En una noche fría de diciembre acostado en mi habitación con mi BlackBerry esperando que esa sensación de ardor y cansancio llegara a mis ojos para irme a dormir de inmediato, evitando así las tormentosas vueltas en la cama. Estaba en Twitter, ‘stalkeando’ todo tipo de cuentas y perfiles hasta que por accidente llegué a la de una muchacha muy bella y al parecer muy popular, pues tenía muchos ‘followers’.

Miré su avatar: una foto de aquella de esas personas que parecen haber nacido para ser modelos, pues aunque parecía haber sido tomada desprevenida, lucía impecable. Ella estaba acostada en su cama abrazando una almohada, con su cabello negro y liso hecho un lío, como les queda a las mujeres cuando parecen haber estado revolcándose; con saltones ojos negros todavía saliendo del ensimismamiento del sueño y unos grandes rojos y hermosos labios. Analicé cada uno de sus trinos. Recuerdo uno que decía:

“La pizza quemada, la cerveza congelada y la mujer embarazada son consecuencias de no haberla sacado a tiempo”.

En general eran muy ingeniosos, divertidos y tan dicientes a la vez. Sus seguidores ascendían a los 40k y la quise seguir, pero antes de pinchar en el botón que decía “follow” lo pensé varias veces, pues estaba convencido de que me convertiría en un número más, que alzaba su popularidad y su ego también, lo cual me desagradaba, de igual forma me arriesgue y pulse en “Seguir”.

Luego de unos minutos ella me había dado “follow back”. Pensé que lo había hecho por error y no tardaría en deshacer la acción. Sin embargo, no podía evitar la oportunidad y decidí enviarle un mensaje por directo, seguro que ella no lo contestaría. De nuevo me equivoqué, pues casi un minuto después ella me respondió. Quedé sorprendido buscando alguna explicación razonable que me dijera por qué la bella había correspondido el saludo de la bestia, sin embargo, seguí hablándole para ver qué pasaba y en ese tono, nos fuimos conociendo; al cabo de dos horas nos escribíamos por WhatsApp y a los días ya nos veíamos por Skype.

Los días pasaban, me gustaba y la quería cada día más, pero nunca dejaba de sentirme triste, pues sabía que nunca ocurriría algo entre nosotros, ya que además de ser tan opuestos el uno al otro, había algo mucho más grande que nos separaban: 1.200 km desde donde yo vivía hasta donde se ella hallaba. No sé cómo paso o cuando ocurrió, pero llegamos al punto de desearnos y prometernos.

En las videollamadas que realizábamos todas las noches hablábamos del día en que nos conoceríamos y de lo que haríamos, entre otras cosas.

Eran tan fuertes las ganas de vernos y conocernos que al poco tiempo compré los tiquetes de avión para dicho encuentro.

Era enero. Me levanté, miré el calendario. Había llegado el día cero, el día con que había soñado tantas noches. La felicidad era inigualable; ya solo nos separaban tres horas en un avión. La hora del encuentro no dio espera; cuando nos encontramos frente a frente fue como lo dice la canción: dos corazones a mil millas por segundo salieron disparados locamente enamorados y nada los detuvo, terminaron enredándose.

Entramos a un centro comercial; mientras ella estaba en el baño, yo entré al de hombres. Cuando me lavaba las manos noté que en la pared había un dispensador de condones. Estaba saliendo del baño y ella se encontraba esperándome afuera en la puerta; vio que no había nadie más y con fuerza me empujó hacia dentro metiéndonos en un cubículo, donde empezó a besarme y agarrarme con fuerza. Pareció leerme la mente, debido a que en el momento que iba a sugerir utilizar el dispensador que estaba en la pared, ya no era necesario: ella lo había hecho ya.

Después de salir del baño nos sentamos en una mesa en la plazoleta de comidas. Hablamos 10 minutos antes de sacar cada uno su teléfono y revisarlos; luego de responder los mensajes, abrí Twitter: el tuit apareció de primero, publicado hacía dos segundos, decía: “Ese momento incomodo cuando estas con la persona que querías conocer, pero te das cuenta que todo era más lindo cuando solo se veían por Skype”.

 

**Gracias a un lector. Rubén Balanta

*Fotos 123RF.

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