A propósito de la legalización del aborto asistido con el que se reconoce la autonomía de las mujeres para decidir sobre su maternidad y sobre su cuerpo, también quiero hablar sobre la violencia obstétrica, otro tipo de ataque que recae sobre el cuerpo de las gestantes y en el que se padece todo tipo de agresiones de manera invisible y naturalizada.
Aclaro que no todos los obstetras caen en estas malas prácticas, pues los hay muy buenos y con excelentes cualidades humanas, pero desafortunadamente en el país aproximadamente 1 de cada 3 mujeres sufre de este tipo de violencia y de forma solapada.
En mi caso personal, hace unos tres años tuve un aborto retenido. Yo quería tener a mi bebé, pero no se desarrolló adecuadamente, su corazón a la semana seis no latió y tuvieron que sacármelo. Aún lloro cuando lo recuerdo, creo que en el fondo jamás se supera algo así y simplemente aprendes a vivir con eso, pero duele y, en parte, duele por la falta de empatía sobre el cuerpo, la mente y el sentir de las gestantes y por la falta de autonomía que aún necesitamos para poder decidir qué es lo mejor para nosotras para poder afrontar adecuadamente un episodio tan traumático como este.
En mi caso, recuerdo que tenía pendiente una radiografía con medio de contraste de mi vesícula con pólipos para ver la viabilidad de una cirugía, pero tenía dudas de si estaba embarazada o no, había pasado solo unos días desde la relación sexual y aún no era la fecha de mi ciclo menstrual, así que no tenía retraso, pero me apuraba hacerme los chequeos porque llevaba casi un año en cola para tener la cita de la cirugía por las típicas congestiones de la EPS. El cirujano indicó el examen para ver el comportamiento real de la vesícula y constatar si era o no necesaria la operación.
Ante la situación, decidí sacar una cita con médico general para consultarle si podría hacerme este examen en caso de estar embarazada y el doctor, un costeño medio desparpajado, señaló que podía hacérmelo sin problema. Le pregunté entonces si podía realizarme una prueba de embarazo y dijo que no, que por tratarse de tan poco tiempo ésta iba a salir negativa de cualquier modo. Así que fui a hacerme el examen, pero antes de ingresar, le consulté también a la persona que realizó el procedimiento y dijo que estaba contraindicado para embarazadas, pero que si el médico lo había aprobado y no había retraso, simplemente llenara el formulario como no embarazada.
Y esta es la hora que le echo la responsabilidad al médico general por la mala información, a la falta de energía del que realizó el procedimiento para decir NO, NO y NO y tengo que ser sincera, me culpo a mí misma porque vi un letrero que decía no apto para embarazadas o algo similar, no escuché mi propio instinto y debí esperar a que llegara el periodo menstrual, es más, ambos médicos debieron indicarme que ante la simple duda, lo mejor era eso, esperar. Me culpé también porque debí informarme más, buscar por internet, pero es que uno les cree a los médicos porque son una supuesta autoridad en el tema y a falta de uno, consulté a dos.
Pero la lección quedó aprendida y ahora sigo mi instinto como una parte ineludible de mi salud femenina y que debería ser contemplada como tal en cualquier procedimiento médico, en especial en embarazo y postparto. No tener en cuenta a la paciente en su sentir, no informarla o informarla inadecuadamente y no responder a preguntas o hacerlo con un trato displicente hace parte de lo que recientemente se ha investigado en universidades como la Industrial de Santander sobre violencia obstétrica y de la que también informa el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y la misma Organización Mundial de la Salud (OMS). Poco a poco se ha ido tocando el tema, pero es perentorio que las mismas mujeres nos demos cuenta de que eso tan naturalizado es violencia y que debemos denunciarla como tal.
Bueno, tampoco puedo asegurar que el examen haya sido lo que directamente causó la pérdida del bebé. Aprendí a consultar con varios médicos antes de tomar decisiones y de sacar conclusiones y entendí que sí, ese examen quizás fue la causa, pero jamás se sabrá con certeza porque los abortos retenidos suceden por razones multifactoriales como alteraciones cromosomáticas, por ejemplo.
Ahora, tener un feto muerto en el útero por varios días es algo que merece un poco de tacto y de empatía por parte de la gente. Esos días le hablaba al bebé con la esperanza de que reaccionara, leía mil cosas por internet, no dormía, trataba de explicarme qué había sucedido, leía sobre el karma y qué pasaba, según las distintas religiones, con el alma de los bebés que se van sin haber nacido. Me taladraba la cabeza y pasaba horas encerrada sola sin querer hablar con nadie y, entre todo, encontré testimonios de mujeres a las que los médicos les indicaron abortos asistidos, pero esperaron y sorpresivamente el corazón de sus bebés sí funcionó.
Y es que en casos de aborto es donde más se hace evidente lo que es apenas lógico, mi cuerpo me pertenece, no es de los médicos, ni de la iglesia, ni de los amigos ni de la familia. Por el cuerpo pasa todo y fue precisamente por un sangrado vaginal que me di cuenta que algo andaba mal. Me mandaron a reposar como a muchas mujeres más y a estar quieta para ver qué pasaba, pero jamás me mandaron a un psicólogo o a tener un soporte emocional.
Por suerte, tengo mi espiritualidad ancestral y con eso intenté resignificar la experiencia y elevarla, pero eso tampoco fue respetado y acá echo mano de uno de los parágrafos sobre violencia obstétrica que destaca el ICBF en tanto que “todas y cada una de las madres gestantes tienen entre sus derechos en el sistema de salud a recibir atención integral, adecuada, oportuna y eficiente, de conformidad con las costumbres, valores y creencias de la mujer».
Bueno, se suponía que el sangrado debía cesar, pero pasaron los días y nada. Mirar la ropa interior era una puta tragedia porque ahí estaban las manchas de sangre… ah, el tiempo se dilataba horrible, el papeleo en la EPS, el reposo, todo era lento y en ese tiempo la ansiedad, la angustia, el bebé inerte en la panza, todo era doloroso a más no poder y necesitaba ayuda. No es lo mismo un aborto espontáneo donde el bebé se viene en un instante, que es muy doloroso también y merece atención integral, pero en un aborto retenido la placenta tarda en darse cuenta que el bebé ha fallecido y lo sigue cuidando y uno como mamá lo sigue reteniendo ¿se comprende esto?
Pasó el tiempo estipulado, creo que fue una semana, no recuerdo bien, pero el bebé no respondió. Me hicieron la prueba BETA y los niveles de GCH, la hormona del embarazo, habían bajado. Así que vino la parte más difícil, ¿Cómo hacer el aborto? la propuesta del médico fue ponerme de manera intravaginal una pastilla llamada Misoprostol y repetir la dosis hasta que el bebé saliera como en una suerte de periodo menstrual con un cólico un poco más doloroso, pero soportable. El procedimiento, según el especialista, se podía hacer de manera asistida con medicamento para el dolor en la clínica o en la casa también con pastillas para el dolor… ¿pero yo qué quería hacer? según mis creencias, quería sentarme a orar, meditar en ceremonia para ofrendarle en un ciclo lunar el bebé al territorio y encaminarlo espiritualmente con sus ancestros, pues la sola idea me daba paz. Eso era tan importante para mí como la comunión para el católico o el novenario de un muerto para los mismos.
En mi familia, claro, en vista del asunto, pensaron que lo mejor era ser atendida en la clínica y en caso de urgencia, tener los cuidados de dolor y un personal profesional adecuados. No los juzgo, todos naturalizamos lo que pensamos es lo mejor, pero hay unos puntos grisáceos a los que no les prestamos la suficiente atención o que socialmente son aún imperceptibles y esos pequeños detalles son los que hacen la total diferencia sobre estos asuntos de género y que cambian sustancialmente esta cultura patriarcal en la que estamos metidos todos los géneros. Es una pena, pero reproducimos acciones sin saber ni porqué y vamos con un ritmo histórico que por suerte, ya empezamos a desautomatizar para narrarnos de una manera más justa.
El caso es que estaba deprimida, cansada y no tenía ni la fuerza ni el ánimo para pelear, ni explicarle a nadie por qué era importante para mí abortar en casa con mi propia ceremonia de entrega, tampoco quería molestar a nadie, pues todos ya habían acompañado mucho, estaban también cansados y en fin, por las razones que fueren, terminé accediendo.
Me pusieron en una camilla y a mi lado a una señora embarazada que iba a su parto y que estaba feliz por conocer a su hijo. Me pareció una puta mierda… bien por ella, pero no la pongan conmigo, porque mientras ella daba a luz, yo abortaba y en condiciones que ni quería… y esto me acuerda también que aquel día en que me dijeron que a mi bebé no le latía el corazón, al lado mío había una señora con seis meses de embarazo a la que le pusieron a escuchar en alta voz el sonido del corazoncito de su hijo. Esa falta de tacto es deshumanizante.
Bueno, finalmente me introdujeron la primera pastilla… me llevaron a una habitación y, mientras mi familia veía televisión, yo quería meditar y no sé por qué no lo dije con claridad ni con fuerza… siempre he creído que en los hospitales se pierde la ritualidad del nacer y del morir que es lo más importante y sagrado que hacemos en este mundo. Ahí lo que cabe es el silencio en una meditación profunda y el acompañamiento desde el sentir. Nacer es cuidar la llama de la vida que recién prende y morir es acompañarla hasta que se desvanezca y la vida en intermedio, es sostener bien ese fuego. No tan alto, no tan bajo, sino uno sosegado que nos conecte por dentro. Así pienso, esa es mi creencia y es tan respetable como la de cualquiera.
En ese momento entró la ginecobstetra de turno a la habitación, era jovencita, y me preguntó por todo lo ocurrido, le conté y me interpeló: “por qué no esperaron un poco más, quizás le hubiera latido el corazón», ¿Qué? ¡¿Pero qué puta mierda está diciendo esta vieja marica?! pensé, pero no se lo dije… estaba llorando… estaba consternada por todo, la TV, la clínica, la pastilla, todo era un asco completo… es decir, ya me habían metido Misoprostol por la vagina, así que si ella pensaba eso, cálleselo, no me lo diga. Qué falta de tacto, de profesionalismo, de todo, qué falta de humanidad.
Me pusieron pañal y cada médico que entraba me lo revisaba y pasadas unas horas, me metían más pastillas, venían más escalofríos nocturnos, más cólicos fuertes y las mismas amenazas: si mañana no ha expulsado, toca hacerle un legrado… normal, dirán muchos, pero no es normal… en primera instancia, no me amenacen, préstenme ayuda psicológica que la pedí desde el primer día que entré al hospital y que solo me vinieron a dar el día que me fui. No me digan que si mañana no expulso, etc…, ¡¿qué hago, pujo como si estuviera cagando o qué? Una de mis hermanas entendió un poco más lo sucedido y me dio espacio con el resto de la familia para meditar y esa noche me comuniqué con el espíritu del bebé, lo conecté a los cuatro puntos cardinales, con los cuatro elementos, con los mayores, los planetas, en los lugares sagrados, volcanes y nevados. Llamé a todos mis abuelos, mis ancestros, lo entregué y lo expulsé antes de que me hicieran el tal legrado en el que raspan la matriz que para mí tiene todo un significado espiritual. Ahí está nuestra fuerza femenina, nuestra memoria, nuestro fuego. ¿Tan respetable esto como la comunión católica o no?
Al día siguiente me llevaron a hacerme una ecografía y se veía todo muy revuelto, el médico dijo que no se entendía ni se veía bien nada porque era como una licuadora que había triturado todo… “¿me está jodiendo, perro desgraciado?”, pensé… “no me diga que mi cuerpo es una licuadora y que lo que veo son pedacitos de feto porque me parece que está fuera de toda sensibilidad”. Nuevamente, no dije nada. Me quedé callada, pero quería salir corriendo de ahí y que se acabara pronto todo.
Al regresar a la habitación exigí de manera contundente que me trajeran a un psiquiatra. Desde el primer día, cada médico que entró me vio llorando y a todos les pedí que me viera un psicólogo y todos lo dejaron muy bien por escrito en la historia clínica. Al final vino una psiquiatra habló conmigo media hora y dejó por escrito que la paciente pide respeto y humanidad en su trato y eso fue todo.
Ahora tengo una bebé de seis meses, vivo en el campo, siembro comida orgánica e intento tener una vida más coherente con mis creencias. Tuve un embarazo de riesgo y tres ginecobstetras me indicaron abortar, pero esta vez creí en mi instinto, seguí mi fe y encontré un profesional excepcional que le salvó la vida a la niña y que costó un cojonal de plata, pero no importa, está viva, hermosa, saludable y feliz, pero esto se los contaré en otro post.