Una mujer camina por las calles de Nueva York, las personas van a su lado, pero ella no mira a nadie. Ella, en sus pensamientos, encierra un misterio en su mente: ¿en qué piensa? Aún no lo podemos saber. La soledad y la melancolía la consumen.
Camina de prisa, llega a un gran almacén de ropa, se mide algunos trajes, rechaza otros y escoge los que le gustan. Compra zapatos y carteras, y se dirige nuevamente a la calle con sus compras en la mano.
Sigue caminando… Sus pensamientos nuevamente la dominan. Llega al hotel donde se está quedando algunos días, pues viajará a otro lugar. Sus viajes son de placer, no tiene a nadie a quién reportarle sus vivencias. En cada ciudad deja a un conocido que tal vez nunca volverá a ver.
Un día se encontró con un hombre en la calle que le preguntó: – “Una mujer tan hermosa en una ciudad tan grande, ¿por qué anda sola?»
– Ella le responde con ironía: “Porque la ciudad tiene variedades de cosas que necesito para complacerme”.
─¿Es posible que yo me encuentre en esa variedad?, pregunta el hombre.
─Quizás, pero… ¿cumple con mis requisitos? ─contesta ella
El hombre la invita a tomar un café para seguir conversando y conocer un poco más a esa mujer que tanto le ha llamado la atención.
Ella acepta el café… están sentados mirándose el uno al otro. Ninguno de los dos habla, solo se miran y toman café. El silencio de los dos hace parecer que estuvieran solos, cada uno en su pensamiento.
Él piensa: “Es una hermosa mujer» – ¡me gusta!
Ella piensa: – ¿Qué hago aquí con este hombre? – ¿Por qué le acepté este café?
Sus pensamientos giran en sus mentes, pero ninguna palabra se escucha de los dos. El tiempo corre, ella se levanta, le agradece por el café, él la mira y le hace un gesto de aceptación. Ella recoge sus paquetes y se dirige nuevamente a la calle, donde las personas se confunden en su caminar de un lado a otro; todos caminan muy rápido como si quisieran llegar a su destino lo más pronto posible. Vuelve a entrar a otro almacén, ve un vestido, se lo mide y le queda perfecto, así que lo compra.
Se levanta, recoge sus paquetes y se dirige al hotel. Al entrar saluda a alguien que se encuentra antes de llegar al ascensor. Posteriormente, oprime el botón del piso al cual se dirige. Al fin llega, desliza la tarjeta, abre la puerta y encuentra todas las pertenencias en el orden en que las había dejado. Luego desempaca lo comprado y empaca todo en la maleta del próximo viaje.
La mujer vuelve a pensar en el hombre del café. – ¿Por qué no hablamos? – Una respuesta que tal vez nunca sabrá. Su corazón no es para enamorarse: le gusta vivir sola, viajar y comprar todo lo que le viene en gana; pero enamorarse, – ¡nunca!, – ¡jamás! – Compartir con alguien tampoco, porque siempre en su mente hay un pensamiento solitario.
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