No ha sido en la capital de Bolivia en donde se celebra el Hay Festival. Es nuevamente en Cartagena de Indias. José Miguel Vivanco no quiso asistir. La noche anterior a la Firma del Acuerdo de Paz se celebraron bailes y ritos neopaganos. Se derrochó dinero de los contribuyentes en fiestas – y fiesta y carnaval y show mediático no son precisamente sinónimos de paz.

No hay que creer. Lo vemos estupefactos. Raskólnikov, el personaje de Crimen y castigo de Dostoviesky, se quejaba de que por un crimen tuviera que pagar muchos años de cárcel, en tanto que a Napoleón – que había exterminado pueblos enteros- lo coronaban con champañas en los palacios parisinos. Qué es una pandilla de forajidos y ladrones, se preguntaba San Agustín, sino un Estado en potencia, y qué es un Estado sino una pandilla de forajidos y ladrones organizados. Ignoramos por qué celebrarán un plebiscito. ¿Para conmemorar la misa democrática? El Estado -y no ya ningún Dios- es el que fija lo injusto y lo justo. Ya todo está jugado o juzgado.

Pero empezamos hablando del Hay Festival de la paz y de los ritos neopaganos. Hay que releerse «Los cortejos del diablo: balada en tiempos de brujas», del novelista cartagenero Germán Espinosa, para darnos cuenta del retroceso que todo esto significa. En 1666 volaban brujas sobre el casco colonial de Cartagena, brujas engendradas por súcubos e íncubos de los corruptos encomenderos e inquisidores. Ahora en 2016 -desaparecida la Inquisición y minimizada la Iglesia- no se ha superado en absoluto el fenómeno religioso, sino que se ha transformado en las categorías metafísicas de lo político. Tan es así que aquellos bailes previos a la Firma de Paz sólo inmanentizan o mundanizan (absorben la idea de Dios) las promesas de salvación de las viejas religiones, pero imponiendo la pura voluntad de poder, sin ningún obstáculo de moral objetiva.

 

Desde luego, en el Hay Festival de la paz, no han dejado de asistir los intelectuales – la conciencia crítica de una nación.