El pasado 3 de agosto de 2024 falleció el profesor de la Universidad Nacional de Colombia, David Jiménez Panesso, quien recibió varios reconocimientos, incluyendo el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia en 1987 y el Premio de Colcultura en 1996 (un año antes de que Colcultura desapareciera bajo el gobierno de Samper). La noticia de su muerte me la transmitió Efrén Giraldo, quien me sugirió escribir algo al respecto. Lo haré a continuación.
Dado que somos pocos los que nos dedicamos a la crítica literaria, no conviene dejar pasar la ocasión para recordar brevemente que el profesor David Jiménez publicó en 1992 un clásico sobre el tema, al menos entre los especialistas, titulado Historia de la crítica literaria en Colombia (disponible en acceso abierto en la Biblioteca Digital de la Universidad Nacional). Este libro analiza cómo se ha leído e interpretado la literatura en el país desde 1867 hasta mediados de 1950, centrándose en figuras como Baldomero Sanín Cano y Hernando Téllez.
La importancia de contextualizar la crítica literaria colombiana
¿Por qué es tan importante contextualizar la crítica literaria colombiana? Porque la crítica literaria en general es la base de las demás críticas y de toda interpretación textual, incluida la legal o jurídica. Básicamente, consiste en el arte de leer e interpretar lo que se lee. Sin sensibilidad hacia el lenguaje poético o musical, es difícil penetrar en el sentido de las palabras. La crítica nace en Grecia y comienza con la lectura de Homero, el inventor de nuestro alfabeto. Dicho sea de paso, toda la teoría política de Platón, toda la República, es en realidad un extenso comentario a Homero.
El trabajo historiográfico de David Jiménez está hecho desde la perspectiva de un liberal. En uno de sus últimos ensayos académicos, «El apocalipsis y el idilio» (incluido en el libro La restauración conservadora 1946-1957, editado por Rubén Sierra Mejía y publicado por el Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia en 2012), Jiménez realiza un agudo acercamiento a la crítica conservadora de Laureano Gómez contra la cultura moderna. El patriarca conservador exaltó, a veces de manera desaforada, lo hispánico bajo la suposición de que esa era nuestra «verdadera» y «única» identidad. Todo lo que se apartara de la tradición hispánica y católica se alejaba de la identidad nacional colombiana, siendo Gómez un ferviente defensor del nacionalismo católico. Todavía en 1950, dos años después de los desmanes del Bogotazo, Gómez insistió en que la historia colombiana era una lucha contra las fuerzas del liberalismo. Semejante retórica apocalíptica influyó en la crítica literaria al reforzar una narrativa que privilegiaba la continuidad con el pasado conservador. Incluso un escritor «liberal» como Eduardo Caballero Calderón se contagió de tal ideología. En realidad, la cultura conservadora de Laureano Gómez no pasaba de ser superficial y frívola.
Para David Jiménez, el precursor de la crítica moderna en Colombia es Baldomero Sanín Cano. En un artículo de 1894 para la Revista Gris, titulado «De lo exótico», Sanín Cano retoma varias ideas del cubano Enrique José Varona para oponerse al nacionalismo patriotero y conservador. Para irritar a Miguel Antonio Caro, Sanín Cano insistió en que, por más castizos que seamos en la tradición española y grecolatina, seguimos siendo exóticos a los ojos de los europeos o angloamericanos. Cuando José Asunción Silva regresó de París, donde estuvo entre 1883 y 1885, y adoptó por pose y provocación cierto acento francés al hablar español, lo que le granjeó la inquina de sus contemporáneos que lo apodaron «José Presunción», Sanín Cano comprendió en ese gesto vanidoso la paradoja de una «simulación auténtica». Incluso Sanín Cano parece ser uno de los personajes de la novela de Silva, De sobremesa (escrita entre 1887 y 1896, pero publicada póstumamente en 1925), al discutir sobre Nietzsche. No hay que olvidar que Sanín Cano se suscribió a la revista Deutsche Rundschau, de Berlín, y dio a conocer la obra de Nietzsche en Bogotá antes incluso de que se conociera en Madrid. Con desafío nietzscheano, Sanín Cano insistió en la necesidad de un nuevo tipo de universidad que rompiera con los viejos moldes y se constituyera en un instituto absolutamente libre, de pórticos siempre abiertos para los autodidactas.
Aunque se apartó del liberalismo radical de Juan de Dios Uribe, más conocido como el Indio Uribe, y del realismo socialista de la izquierda dogmática, a David Jiménez se le podría reprochar tanta fe en el liberalismo clásico inglés (él había hecho un máster en la Universidad de Essex, Inglaterra). Es discutible su idea de que la crítica sea una invención kantiana y que solo tome forma después de la modernidad industrializada de 1870. Con todo, lo argumenta muy bien en otro libro posterior, Fin de Siglo. Decadencia y modernidad. Ensayos sobre el modernismo en Colombia, publicado en 1994 por Colcultura. En él, Jiménez ofrece un análisis crítico de la transición cultural en Colombia en el cambio de siglo 1800/1900.
Quiso continuar su historia de la crítica en uno de sus últimos libros, Poesía y canon: los poetas como críticos en la formación del canon de la poesía moderna en Colombia (1920-1950). La tesis central del libro es fascinante y provocadora. Jiménez argumenta que los poetas no solo han sido creadores, sino también críticos que han jugado un papel crucial en la selección y promoción de obras dentro del canon literario colombiano. Analiza cómo estas decisiones no siempre se basan en criterios estéticos, sino que a menudo están influenciadas por factores extraliterarios como la política, la clase social y el género. El libro está estructurado en cuatro capítulos y concluye con un análisis de movimientos como Piedra y cielo, Cántico y Mito, en tiempos en que los poemas tenían el mismo nivel de popularidad que los éxitos musicales. Pero esto ya es otra historia.
La partida de David Jiménez Panesso nos deja un legado invaluable en el ámbito de la crítica literaria colombiana. Su obra, que abarca desde el análisis de la tradición crítica hasta la exploración del papel de los poetas como críticos, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la interpretación textual en nuestra cultura, por lo demás tan leguleya y apegada al texto. En un país donde la escritura y la lectura debería ser el cimiento de toda interpretación, recordar su contribución es esencial. Jiménez nos enseñó que, más allá de las ideologías, la crítica debe ser un espacio de libertad y diálogo, un puente entre el pasado y el presente. Una ventana a la historia.