-«¿Historiadora? ¡Puf! No pareces historiadora, además pensé que los historiadores solo eran hombres y viejos».

Fotografía: Tomás Efraín Pérez Duarte

¿Por qué Historia? Esa fue la pregunta con la que nos inauguraron en la universidad. Aún recuerdo un par de respuestas de mis compañeras: algunas amaban la historia desde pequeñas, otras habían sido motivadas por un profesor en la escuela, la mayoría después de recorrer otras carreras sin éxito querían experimentar, luego estaba yo, que simpatizaba con las primeras, pero solo años después encontraría la respuesta.

Estudiar Historia para mí no representó una mera elección, sino la oportunidad de generar cambios sociales y culturales, ser historiadora es la manera en la que puedo contribuir a transformar pensamientos. De la historia me sostuve con fuerza en la búsqueda de dignidad social, cuando por ser mujer era juzgada si me gustaba cierto tipo de música, vestía con escotes o incluso por tener muchos amigos hombres. La historia es la respuesta a mis interrogantes para los cuales este tipo de prejuicios no resultaron ser persuasivos, puedo ponerme un traje de baño chiquito, bailar reggaeton, hablar de temas superficiales, banales y aun así seguir siendo historiadora, sin que una cosa anule la otra.

Nací y crecí en un municipio de costumbres detenidas en el tiempo. Donde cada año recibía los mismos monólogos de los profesores, sobre héroes, escritores, próceres, mártires, científicos y filósofos. Pero no había espacio para ellas, aquellas mujeres que resultaron ser mi inspiración más genuina. Hoy, con 24 años, entiendo que hay que hacerse escuchar, que la visibilidad se alcanza con firmeza y determinación, un trabajo de años que históricamente ha ido dejando sus frutos en el camino.

Luego de aprender de grandes mujeres que encontraba en los libros, en las conversaciones con mis amigas, profesoras y familiares, fui consciente de mi pertenencia a un conglomerado incorpóreo que me enorgullece. Descubrí que la voz estaba latente más allá de aquellos salones de clases e, incluso, en el mismo hogar donde el discurso patriarcal predominaba. Que los retoños de Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Rosa Luxemburgo y Lou Andreas-Salomé entre otras, somos nosotras, las que seguimos creciendo, luchando y resistiendo.

En las oportunidades que he tenido de enseñar, he comprobado que cambiar el mundo no se trata de actos magnánimos si a partir de cada estudiante puedo generar transformaciones, modificar actitudes, romper patrones y hacer historia. Darle voz a lo que se ha omitido, eliminado, silenciado, a las mujeres que han quedado relegadas al olvido, motivar a otras que como yo han sido curiosas, a seguir investigando, a seguir escribiendo, a seguir develando la lucha en aquella amiga periodista que escribe sobre justicia transicional y género, o la licenciada que encamina a sus estudiantes a ser científicas, en la madre que se reinventa con su máquina de coser, en la hermana que soltó los paradigmas, la madrina que a pesar de tantas negativas hoy está a un paso de ser doctora… Y  la lista sigue creciendo.

¿Historiadora? Sí, ¡soy historiadora y soy mujer!