El recuerdo de mi padre es un poco borroso y vago. ¿Quién era? ¿Cuáles eran sus sueños, sus pasiones? ¿Qué lo motivaba a vivir? Todas las respuestas a estos interrogantes las desconozco. Estas preguntas me las hago ahora, pero probablemente no son las que un niño le hace a su padre. Un niño busca cosas más básicas: que le presten atención, inventar un juego nuevo con alguien, contar historias o chistes, y en cierta medida eso lo recibí de él. Sin embargo, pienso que conocer cómo son o cómo eran nuestros padres nos ayuda a saber quiénes somos.
¿Quién era él en lo profundo de su ser? Tal vez nunca lo sabré completamente. Lo cierto es que a medida que crecemos deseamos relaciones más profundas que vayan más allá de juegos de niños o afectos de cariño, deseamos conocer al otro y ser conocidos. Considero que en gran parte esas relaciones forman lo que somos realmente, nos dan una idea de dónde venimos, hacia dónde vamos, etc. Mi padre ya no está, pero me quedan, aunque fragmentariamente, sus recuerdos, y los recuerdos que mis familiares también tienen de él.
Los días que hago memoria de su vida, me encuentro montado en la barra de su bicicleta, manejando por una calle oscura y embarrada, bajo el frío y la humedad nocturna de la época de lluvia; dirigiéndonos a la finca, muy alejada de la carretera. Como niño la sensación era increíble, yo observaba la abundante vegetación, las escasas tiendas y casas alumbradas por luces débiles y las pocas personas comprando en la tienda o haciendo cualquier cosa. Entretanto mi padre pedaleaba, al tiempo que mis piernas colgaban en el aire y yo me agarraba con fuerza del manubrio.
En la finca había gallinas, perros y otros animales que no recuerdo. Siempre que iba, jugaba con un perro que me gustaba mucho, recuerdo que era blanco con manchas cafés. Cierto día que regresé de la casa, no lo encontré. Pensé enseguida que se había muerto o perdido y le pregunté a mi papá. Él me dijo – no, no, no, él está bien, está vivo. Ven y te lo muestro-. Me llevó hasta un perro huesudo y sarnoso amarrado a un árbol con una cadena. Casualmente el perro también era blanco con manchas cafés, pero más alto. Y pensé en mi ingenuidad de niño – Ufff, ¡menos mal! Luego de los años de recordar la historia fue que caí en cuenta de que en realidad ese no era el mismo perro, pero como a mi papá le gustaba recoger perros de la calle y darles comida, y como buen inventor que era, lo que hizo ese día fue mostrarme otro perro parecido al que se había muerto.
Recuerdo la disposición que él tenía para mamar gallo en cualquier momento, pero también su seriedad. Cuando Carlos, el novio de mi hermana que se caracterizaba por su pequeña estatura, llegaba a la casa perfumado, le decía: ¡Carlos! ¿qué te pasó? ¿te fuiste en la botella del perfume? Su sentido del humor era ingenioso y a veces un poco cruel, había que estar preparado.
A mi padre le encantaba hacer paseos a la playa; a Coveñas, ir a una finca en medio de la nada, hacer pollos horneados en compañía de hermanos, tíos y primos, con un horno fabricado por él mismo, ver un partido de fútbol o el noticiero en la sala mientras se tomaba la sopa, etc. Cosas como estas me llevan a concluir que mi papá amaba a su familia y se sacrificaba por ella. ¿Por qué? Tal vez porque era un lugar de descanso en medio de su agitada vida. O a lo mejor era mucho más. Quizá le daba fuerza para seguir adelante o una razón para trabajar. En su familia podía estar seguro y entendía que ella lo necesitaba; él jugaba un papel importante.
Más allá de dónde nació o a lo que se dedicaba, habían cosas que lo conmovían profundamente y otras que lo atemorizaban. ¿Qué le entristecía? No lo sé muy bien, pero cuando le quedaba poco tiempo de vida le dijo a mi madre: me entristece que no podré verlos crecer. Vernos crecer era algo que lo hubiera alegrado mucho, pero los planes cambiaron. Su partida fue inesperada.
Todos estos recuerdos me llevan a formar en mi mente una idea más clara de quién era él y, por qué no, a sanar un poco más las heridas de su ausencia.
Amabas a tu familia, disfrutabas de tus hermanos y sobrinos, eras alguien laborioso y trabajador, eras un hombre de acción, de palabras certeras y chistes ingeniosos y crueles, eras un inventor por naturaleza y a veces un poco mentiroso. No eras perfecto, pero tenías lo necesario.
Hoy te diría que es inevitable pensar cómo sería todo ahora si aún estuvieras vivo, me hubiera gustado haberte conocido mejor. La muerte no es un bonito recuerdo, pero ¿qué se puede aprender de ella? Tal vez nos enseñe que no somos dueños de nuestra vida, o que nuestros planes pueden ser modificados en cualquier momento. Tal como lo señala ese sabio proverbio bíblico: “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos”.
¿Quién fuiste? ¿Cuáles eran tus grandes sueños y pasiones? responder a quién eras me ayudará a saber quién soy. Inevitablemente estas preguntas tan tuyas, se convierten en las mías ¿y cuáles son mis sueños? ¿a qué le temo? ¿quién soy en lo profundo de mi ser? ¿qué me motiva? y papá, si ahora me lo preguntaras, te diría que esas preguntas aún las estoy respondiendo. Pero también añadiría con firmeza, que estoy seguro de que recibiré una respuesta.
Por Juan Sebastian Ruiz