“El mero conocimiento no es sabiduría, la sabiduría sola tampoco basta. Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros.”

-Héctor Abad Gómez.

Desde mi corta y reciente experiencia, con deseos de seguir enseñando, aprendiendo, formando y formándome, me atrevo a expresar algunas reflexiones sobre la práctica docente en la educación superior.

Dadas las demandas globales, los docentes universitarios estamos obligados a desarrollar un competente sentido crítico, pero también ético. Estas cualidades solo se desarrollarán en la medida en que se rompa con la concepción errónea de centrarnos solo en nuestra área de estudio, olvidando integrar otros componentes que complementan el proceso formativo.

Si bien estamos encaminados a relacionarnos con los objetos estudio de nuestra materia, conocer y manejar las nuevas tecnologías, proporcionar las herramientas que propicien el trabajo colaborativo, incentivar la responsabilidad y autonomía asertiva, invitar a la reflexión y participación, también el perfil del docente universitario contemporáneo incluye el tratamiento de elementos sociales y humanísticos;: generar simpatía con los estudiantes, comprender el rol de quienes están recibiendo nuestra formación, empatizar con sus emociones y sentimientos para mejorar la transmisión de ideas, mirar al estudiante como un individuo que comparte con nosotros una sociedad.

La practica y labor docente requiere PASIÓN, pasión por el servicio a los demás, pasión para formar, pasión para brindarle a la sociedad personas con valores, empáticas, respetuosas, autónomas, apasionadas, auténticas… Por esta razón, la formación del docente se refuerza en el crecimiento humano, cultivando y trabajando en las cualidades psicológicas, éticas, sociales, en la aceptación y atención de los estudiantes. Es un trabajo constante, de compromiso permanente con la educación, con los estudiantes y con la sociedad.