¿Alguna vez escucharon de ‘La Mojana’? Es una región situada al norte de Colombia, delimitada en gran parte de su territorio por los ríos Cauca y San Jorge, los cuales forman un gran sistema cenagoso y de humedales de gran relevancia ambiental, regulador de caudales, que albergan una rica biodiversidad de fauna y flora silvestre, y que cuentan con la viabilidad productiva en el campo agropecuario y pesquero. Está conformada por los municipios de: Magangué, Achí y San Jacinto del Cauca en el Departamento de Bolívar, Nechí en el Departamento de Antioquia, Ayapel en el Departamento de Córdoba, Majagual, Guaranda, San Marcos, Caimito, San Benito Abad en el Departamento de Sucre[1]… Podría seguir arrojando datos al azar, pero mi interés en esta zona radica en su parámetro particular para medir las relaciones del hombre con un entorno cambiante, donde las técnicas se transfiguran y acomodan al lugar de origen. El río ha sido el elemento cohesionador, comunicador e, incluso, la fuente de creación de modelos de producción como la pesca, así como de la cultura misma.

Debido a su escenario de aislamiento geográfico en las zonas rurales, donde la escasez de medios de transporte eficientes es la principal dificultad para comercializar, ir a colegios, centros de salud, o para realizar cualquier actividad cotidiana para satisfacer sus necesidades domésticas, la canoa, como transporte fluvial, constituye uno de los primordiales elementos de esta cultura, entendida como un sistema de códigos de la significación que hacen posibles el reconocimiento, la comunicación y remite a un paraíso de signos, sentidos y de formas de percepción históricamente formados.

Histórica, sí, puesto que desde la conquista, incluso en la colonia, estuvo presente la singladura del río Magdalena y el bajo Cauca y existían las balsas y las embarcaciones de madera. Las principales, por su tamaño y capacidad, fueron los champanes[2] -canoas-, meras construcciones humanas, en el contexto histórico, social y geográfico de los hombres, que en el fondo manifiestan la manera en que cada cultura constituye sus clarividencias y la relación con el medio tanto natural como social. Situando en él sus imaginarios, percepciones, los discursos con los que hablan y lo imaginan.

El río resulta, entonces, un medio para comprender las relaciones comerciales, comunicativas y la instalación de los límites de un territorio. Los habitantes de esta región acondicionaron su vida al escenario dado por la geografía utilizando un objeto dominado por una técnica corporal.

Pues bien, desde los bogas hasta los actuales pobladores de La Mojana se hace innegable el esfuerzo físico de los remeros; esfuerzo que deriva de una técnica ancestral, que ha pasado de generación en generación. Y es que no hay técnica ni transmisión mientras no haya una tradición[3]. El niño, acostumbrado a ver a sus mayores recorrer en una canoa el territorio, desde pequeño imita esos movimientos en pequeñas embarcaciones construidas con menos tecnificación –troza-, pero con la finalidad de ir afianzando una práctica cultural.

De esta manera, la geografía y el cauce del río son los medios que permiten al objeto, la canoa o champán, trasladarse mediante las técnicas del cuerpo de los habitantes que han modificado sus vivencias respecto al espacio que habitan. Pescadores que anhelan conservar su territorio (del «otro”, el de afuera) para ejercer sus labores. El champán es portador de movimiento, comunicación y cultura a través del agua y del tiempo.

 

Fuentes:

[1] Urquijo Merchán, Carolina, Maribel Vargas Gámez. Caracterización territorial y de inundaciones en la Región de La Mojana.Universidad Católica de Colombia, Facultad de ingeniería programa de ingeniería civil, Bogotá, 2013.

[2] Silva Fajardo, Germán. Champanes, vapores y remolcadores; Historia de la navegación y la ingeniería fluvial colombiana. Academia Colombiana de Historia de la Ingeniería y las Obras Públicas, Cuaderno de Historia No1, 2009

[3] Mauss, Marcel. Técnicas y movimientos corporales,  Sociología y Antropología, Madrid, 1991