En estos días de fiestas veía a mi sobrino de 7 años sentado en su silla y más pegado a su celular de lo normal. Me acerqué a él mientras estaba viendo un video y le dije: Felipe, ¿sabes que significa la palabra esclavo?, por un momento dejó su celular y me miró a los ojos, luego de un largo silencio me dijo: No. Le volví a preguntar: ¿estás seguro Felipe? ¿No sabes el significado? Él me miraba atentamente, serio. Le dije: Mira, un esclavo es… De repente me interrumpió y me dijo: Sí, sí, yo sé qué significa, un esclavo es aquel que hace todo lo que le diga otra persona, y no puede hacer más nada si no eso. Le dije, sí, tienes razón, él sabía a dónde me dirigía.
Le empecé a mostrar imágenes de esclavos desde mi celular, mientras él miraba con atención, le dije: Felipe, ¿te quieres parecer a uno de estos esclavos que ves aquí? Me miraba y con la cabeza me decía que no. Le empecé a mostrar otras imágenes de esclavos al celular y las miraba con seriedad, pero con sorpresa al mismo tiempo, luego de que le mostré varias imágenes bastante simbólicas de personas siendo esclavos al celular, le pregunté de nuevo si deseaba ser como uno de ellos. Con su seriedad se quedó mirando, regresó a su silla donde estaba el celular, lo tomó, y antes de concentrarse de nuevo en el video que estaba viendo me miró a los ojos y me dijo: Algunos esclavos son felices, y siguió viendo su video.
Nunca he querido ser el tío sermoneador y santurrón, espero que nunca lo sea, pero lo que le decía a Felipe, aunque se lo decía con sinceridad, también me lo decía a mí mismo. Solemos subestimar la influencia de las tecnologías en nosotros para hacernos adictos y cambiar completamente nuestro estilo de vida.
Adam Alter es profesor asociado de marketing en la Escuela de Negocios de la Universidad de New York. En su libro más reciente, Irresistible: El ascenso de las tecnologías adictivas y el negocio de mantenernos enganchados, explica en detalle este fenómeno relativamente nuevo. Él lo define de manera general como “comportamientos adictivos”, contrastándolo con el viejo y común concepto de las adicciones a sustancias como el alcohol, la cocaína o la heroína. Los comportamientos adictivos pueden estar relacionados no solo con las nuevas tecnologías, sino también con el trabajo o el ejercicio; en este artículo me enfocaré en las nuevas tecnologías.
Un dato interesante es que la palabra “adicto” viene del latín addictus, que quiere decir “adjudicado” o “heredado”. Después de una guerra, los romanos hacían una “subasta” donde regalaban esclavos a los soldados que peleaban bien. Esos esclavos eran conocidos como addictus.
El autor explica que para que una aplicación de celular o un videojuego sea adictivo tiene que tener seis ingredientes claves: metas cautivantes que estén fuera de nuestro alcance; irresistible e impredecible retroalimentación positiva; sensación de progreso y mejora incremental; retos que se convierten lentamente más difíciles a medida que pasa el tiempo; tensiones sin resolver que demanden una solución; y fuertes conexiones sociales.
Aplicaciones como Instagram o Twitter, o juegos como League of Legends o World of Warcraft, explica Alter, no están diseñados al azar; los desarrolladores e ingenieros detrás de estas aplicaciones y videojuegos saben las reglas y los patrones para hacerlas más adictivas y, a partir de la experimentación, las perfeccionan para que cada vez sean más cautivantes; saben que más tiempo en pantalla significa más ganancias.
Muchas de estas aplicaciones satisfacen necesidades básicas que tenemos como seres humanos; sentirse en una gran aventura en un mundo peligroso con amigos que te acompañen, como en los juegos online, o la sensación de afirmación social y aceptación que dan los likes o las compartidas. Esta es una de las razones por las que son tan adictivas. El problema está cuando descuidamos relaciones cara a cara y significativas por la interacción social online. Por novedosa y atrayente que pueda ser, las relaciones sociales online no tienen comparación con relaciones en la vida real, pero en un mundo tan tecnológico cada vez nos es más difícil encontrar las diferencias.
Para que un comportamiento sea adictivo tiene que satisfacer alguna necesidad básica descuidada o en problemas; debemos relacionar el comportamiento específico con un resultado que nos parezca placentero; que minimice un estado profundo de estrés o vacío existencial. Cuando nuestro cerebro crea esta relación, y como consecuencia repetimos el comportamiento para sentir de nuevo la experiencia placentera, se crea una adicción.
¿Tu tiempo en las redes o en alguna aplicación te “libera” o suaviza algún sentimiento profundo de tristeza o ansiedad? Ten cuidado. El autor asegura que se debe minimizar lo máximo el uso de nuevas tecnologías a niños; ellos son más vulnerables debido a su incapacidad de autocontrol, mucho más común en adultos. Pero lo mismo nos puede pasar a nosotros si no analizamos nuestra forma de usarlas.
¿Qué les parece si en este nuevo año nos proponemos a usar menos estas tecnologías o por lo menos a utilizarlas de una manera más sana? ¿Qué les parece si le damos un énfasis superior a las relaciones cara a cara que a las relaciones online? Para muchos de nosotros será difícil, pero pensando a largo plazo los beneficios podrían ser muy buenos.
¿Algunos esclavos son felices? No sabría decirlo, pero lo cierto es que, aunque las adicciones traigan cierta felicidad a corto plazo, a largo solo traen tristeza y confusión.
Por: Juan Sebastián Ruiz