Ese cuentico de que ser madre es sinónimo de sacrificio y abnegación se lo dejamos a las antiguas generaciones, las de mis abuelas y quizás hasta la de mi mamá… no, mentiras, me gustaría decir que este es un tema superado, pero lo cierto es que estas construcciones culturales siguen vigentes, aunque con una porción cada vez más grande de madres empoderadas con perspectivas también más abiertas.

Tengo algunos recuerdos de señoras sacándoles en cara a sus hijos el no haber podido realizarse como personas, el no haber estudiado o conseguido un sueño por dedicarle tiempo a la maternidad ¡¿y cómo me pagas?! ¡Yo que te llevé nueve meses en el vientre! ¿y para qué? y argumentos que rayan en cosas como: “¡me sacrifiqué para que tuvieras lo que yo no pude!” y algunas respuestas de los hijos que no se quedan atrás: “¡yo no te pedí que te sacrificaras!”, “¡ni les pedí que me trajeran al mundo”! Ok, bajémosle al melodrama.

Claro, lo anterior puede variar, según el contexto socio cultural, el nivel educativo y la realidad económica de cada familia, pero sobre todo, es un imaginario instalado y un tema de género que ya se ha venido deconstruyendo para empezar a hablar de nuevas maternidades, como también se ha venido hablando de nuevas masculinidades y se le ha dado el espacio que se merece a las comunidades LGTBI, a la diversidad, multiculturalidad y, en fin, estamos frente a nuevas ciudadanías que responden a contextos también cambiantes.

El discurso ya es otro y el niño/a no necesita una mamá martirizada, sino una que se sienta bien consigo misma, que disfrute de la vida, que desarrolle su poder interno en lo creativo con sus proyectos y con todo lo que la haga feliz y dándole, claro está, un amor incondicional, equilibrio o la mayor tranquilidad posible.

El otro día un familiar le decía a su hija, pensando que quizás yo no lo escuchaba: “mira lo difícil que es ser mamá” y yo sólo estaba atendiendo a mi hija que tenía gripa; a una amiga le contaba sobre mis proyectos personales y delante de su hija, me comentó: “¿y entonces piensas dejar sola a la niña? Porque la maternidad es un trabajo de tiempo completo”, como si se tratara de un enorme peso y ni qué decir que durante el embarazo escuché toda suerte de comentarios de las mismas mujeres donde decían cosas como: “la verdad es que un bebé es un estorbo para todo el mundo”, “Qué pecadito, son muy lindos, pero un encarte”, “a usted ya se le acabó la buena vida” y, lo cierto es que crecimos con estas cosas, las naturalizamos y hacemos de la maternidad eso: un dolor de tetas, de ovarios y un sacrificio que nos pone casi en el lugar de ‘santas’.

De verdad que este rol necesita una reconceptualización y, pensándolo bien, la paternidad muy pocas veces recibe una compasión tan paupérrima. Ahora bien, el concepto que se tiene de mujeres empoderadas pareciera que fuera sinónimo de no tener hijos como si se tratara de un estado al que hubiera que huirle como si se tratara de una peste. Está bien, el mundo en el que vivimos actualmente nos da mucho de donde elegir y hay mujeres felices con su gato, su perro; las hay que no quieren tener hijos por múltiples razones, entre ellas, el cuidado del medio ambiente, las que están casadas y ambos no quieren niños, las que anhelan tenerlos y etc., y todas cabemos en este planeta. Ese no es el punto, el punto es la construcción de abnegación y sufrimiento que aún recae sobre las mamás del siglo XXI.

Y esa construcción socarrona de santidad tampoco va. No somos perfectas y esa es otra imagen que viene resquebrajándose. El libro Madres arrepentidas, de Orna Donath (Reservoir Books, 2016), se ha convertido en un hito porque visibiliza, precisamente, el arrepentimiento que sienten algunas madres por serlo, sin querer decir que no amen a sus hijos. Una amiga que vive en Canadá, muy viajera, muy emprendedora y libre, me decía con su bebé en brazos y al que ama con locura: “Clau, si yo hubiera sabido que esto era así, no me le hubiera metido” je, je, je. Otro ejemplo es el de Laura Baena, una española que abrió en 2014 el Club de Malas Madres que hoy en día suma en Twitter algo más de 55.000 seguidores.

Tampoco hay recetas para ser mamás perfectas. Sin ir muy lejos, me caen gordas unas tías de mi hija que cada vez que me ven, me critican por cómo la visto, cómo la peino, si la cobijo mucho, poquito, joden por todo y no tienen hijos ja, ja, ja y no falta tampoco el que juzgue porque, por ejemplo, salgo a caminar un rato, pues necesito aire y no soy un robot y dicen que estoy dejando a la bebé abandonada a su suerte, ¿umm? eso sí, del padre no se dice nada.

Me recuerda un meme que estaba rodado por redes sociales en el que salía la imagen de una mamá paseando con el coche y su bebé y nadie decía nada, pero había una imagen del papá haciendo lo mismo y la gente lo felicitaba por ser un gran padre. Y es que aún sigue muy arraigado en el imaginario colectivo que el asunto de los niños y de la casa son tareas netamente femeninas.

Por mi parte, creo que la mamá vegetariana es bienvenida, la que come carne también, la mamá metalera que arrulla a su bebé con Iron Maiden está ok; las mamás lesbianas igual; las que sacan a sus hijos en pañales o muy tapados, excelente, porque es su propia forma de hacer las cosas.

Claro, se pueden recibir consejos y recomendaciones en un buen tono y con una intención positiva, pero digámonos la verdad, casi siempre estos comentarios tienen una carga de crítica malsana y que recae no sobre el papá, sino sobre la mamá que muy posiblemente está muy cansada y no necesita de estas cosas.

Hasta un familiar me decía un día que vivir en el campo era una involución respecto a mi carrera profesional y que, a futuro, seguramente mi niña iba a crecer por ahí sin zapatos y llena de mocos, porque soy una mujer especializada que simplemente decidió cambiar de vida por una más tranquila en el campo y ahora soy un remedo de agricultora orgánica que escribe desde su casa y me siento feliz con eso y mi bebé también está contenta. Ah, y no está llena de mocos ja, ja, ja.

A nadie le tiene tampoco por qué importar un comino lo que digan los demás, y este post no es para eso, pero sí para evidenciar estas construcciones culturales que ya viene siendo hora de que desaparezcan. Además, no es fácil nacer madre, hay un cambio de conciencia, una transformación que hay que saber llevar y en la que tampoco se profundiza mucho, ni se presta la atención integral del caso; es un tema tan incomprensible y tan poco hablado, que las mamás no saben por qué muchas veces se sienten solas, aun estando acompañadas.

Este es entonces un llamado para las mismas mujeres que son las que más repiten estos comportamientos sin saber ni por qué, y entre ellas están las mismas feministas, las mujeres modernas, estudiadas y viajeras y las señoras de bajo nivel educativo y de tradicionales más radicales. Es decir, de todos los sectores.

Es más, lo cierto es que la maternidad ha sido uno de los principales instrumentos a través de los cuales se ha sostenido un control biológico (del cuerpo) y un manejo del poder sobre lo femenino; de ahí el rechazo que despertó la maternidad en los movimientos feministas de los 70’s y de lo que aún quedan rezagos, pues una porción de sus activistas no desean tener hijos y están en todo su derecho, pero sus argumentos es lo que valdría la pena analizar. Marta Busquets, escritora y abogada, le atañe a lo anterior la denominación de “maternofobia”, que tendría algún tipo de relación con la poca atención que se le había venido dando a la violencia obstétrica, un tema del que hace muy poco se empezó a hablar.

Entonces pareciera que nos enfrentáramos socialmente a sólo dos tipos de madres, desde la visión antigua y aún patrialcal y por desgracia vigente: la abnegada o la mala mamá, pero no olvidemos a las madres solteras que ya se ganaron su espacio: las lesbianas, las que se hicieron inseminar, las divorciadas solas o con nuevas parejas, y el abanico es realmente diverso. Así que dejémonos de joder y amoldémonos a las nuevas ciudadanías y generaciones y, sobre todo, seamos las mujeres las que con nuestras actitudes diarias propiciemos esa transformación en pro de gestar una humanidad más consciente.