EL hombre rebelde L’ Homme révolté») de Albert Camus y «La emboscadura» [«Der Waldgang»] de Ernst Jünger se publicaron  originalmente en 1951 para esclarecer el nuevo orden del mundo. Lo que Camus y Jünger criticaron de aquel «orden del mundo» ayuda a entender el que se ha impuesto durante 2020. Su clarividencia puede iluminarnos el camino. Ambos sostienen que la persona singular soberana no se deja atrapar ni aterrar por las cifras o el número.

La «filosofía de la fría contabilidad del crimen» fue sacralizada por el «ilustrado» Marqués de Sade (1740-1814), de quien se desprende el término «sadismo». El mass media ha asumido la pandemia del Covid 19 con aquella fría filosofía de la contabilidad del crimen. «Fallecidos por Covid 19 antes del 1 de marzo: 1023. Después del 1 de marzo: 2032. Total:. 3055». Como si cada muerto fuera igual a otro. Es la ilusión del número.
Vivimos en la época del nihilismo. El nihilista lo niega todo, salvo el cientificismo más vulgar; no ve otra cosa que cifras, números de enfermos y contagiados. Datos. Ciencia puesta al servicio del «terrorismo de Estado». Hay que salirse de las estadísticas. El automatismo y el miedo van estrechamente unidos.
Camus, en la tercera parte de su libro, reconoce a Jünger como el «único hombre de cultura superior que ha dado el nazismo». Como aquel que, en «Tempestades de acero»Stahlgewittern», 1920), tuvo la visión de un «Imperio mundial y técnico», de una «religión de la técnica anticristiana», cuyos fieles y soldados son los obreros. Para Camus, Jünger (el fascismo) se une con Marx (el comunismo) en esta idea tremenda: «El estatuto de un nuevo régimen de mando suple el cambio del contrato social. El obrero es sacado de la esfera de las negociaciones, de la compasión, de la literatura, y elevado hasta la de la acción. Las obligaciones jurídicas se transforman en obligaciones militares». Así, todos los problemas son militarizados, planteados en términos de poder y eficacia.
Pintura de Yolanda Pineda (1978)

En realidad, más que fascista o apólogo del fascismo, Jünger es un libertario. En 1922 lo que denuncia en «La guerra como experiencia interior» («Der Kampf als inneres Erlebnis») es la imposibilidad de un discurso coherente cuando un conflicto o enemistad absoluta resulta usurpado por las máquinas. Pues, si se piensa mejor, lo que hay es una «batalla de materiales» («Materialschlacht»)  que obliga a una movilización total. La motorización ha convertido, incluso al ciudadano más pacífico,  en un engranaje de la máquina mastodónica mundial.

 

En «La emboscadura», Jünger recoge varias ideas subversivas de Carl Schmitt: no sólo la del partisano, la de quien retoma un carácter telúrico para evitar las pretensiones absolutistas de una justicia abstracta, sino también la del Nomos y el Ethos. La «persona singular» ya no está en la sociedad como lo está un árbol en el bosque. Antes al contrario, se asemeja al pasajero de un trasatlántico que se va a estrellar contra los acantilados, al Titanic, cuya sensación de velocidad le hace pensar al individuo que goza de libertad. Pero no. Estamos sometidos a potentes ilusiones ópticas.

«La inteligencia – dice Camus – es nuestra facultad de no llevar hasta el límite lo que pensamos a fin de que podamos creer en la realidad. El pensamiento aproximado es el único generador de realidad». Basta, según Camus, anteponer la razón de Platón a la de Moisés. Es decir: «el diálogo a la altura del hombre resulta menos caro que el evangelio de religiones totalitarias, monologando y dictando desde lo alto de una montaña solitaria». Para la víctima, el presente es el único valor, y la rebeldía la única acción.

El mensaje final de Jünger, Camus y también de Antonio Escohotado es que una persona singular soberana puede derrotar a legiones de eunucos profesionales. Que uno debe creer en sí mismo; amarse y respetarse.