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Era el año 2013, me sentía muy deprimido y angustiado por mi situación. Un hombre de 46 años de edad, sin pareja estable, en búsqueda de trabajo aquí y allá y sin obtener algo para estar bien en mi país, Colombia.

Una vez, una amiga en Atlanta, Georgia, me dijo que podía irme para allá y quedarme en su casa algunos días y así buscar algo para trabajar y poderme quedar. Pero la dicha no es completa: no tenía visa y además me la habían negado en varias oportunidades. ¿Qué hacer?

Pues cogí impulso y pedí la entrevista en la embajada americana. Esta vez la suerte me acompañó y me dieron la visa. Ese día estaba muy nervioso, pero gracias a Dios esa vez el dinero invertido no se perdió.

Ya con visa en mano traté de comunicarme con mi amiga, pero me fue imposible, por lo cual dije: “¡Cómo es la vida…!, antes tenía el sueño de irme y no podía porque no tenía la visa; ahora la tengo y ya no está el contacto que me animó a continuar”.

Pasó el tiempo y hablé con una prima que vive en Nueva Jersey,  le conté lo de la visa y también que había perdido contacto con la persona que me iba ayudar. No obstante, mi prima me hizo cambiar el rumbo y me invitó a quedarme en su casa.

Enseguida preparé viaje con la esperanza de encontrar trabajo, porque en Colombia y a mi edad, ni pensar en conseguir empleo. Después de ocho días de haber llegado a Nueva Jersey, con muchas expectativas y deseos de conocer más ese país, me dirigí al banco a abrir una cuenta de ahorros con los dólares que había llevado desde mi Colombia y ¡uff!, ¡qué suerte!, me encontré con una persona maravillosa en el banco, quien me atendió muy bien y desde ese momento fue mi asesor bancario.

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Él hablaba español un poco enredado, pero se hacía entender. Su ayuda fue espectacular porque me ayudó fácilmente a abrir la cuenta. Sin embargo, desde ese momento me di cuenta que aquel empleado quería ser más que mi asesor bancario. Ante esto no puse ninguna resistencia porque la persona me hacía sentir muy bien, de hecho, compartimos muchos datos personales y estuvimos saliendo varias veces a tomar café.

Unos días después él me propuso que fuera su ‘chavo’ y yo le respondí: ¡Sí!, por lo que él me agradeció el gesto de aceptarlo.

Después de unos meses tuve que viajar a Colombia por el vencimiento de la visa y  en ese momento me propuso que nos casáramos, a pesar de que en esa época no había unión civil aprobada para parejas del mismo sexo. Sin embargo, como los dos queríamos mantener una relación estable nos comprometimos y regresé a Colombia.

Continuamos comunicándonos y prometiéndonos el amor y la ternura más grande de este mundo porque estábamos felices de haber encontrado nuestra media naranja y a menudo hacíamos comentarios sobre cómo el destino nos había puesto en el camino a los dos, quienes buscábamos relaciones estables y maduras.

Después de seis meses, él viajó a mi país  Colombia y así tuve la oportunidad de llevarlo a conocer muchos lugares, de los cuales quedó maravillado por tanta belleza colombiana.

Unos meses después, él me invitó a su casa, y como si hubiese sido todo planeado, aprobaron la ley que permite matrimonios de personas del mismo sexo en el estado de Nueva Jersey. De hecho, déjenme contarles que fuimos los primeros en hacer el acto: nos casamos.  No fue una ceremonia grande, porque no tenemos muchos amigos en común con las mismas ideas y eso es triste porque definitivamente es algo que define tu vida por el resto de tus días. Yo tenía que regresar a Colombia, para dejar todo arreglado y con mucho dolor dejé mi país para irme a vivir con quien ahora es mi legítimo esposo y con quien hemos vivido maravillosamente una relación con la que me siento muy bendecido.

**Esta historia es real, gracias a un lector.

* Condolezza quiere ser tu amiga, escríbele y cuenta tu historia a  condolezzacuenta@hotmail.com  Twitter. @condolezzasol.   Todas las historias serán revisadas y corregidas para ser publicadas. Se reservarán los nombres reales, cambiándolos por un alias.