En el mes de agosto se publicó en el periódico El Tiempo un texto llamado ‘No basta el cannabis’ del columnista Thierry Ways en donde, con motivo del debate en el Congreso sobre la legalización del cannabis, argumentaba a favor de la despenalización total de las drogas en Colombia; de manera eufemística, desde las drogas “blandas” como la marihuana hasta las drogas “duras”, como la cocaína. Recomiendo que le den un vistazo. Entre sus argumentos se encuentran que la despenalización de las drogas reducirá de manera significativa la violencia, la corrupción y la criminalidad en Colombia, ya que este negocio es una de las principales fuentes de financiación de grupos al margen de la ley, que los males que trae la prohibición son mucho más perjudiciales que los males que trae consigo el consumo, que la legalización de drogas como la cocaína debería ser aprobada porque cada adulto tiene la libertad de consumir lo que quiera, entre otros.
A partir de tres fragmentos que, considero, resumen varias de las ideas claves de la columna, argumentaré por qué creer que la legalización reducirá de manera significativa la violencia, la corrupción y la criminalidad es una visión simplista de estos problemas, por qué más allá de considerar legalizarla o no deberíamos considerar también los conceptos de moral e inmoral y el rol del gobierno en su definición, y por qué no tan solo deberíamos pensar en los supuestos beneficios de la legalización sino también en las consecuencias de su consumo y normalización.
Al inicio de la columna, Thierry Ways explica algunos de los argumentos que se han dado para legalizar la marihuana, y que también se podrían usar para la legalización de la cocaína. Escribe el siguiente:
“…la legalización deshace, de la noche a la mañana, los negocios ilícitos de cultivo, producción y distribución de la droga, que son criminalmente lucrativos precisamente porque son ilegales. Sin prohibición, las mafias pierden su poder corruptor y se reduce la delincuencia.”
¿Qué es criminal o no criminal? ¿Qué es corruptor o no corruptor? Algo no deja de ser criminal o inmoral porque el gobierno lo diga; no todo lo legal es moral, no todo lo ilegal es inmoral. Los dos clásicos y reusados ejemplos son el de la esclavitud y el del exterminio de judíos a mano de los nazis; ambos actos fueron legales a los ojos de los gobiernos respectivos, pero ninguno de ellos era moral. ¿Moralmente dejará de ser un acto corrupto porque el gobierno lo diga? Por ejemplo, ¿dejará de ser el robo un acto corrupto si mañana el gobierno lo legaliza? ¿O la tortura? ¿O el abuso infantil? La respuesta es claramente no.
“…son criminalmente lucrativos precisamente porque son ilegales.” ¿Todo lo ilegal es necesariamente lucrativo? Los negocios de cultivo, producción y distribución no desaparecerán porque dejen de ser ilegales, tampoco dejarán de ser lucrativos. Pero el punto en realidad no es tanto si producir drogas sea legal o ilegal, el punto es definir si es moral. Mañana el gobierno podría decir que es legal producir cocaína, pero eso no lo hace algo moral, de la misma manera como el gobierno podría despenalizar mañana totalmente el aborto, sin que esto lo hiciera de manera espontánea algo correcto. ¿Qué mensaje le estaríamos dando a la sociedad si decimos que producir cocaína, una droga que destruye al individuo y a la comunidad que lo rodea, no tiene nada de malo? ¿Cuál sería el perjuicio social de normalizar su consumo y producción? Thierry Ways dice que uno de los objetivos de la legalización sería acabar de manera considerable con la corrupción, pero ¿acaso no es el hecho de consumir drogas, como la cocaína, un acto en sí mismo de corrupción individual y colectiva?
Más adelante, escribe:
“Puestos en una balanza, los males causados por la prohibición –mafias, violencia, corrupción, etc. – son más dañinos que los causados por el consumo. Colombia conoce mejor que nadie el influjo devastador del dinero del narco, que corrompió a la sociedad hasta el tuétano, definió el curso del conflicto armado, envileció la democracia, infiltró la Constitución y tuvo al país al borde de la inviabilidad. Aún hoy es un factor central detrás del asesinato de muchos líderes sociales. La prohibición ha demostrado ser una fuerza demoniaca que solo trae muerte y degradación.”
Yo diría más bien que los males producidos por el consumo –familias destruidas, comunidades débiles, individuos dependientes- crean condiciones en donde irremediablemente florecerá la violencia, la corrupción y la ilegalidad. El autor de alguna manera simplifica las raíces de estos problemas; asumir que se reducirán gracias a una ley o una solución técnica dirigida por el estado (de arriba a abajo) es una visión un poco irreal.
Thierry Ways le da al hecho de prohibir las drogas un papel fundamental en la promoción del crimen, la violencia y la corrupción, y como conclusión lógica, una vez que esa prohibición no exista, seremos una sociedad menos corrupta y violenta. Pero estos problemas van más allá del hecho de la prohibición; tienen raíces culturales, de la mentalidad del colombiano, de la mentalidad del pillaje y el facilismo; y por qué no, también tiene raíces espirituales. Una solución técnica no solucionará estos problemas tan profundos; yo desearía que así fuera.
Al pensar de esta forma, se está haciendo en realidad un mal diagnóstico del problema y se simplifica de alguna manera también la naturaleza del ser humano. En palabras del escritor Ronald Heifetz, se está anhelando una solución técnica que requiere un mínimo de responsabilidad y disrupción personal o colectiva. No hay solución simple y sin dolor a los problemas de la violencia, el crimen y la corrupción. Será algo complejo que tendrá que empezar de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo; cambiando actitudes, comportamientos y valores en la sociedad en general. Citando nuevamente a Ronald Heifetz: estos problemas requieren una respuesta compleja de aprendizaje social, innovación y cambio que involucre a toda la sociedad; no una respuesta de resolución-de-problemas de una autoridad. (1)
Visto de esta manera, la legalización y la consecuente normalización sería una verdadera tragedia para la sociedad; el consumo es una fuerza demoniaca que solo trae muerte y degradación, destruyendo familias y comunidades, alejando a estas aún más de tomar responsabilidad en los problemas que tenemos como sociedad -la criminalidad, la violencia, la corrupción- y creando más bien un ambiente en donde estos problemas se agudicen.
Finalmente, el autor nos argumenta lo siguiente:
“Es cierto que todas las drogas son potencialmente dañinas para el cuerpo. Pero hoy en día, tras décadas de sangre y corrupción, está claro que el perjuicio social de prohibirlas es mayor. Ese cálculo utilitario debería bastar para levantar la prohibición, aunque debo mencionar también la razón más elemental para hacerlo: que todo adulto hecho y derecho debería ser libre de consumir lo que bien le parezca.”
La razón más elemental para legalizar las drogas no es tanto que, según la visión del autor, produzca corrupción y violencia, sino que va en contra de la libertad del individuo: esta es la idea fundamental en realidad. Esta es una razón egoísta e individualista. Ese adulto hecho y derecho no es un ser aislado que no tiene conexión con ninguna comunidad, todo lo contrario, lo que consuma o no consuma afecta de manera directa o indirecta a la comunidad a la que pertenezca: familia, barrio, ciudad, etc. Ese adulto hecho y derecho podría ser un padre que decide abandonar a sus hijos por las drogas, o un hijo que trae dolor y violencia a su familia o su comunidad por su adicción. Estos son problemas que también se deben hablar para abordar esta cuestión de una manera más amplia; son problemas que irremediablemente destruyen poco a poco nuestro tejido social y producen también violencia, criminalidad y corrupción.
Si lo que consume la persona debilita el tejido social, o lo hace menos dueño de sus facultades para asumir sus responsabilidades ciudadanas y de manera implícita respetar los derechos de otros ¿debería tener el derecho de hacerlo? El ciudadano tiene libertades, pero de la mano de esas libertades tiene también responsabilidades; son dos caras de la misma moneda. Hablar de la libertad individual para justificar la legalización y el consumo no es suficiente porque ésta no tiene ningún sentido si no hay una estructura moral que diga cómo utilizarla correctamente; detenerte cuando debas hacerlo. Sin un sentido de autocontrol o dominio propio, la libertad puede convertirse en anarquía.
No basta la legalización, más bien creería que este sería un camino equivocado. Producir cocaína seguirá siendo un acto criminal, aun cuando sea legal a los ojos del Estado. Este, no tiene el poder para definir lo que es correcto o incorrecto, pretenderlo, sería darle un rol y poder que no le corresponde. La violencia, la corrupción y la criminalidad no se solucionarán legalizando y normalizando la producción y consumo de drogas; para acabar con estos problemas necesitamos el trabajo de toda la sociedad, no solo el de los políticos o gobernantes; necesitamos que el ciudadano tome responsabilidad. El individuo tiene libertad, pero convertir a la libertad en el valor fundamental sería un camino rápido a la anarquía; de la mano de la libertad necesitamos, de nuevo, responsabilidad.
En esto consiste más bien el coraje, no en pretender que el Estado solucione nuestros problemas con una solución técnica, de manera mágica, sino más bien en tomar responsabilidad ciudadana en los problemas que tenemos como nación; ese sería el comienzo, el único posible, ese sí, de una paz estable y verdadera.
Por: Juan Sebastián Ruiz
(1) Ronald Heifetz and Marty Linsky, Leadership on the Line: Staying Alive through the Dangers of Leading (Boston: Harvard Business School Press, 2002).