En un mundo lleno de reglas, estándares, tiempos, expectativas, decidí ser una utopía.

El día que decidí hacer una pausa en mi vida comencé a replantear muchas cosas, empecé a darme cuenta de que la idea de perfección que le impusieron a nuestros padres estaba aún presente en nuestras generaciones, ya no promocionada por los ascendientes de las familias, sino por nosotros mismos, el mismo colectivo social donde nos movíamos diariamente. Era ese mismo el que nos llenaba de tiempos, de marcas, estados, requerimientos, metas que debíamos cumplir, cosas que debíamos tener, trabajos en los que deberíamos estar, relaciones, viajes, posesiones… Pero, ¿a alguien se le ocurrió si semejante presión nos permitiría ser felices?

Puede que muchos sí lo sean, puede que su fin sea esa vida acelerada, ese perseguir metas cual carrera de obstáculos, obtener la medalla de oro del colectivo social. Pero, yo no quería tal reconocimiento y tampoco quería esa vida.

Así que, desarmé el molde para volverlo armar, me miré al espejo, vi a una mujer que se fue infiel a sí misma por tratar de estar en ese molde, que pasó muchos años cumpliendo expectativas ajenas, compitiendo por una posición de reconocimiento, uno que ella misma no se daba y cuando estaba a punto de conseguirlo, quiso una vida diferente.

Una vida donde no importaba los tiempos, ni las expectativas, ni aquello de “yo a tu edad ya era, ya tenía, ya estaba” …

Una vida, a mi propio ritmo, con mis propias metas, unas que si iba o no acorde con el colectivo social, no me importaba, porque mi meta era hacer el salto hacía dentro, verme al espejo, reconocerme, ver el reflejo de mí misma y sólo esperar mi aprobación. Ególatra, un poco, pero la única persona que va a vivir esta vida soy yo, por ende, me permití serlo.

Al momento de decidir volver armar el molde, llegaron a mi vida personas que me enseñaron que yo era un ser de luz, un ser lleno de alegría, de historias, de risas, una persona que no se quedaba callada, que esa era mi esencia y debía aceptarla, honrarla. Me mostraron que disfrutaba plenamente de ayudar desinteresadamente a los demás, que podía encontrar soluciones simples a los problemas más complejos, total, mi trabajo durante muchos años fue solucionar problemas y mejorar situaciones, la diferencia era que al ver feliz al otro, yo era aún más feliz y esa era la mejor recompensa.

También, aprendí a restarle importancia al mundo, a sus opiniones, sus críticas, porque descubrí que aquellas personas que permanecen luego del cambio son las que valen la pena, son las que se tomaron la molestia de ver más allá, son las mismas que entendieron que, en apariencia vivo a 350 km/h, pero no es así, vivo bajo mi propio velocímetro, el cual no se le impone a nadie y no es que viva a esta velocidad, sólo sé muy bien para donde voy, pero no quiero ir sola, entonces, en ocasiones bajo las revoluciones y disfruto el paisaje acompañada.

Decidí convertirme en un unicornio que cabalga sobre el arcoiris de la vida, ser ese fenómeno de la naturaleza que transforma la lluvia y la luz del sol en el perfecto arco de 7 colores iluminando el cielo, decidí ver el vaso medio lleno, decidí reír, luchar, decidí serme fiel.

Aunque, para muchos, enloquecí, fracasé, me dejó el tren, todo esto por no estar acorde con sus tiempos, pero, cada uno tiene los suyos, cada quien tiene el derecho de ser lo que quiera ser, en el tiempo que lo quiera ser, cómo lo quiera ser y dónde lo quiera ser.

Libre albedrío lo llaman y yo soy una fiel defensora de este.

Miss Irreverente

**Gracias a un lectora

Fotos : 123RF

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