Todas las ideologías están sustentadas en una premisa: hay un problema y una solución. A través de estos supuestos se explica por qué la sociedad no funciona correctamente. Si hay algo en lo que podemos estar de acuerdo todos los seres humanos es que nuestro mundo está quebrado. Dentro de nuestro ser existe una convicción de que las cosas no son como deberían, que estamos extraviados. No podemos concebir la idea de que el dolor sea algo normal.

Por lo tanto, cada ideología plantea una solución, una respuesta, un camino a seguir para alcanzar ese paraíso perdido. Ante esta amplia gama de ideologías, resulta irónico pensar que seguimos en las mismas. Tal vez el error de tantos pensadores es, como lo diría Ricardo Arjona, “que el problema no es el problema” y “la solución no es la solución”.

Los budistas en Asia creen que el problema son los placeres materiales; en consecuencia, eligen vivir una vida ascética, llena de pobreza y mendicidad. Por otra parte, Occidente culpó precisamente a la escasez, asegurando que el materialismo llenaría todos los vacíos. Y aunque esta es una de las ideas más populares, las tasas de suicidio en Japón y de depresión en Estados Unidos le da un carácter cuestionable. Aquí, en Latinoamérica, se cree que el problema es que “unos tienen más que otros” y que hay que “partir la torta en partes iguales”; sin embargo, los cubanos se lanzan al mar en balsas hechas con retazos de cualquier elemento flotante, con la esperanza de mojar sus pies en las playas de Miami. Y bueno, no nos vayamos tan lejos, contemos los miles de pies venezolanos que hoy buscan refugio en nuestro país.

El hecho de que una idea sea lógica, es decir, corresponda a un pensamiento coherente en su esencia, no la hace verdadera. Las ideas no deben ser coherentes con sí mismas para ser válidas, deben serlo en relación con la realidad. ¿Cómo comprobamos que una idea es lógica y verdadera? ¿Cómo podemos estar seguros de que la solución que plantea es correcta? Solo si cumple lo que promete. Como lo diría un amigo cubano, “no se piensa impunemente”, la mentira no puede traer otra cosa que la muerte y solo la verdad puede darnos libertad.

La pregunta hoy día sería, ¿estamos dispuestos a buscarla y luchar por ella y evitar así convertirnos en idiotas útiles de causas inútiles? Al ver las diferentes disputas que acaloran nuestros tiempos, los hechos objetivos parecen menos importantes (a veces incómodos) que aquellos argumentos simplistas que apelan a las emociones y las creencias personales. Ojalá que podamos comprender que la realidad es compleja y no cabe en un slogan, que escuchar a los que no piensan igual a nosotros no es una pérdida de tiempo, entender que no se trata de quién tiene la razón, sino del futuro que construirán las decisiones que tomemos hoy. 

Por: Perla Murillo