El protagonista de esta novela es un biólogo y el narrador lo llama tal cual, el biólogo. El biólogo parece provenir de un cuento anterior de Juan Cárdenas, el de “Melodía sentimental” (incluido en Carreras delictivas, 2008). El biólogo encarna el costumbrismo globalizado de nuestros tiempos: un muchacho nacido y criado en una ciudad de provincia que ha pasado mucho tiempo en Europa (estudiando, se supone) y que al volver a su ciudad natal, cuya mancha urbana ya se ha extendido por potreros y descampados, hace amistad con dealers y freaks.

El biólogo se asegura de entonar el acento local al merodear por el centro. Supone que, para los lugareños, él no sonará como un extraño. Pero él mismo advierte que, cabalgando en su acento local, hay una mezcla de otros acentos y de varios léxicos. El biólogo ha aplicado en Europa el darwinismo social o lingüístico para sobrevivir: la asimilación o imitación de acentos o léxicos. Pues si no se asimila o imita el rudo acento de la Península Maternal, por ejemplo, el biólogo o escritor latinoamericano no pasa de ser otro «sudaco» en Madrid.

No se puede ser auténticamente americano si uno no es a la vez naturalista, le decía un tío. El biólogo quiere explorar las pasifloras y también la historia de los jesuitas naturalistas. Sólo que el biólogo ya no tiene ni quiere horas de estudio. Éstas se le escapan como agua entre los dedos al tratar tanto con el dealer como con la mesera del bar; con el fantasma de un hermano pequeño como con las alumnas de un colegio de monjas.

Los valores positivos del Primer Mundo, la dignificación de la vida colectiva y el perfeccionamiento de la especie (¿darwinismo?), contrastan con la pereza y la falta de civismo de aquella ciudad tercermundista, colonial y mezquina. Pero eso ya no le importa mucho al biólogo. Pues, en el fondo, él celebra en aquella ciudad andina la ausencia de los aspectos negativos del Primer Mundo: que ya no haya la terrible tensión racial, el prejuicio de origen (Blot und Boden), el orgullo imperialista, la moralidad puritana.

El diablo de las provincias, en su costumbrismo globalizado, se une aunque no lo persiga (y aunque no alcance aún tales alturas) a una tradición de escritores europeizados, es decir, auténticamente americanos, tales Álvaro Mutis (la saga de Maqroll el gaviero),  Alejandro Rossi (La fábula de las regiones), Sarmiento (Recuerdos de provincia), cuyo propósito es la (des) configuración política de un orden diabólico, el del centralismo y el intracolonialismo latinoamericano.