En 2019, un año antes de la pandemia, Daniel Rodríguez Barrón publicó Retrato de mi madre con perros, una novela breve en la  que describe a la gente con cubrebocas y guantes de látex, «hurgando como ratones en su teléfono». El Gobierno ha decretado una peste, «un virus cuyo nombre era una combinación de letras y números, casi un password que los ciudadanos repetían como un mantra hipnótico y los mantenía como rehenes de sí mismos». Por poco da Rodríguez Barrón con el nombre exacto poco antes de la declaración de alarma de la OMS (Covid-19). Ha sido un buen lugar común entre ciertos escritores de la Ciudad de México, dada la monstruosidad de semejante megalópolis, plantear escenarios postapocalípticos. Monsiváis hablaba coquetamente de Apocalipstick.

La insistencia en la comunicación con los muertos por parte del protagonista narrador de Retrato de mi madre con perros no debería parecer extraña para nadie inmerso en la tradición literaria ni en el estudio de los medios. El telégrafo inalámbrico es un correlato de la tabla ouija. El cine es la condición de la guerra moderna, del simulacro bélico y hasta del psicoanálisis.

La novela de Rodríguez Barrón comienza con un ataque de pánico que el protagonista sufre en una sala de cine. Al igual que un disparo o un bombazo el cine desata una sorpresa psicológica. El cine prepara al protagonista para la «nueva normalidad» en donde ya hay drones vigilando a la gente que trabaja arduamente en sus celulares. Estos también vigilan el lenguaje políticamente correcto, es decir, prohíben cualquier «clase de discriminación por edad, sexo u orientación sexual», so pena de un shitstorm en las redes sociales. El presidente se aparece en la pantalla del celular de cada ciudadano y ya es un holograma disfrazado de héroes patrios que regaña hasta por un mal pensamiento.

Ya no hay proletariado ni burguesía. Ha aparecido una nueva clase social controlada por simulacros y empleada por la Gran Inteligencia Artificial. Rige una filosofía posthumanista. Para el protagonista narrador, el ser humano es un puñado de nervios y excreciones que revienta todo el día y toda la noche fabricando mierda, sangre, semen y lágrimas. El cuerpo humano es una máquina de procesamiento de datos. Un medio al servicio de otros medios. En la nueva ontología, el ser humano ya no es ser para la muerte (Heidegger). Es ser para la tecnología (Kittler). La posverdad no es sino la autoridad.  Auctoritas non veritas facit legem (Hobbes). «– Estás infectado. – La peste no existe, es un invento. – En todo caso, hay que cuidarse», se pregunta y se responde a sí mismo el esquizofrénico protagonista-narrador.

Por las menciones a Edipo y a Yocasta esta novela también rinde un pequeño homenaje a la tragedia griega. No se olvide que la tragedia griega honra la libertad humana de antemano derrotada por la fuerza superior del destino. Pero la derrota del hombre cristaliza su libertad, su lúcida compulsión a obrar polémicamente, lo cual determina la sustancia de su yo (Schelling, Philosophische Briefe über Dogmatismus und Kritizismus, 1795, citado por Steiner, Antígona, 1984).