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El famoso ensayo de Walter Benjamin (1892-1940), La obra de arte en la era de la reproducción técnica, es más actual que nunca. Benjamin lo hizo y lo rehizo hasta sus últimos días, y por eso tiene al menos tres versiones: una alemana, «Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit» (1935); otra francesa, «L’œuvre d’art à l’époque de sa reproduction mécanisée» (1936), y una última de 1939, también en alemán, de la que suelen basarse sus traductores al español.
En el último apartado, cuando Benjamin afirma que sólo la guerra moderna vuelve posible movilizar el conjunto de los medios técnicos del presente bajo el mantenimiento de las relaciones de propiedad, notamos una equivalencia con la pandemia.
El covid-19 ha afirmado a la humanidad (o lo que se conoce así) ante el sistema de aparatos, es decir, ha puesto a esa humanidad al servicio de su propio triunfo, del triunfo de Microsoft, Google, Facebook, Zoom, etc. La humanidad, o lo que queda de ella, ha desacelerado el tráfico físico en función del tráfico de datos o cibernéticos. En lugar de trasladarse al trabajo o estudio, se conecta. Se ha vuelto ahora objeto de contemplación para sí misma. Su autoenajenación ha alcanzado un grado tal, que le permite vivir su propia aniquilación como un goce estético de primer orden.
El mass media ha asumido la pandemia con aquella fría filosofía de la contabilidad del crimen. Como si cada muerto fuera igual a otro. La ilusión del número. Datos. Pero no es posible librarse de las estadísticas.
Si el movimiento de masas de nuestros días tienen que ver con la reproductibilidad técnica del arte, con la capacidad de concentrar grandes multitudes alrededor de una película o del video de una canción, el crecimiento de la teoría estética es proporcional a la creciente importancia de la estadística. YouTube incorpora explícitamente el conteo de visita. Es parte de su estética.
Los movimientos de masa se representan por lo general más claramente ante el aparato que ante la mirada.
Para Benjamin el arte ya no tiene “aura”. Pues tanto el arte como la literatura se definen por las condiciones de transmisión, no por su significado intrínseco. Al multiplicar sus reproducciones, en lugar de su aparición única, aún la más sublime o singular pieza musical goza ya de su masificación (sein massenweises). Esto trae una desestabilización de la tradición [einer Erschütterung der Tradition]. Desestabilización, shock, que tiene que ver con el movimiento de masas de nuestros días, cuyo agente más poderoso es el cine.
El cine es la forma artística que corresponde al acentuado peligro de muerte en que viven los hombres de hoy. O el cine es una forma de arte apropiada para el creciente peligro de muerte que enfrenta la gente de hoy (Der Film ist die der gesteigerten Lebensgefahr, der die Heutigen ins Auge zu sehen haben, etsprechende Kunstform). El peatón o el conductor en el tráfico de la gran ciudad aprenden en el cine a vadear obstáculos; el habitante de Medellín durante la década de 1990, gracias a las películas, aprendió a alarmarse ante el sonido de una moto con parrillero. Este hecho, cuyo alcance no necesita resaltarse, está en estrecha conexión con el desarrollo de la técnica de grabación y reproducción.
El fascismo se dirige hacia una estetización de la vida política (Der Faschismus laüft folgerecht auf eine Ästhetisierung des politische Lebens hinaus). O el fascismo se dirige más a una estetización de la vida burguesa u oligarca y, en Colombia, a una estetización del narcotráfico.
El cuerpo es el sitio en el que se inscriben las diversas tecnologías de nuestra cultura, el eslabón de conexión al que y desde el cual corren nuestros medios de procesamiento, almacenamiento y transmisión. Pues de hecho el sistema nervioso es un aparato mediático, por decirlo así, con una elaborada tecnología. Nuestra temperatura corporal, tomada en cada establecimiento, ha de alimentar las máquinas de inteligencia artificial. Ellas nos condicionan.