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Normas, es lo que Colombia tiene, y sobre todo aquellas que buscan frenar la corrupción. Existen y tienen disposiciones claras sobre el tema. Basta con ojear el estatuto anticorrupción la ley 1474 de 2011, la ley 80 de 1993 y la ley 1778 del 2016, por mencionar algunas, para darse cuenta de que en este aspecto el país se ha ido ‘blindando’ en teoría.

Pero, aunque las normas son vigentes y dictan disposiciones al respecto, no se les da cumplimiento, y eso se ve reflejado en las cifras de corrupción que en el país pesan, como según lo señaló hoy Juan Gossaín en su artículo ‘Corrupción: el cáncer que más se propaga en Colombia’, en donde cuenta que “entre todos los países de América, Colombia es percibido, por un 79,6 por ciento, como el segundo más corrupto luego de Venezuela, con un 80 por ciento”.

La corrupción le pesa a este Macondo: escándalos como el de Reficar, Bioenergy, el robo monumental de los contratos de alimentación en La Guajira y Chocó, el carrusel de la contratación en Bogotá bajo mandato de Samuel Moreno, no solo han cobrado víctimas humanas (4.700 niños en La Guajira en los últimos 8 años según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por señalar un ejemplo), sino que también han condenado al país a un atraso en términos de desarrollo. Recordemos casos como el deprimido de la calle 94, cuyo constructor inicial fue señalado en el carrusel de la contratación, obra que ya va para más de 3 años en construcción, sin contar con los otros tantos casos en los que se dilató el inicio del proyecto. O el caso del estadio en Neiva que se cayó a pedazos, por causa de la corrupción, sin que se hubieran terminado las obras de remodelación. Este tema nos atrasa como país. Robarnos los unos a los otros nos tiene siempre tocando fondo.

Pero para traer de nuevo a Gossaín a colación, cabe recordar que la corrupción no es un tema que solo atañe el ámbito público sino que también involucra al sector privado. Hablemos del privado, un ámbito al que se le da poca importancia y al que considero es la cuna de la corrupción; esta nace en nuestros hogares, crece, se reproduce pero no muere; está presente en nuestro hijos y en quienes nos educan.

Aquí el término corrupción se amplía, y no solo como dice Gossaín en escenarios como la empresa en donde el empleado se lleva objetos para suplir las necesidades escolares de sus hijos, sino también en escenarios como la educación de los niños en la que se les ofrecen recompesas para hagan o no hagan ciertas cosas.  El decir ‘yo te doy esto si te portas bien’ le indica a las personas, desde temprana edad,  que siempre hay que dar algo para obtener algo, pero esto no quiere decir que no existan estímulos para premiar a los hijos no, sino que el mensaje que se transmite está ligado a que el no respetar las normas es lícito mientras no se reciba nada a cambio. Y desde aquí se desencadenan una serie de eventos desafortunados que llevan que el colombiano sea culturalmente corrupto.

El conseguir trabajo, de una forma sencilla, por amiguismos, es otra muestra simple y clara de corrupción.  Dar coimas para acceder a contratos y maquillarlas como una comisión de agradecimiento es ser corruptos, así el sector se mueva de dicha forma… en  fin podría llenar este escrito de más de mil acciones que dan cuenta del cómo se comporta la corrupción, por lo que la lucha contra este flagelo también requiere de un cambio cultural bastante complejo. En esto también radica el problema de que en parte, en el país, se haya desatado una crisis de gobernabilidad, pues el ciudadano ya sabe que no hay representante libre de culpa y a sabiendas de que el de turno ya va de por sí ‘untado’.

La solución para la corrupción debe nacer, por ello, desde nuestros hogares, esto para escalarla a las esferas de lo social. Hay que hacer un alto en el camino, como se hizo dentro de este proceso de paz que tenemos, y corregir esos comportamientos culturales. De lo contrario la batalla y la plata que se invierta en ello seguirá perdiéndose.

Las normas existen, pero se han convertido en un ‘saludo a la bandera’, dejando que la corrupción continúe en acenso. Las normas son de papel mientras no se haga nada para darles cumplimiento o peor aún que se hagan para cumplir con directivas internacionales y cumplir con un ‘check list’. Por eso, el Estado debe empezar a tomar medidas encaminadas al cambiar la cultura en lo público, privado y familiar. El Estado debe tomar medidas de peso para que se obligue al cumplimiento de las normas, y para que haya un castigo ejemplar para los corruptos, que no solo 1 de cada 4 de los condenados judicialmente por corrupción paguen cárcel (25 por ciento), de acuerdo con Gossaín, sino que el 100 por ciento de los corruptos paguen, en justa medida, por su delito.

Hay que dar ejemplo.

Epílogo: Sí se puede controlar la corrupción. Se lo explico en: ‘Cómo combatir la corrupción en el estado’ 

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