«Quién pudiera ser como el río, ser fugitivo y eterno.»
-Dulce María Loynaz
«Despiértame cuando pase el temblor» sonaba mientras caminaba y de un golpe, desperté. El conjunto de elementos sígnicos que afloraban ante mis ojos hizo que bajara el ritmo de mis pasos, me desvié de mi destino para contemplar de cerca el paisaje, transeúntes iban y venían pero en ese momento me resultaron distantes. Mi atención estaba en el agua que corría y el lenguaje que se regocijaba en sus meandros cargado de historias, más de las que podría resumir.
Por aquí pasaron los zenúes en sus balsas, «por el río arriba y los del Cenú llevan mantas y sal, indios y piezas de oro labradas» [1], vapores desde Cartagena, los franceses con clarinetes, los árabes y sus telas y tantos otros, meditaba, mientras me acomodaba en la banca de la esquina con el mural de fondo que cuenta la historia de Lorica en esos días.
El sol a mi izquierda, grande y de color naranja se asomaba en el cielo y su reflejo titubeaba en el agua. Vi pasar una canoa acompañada de las ondas del río por debajo, el pescador y su atarraya y no pude evitar tararear a Totó, pensando que para los pescadores su tierra es el agua, la vida transcurre al ritmo del agua, de sus cambios y sus repercusiones, adaptan su cotidianidad a las dinámicas del río, conociendo el tiempo de subienda así como las dificultades (contaminación, sedimentación, etc.)
De esa manera va pasando la vida, con aguas que no son las mismas y un paisaje que cambia con el tiempo debido a las huellas y signos que los seres humanos vamos dejando en él. Los zenúes, por ejemplo, adaptaron todo un sistema de riego para el aprovechamiento del agua en el trabajo agrícola, por esta razón, Fals Borda nos adjetivó como una cultura anfibia[2].
Allí estaba frente al majestuoso Sinú el río que Cronistas españoles de los siglos XVI y XVII describen en sus relatos de viajes como «fantástico lugar de disputa y conquista». El río que había visto una y otra vez y hasta había mojado mis pies en sus aguas, pero nunca antes me detuve a entenderlo como la experiencia trascendental de quienes lo han recorrido con sus diferentes vivencias, como eje principal de sostenibilidad y asentamiento del hombre, forjador de identidad que armoniza con su entorno y territorio, en otras palabras, el río que fluye a través de la vida de cada persona.
Fuentes:
[1] Citado por, PLAZAS DE NIETO, Clemencia & FALCHETTI DE SÁENZ, Ana María. Orfebrería Prehispánica de Colombia. Pág. 39.Boletín Museo del Oro Banco de Colombia. Año 1. Septiembre – Diciembre 1978. Bogotá.
[2] FALS BORDA, Orlando. Historia doble de la costa, 1ª. ed., Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979.