas metafísicas de los Estados Absolutistas del siglo XVIII y, finalmente, al mundo de las guerras nacionales y económicas del siglo XIX. Cada uno de estos estadios sería dominado por un tipo intelectual diferente que marcaría un desarrollo peculiar de las disciplinas científicas escogidas: el paso del teólogo al jurista, pasando por el moralista ilustrado y de este al artista romántico y finalmente hasta llegar al economista frío y calculador –heartleess.

Esta evolución peculiar llevó a Europa a escapar de su herencia clásica de la política, heredada de Roma y perfeccionada por la Ciudad de Dios cristiana, hacia un mundo milenarista basado en la utopía del futuro sin fundamento histórico. Sin embargo, como sostuvo el mismo Schmitt, todos estos intentos fracasaron. En su desesperación final, todos los utopistas liberales y socialistas recurrieron al campo tecnológico como último bastión para la construcción de una sociedad de la que, sin el campo político, se creaba así una religión de la tecnicidad que suplantaría por fin las antiguas disputas de orden intelectual.

Santos y sus epígonos han logrado borrar las vagas diferencias entre izquierda y derecha y más aún entre los antiguos partidos Liberal y Conservador. Así refuerzan aquel “Estado agnóstico y liberal” que sustituye las disputas políticas por la economía autómata y sin discusión. Del mismo modo en que el Frente Nacional neutralizó la lucha religiosa y política en su época, la falsa paz de Santos pretende neutralizar por lo mismo una guerra anacrónica y bastante falsa. Puesto que el capitalismo y el comunismo convergieron hace mucho tiempo en la común explotación del individuo, las FARC nunca fueron un ejército del pueblo, para el pueblo y por el pueblo sino una gran empresa de mercaderes de coca y de armas, a quienes sus socios capitalistas buscan ahora integrar al mercado legal, por así decirlo. 

En sus discursos el presidente no deja de parafrasear la famosa frase de Voltaire sobre la tolerancia: “puedo no estar de acuerdo jamás con lo que piensan mis adversarios, pero daré todo de mí para que puedan expresar sus ideas y defenderlas por las vías legales.” Todo ello nos recuerda un escolio de  Nicolás Gómez Dávila, gran crítico de los Ilustrados y por extensión de aquella clase política bogotana en que a él le tocó nacer: «Nadie más respetuoso de las creencias ajenas que el demonio».

Santos, en sus confusos discursos, siente hacernos creer que la lucha por el modelo económico y político ya cesó y que lo único que queda es insertar a Colombia en la economía globalizada. Al igual que para un ateo todas las religiones son iguales porque todas son falsas, asimismo Santos considera que todos los sistemas políticos y económicos son iguales porque todos son falsos y se necesita pasar de la sociedad orgánica a la sociedad sistematizada por la técnica. Las implicaciones sociales y culturales de semejantes ideas tendrán un impacto profundo en la sociedad futura.

Que cada uno saque sus  propias conclusiones. Nos hemos limitado a presentar el tema.