Había una vez un hombre llamado Pablo que conoció a una bella dama, en un lugar y en una situación común y corriente:
Después de los preliminares en cuanto a sus profesiones y las preguntas de rigor, él pregunta:
─¿Por qué no te has casado y qué esperas de una relación?
Pero ella entabló una buena perspectiva de destino, mas había cosas que no la convencían totalmente; esas situaciones se fueron volviendo más importantes, pues ella buscaba un estereotipo de hombre al cual ella aspiraba o siempre soñó.
En resumen, era un buen hombre, pero sentía que allá más adelante estaría el que ella siempre tuvo en mente.
Pasaron algunos más: Pablos, Roberto, Cesar. Nelson, Omar, Carlos, etc… pero no cumplían con lo soñado. Pasaron 25 años más y ella reacciona y se dice: “Tengo que replantear mi sueño”. Esto porque sus amigas ya estaban casadas y sus hogares ya conformados, por lo que la cuestionaban:
─¿Por qué eres tan exigente?
─Los príncipes sí existen, lo que debo modificar es el ‘reino’.
A la edad de 50 años, vuelve y se pregunta:
─Pero si soy una buena mujer de buenas costumbres, ¿por qué no consigo a una persona que me acompañe en el camino que me falta?
Pero no encuentra respuestas.
Es entonces cuando se encuentra con un ‘príncipe’ que le dice:
“Pasaste los mejores años de tu vida buscando a alguien como yo sin sacrificar unos sueños etéreos, con condicionamientos que solo estaban en tu mente, tuviste varios y mejores que yo, que llenaban tu vida en un 70 %, pero anhelabas el 100 %”.
Y continúa:
“Uno debe esperar lo mejor, no te lo niego, pero cuando pidas un 100 %, tú debes acercarte al 60 % en tolerancia. Ahora llego yo que puedo darte un 50 %”. ¿Me aceptarías sin reparos? ¿Qué ha cambiado en estos años? ¿Sientes que te quedaste sola? ¿Por qué no sigues esperando al príncipe del 100 %?”.
“Estás vulnerable en este punto. Yo como príncipe te valoro y te entiendo (por eso soy el príncipe), y te demuestro que no vas a necesitar el 100 % de nadie, solo con un 30 % de amor bien entregado se puede llevar una vida. Si das más, pues notarás la diferencia cada día”.
El príncipe estuvo con ella tres meses y nunca más volvió. Pero fueron los tres meses más felices de su vida. Supo qué era dar sin esperar un retorno. Aprendió que nunca hay el 100 % de nada y que, como ella, hay millones de mujeres esperando príncipes que no existen.
Los príncipes los creaba ella y en cualquier momento los pudo tener, así fueran Pablo, Roberto, Cesar. Nelson, Omar o Carlos.
Moraleja: todo el que se fija en ti es un príncipe o una princesa potencial. En tu mente está crear el ‘reino’. Prueba en reinos quebrados, pues en reinos opulentos todo príncipe y princesa funcionan”.
Atte. EL PRINCIPE
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