El objetivo del paro nacional era uno: derrumbar la reforma tributaria. Hasta ese momento podríamos decir que estábamos ejerciendo nuestro derecho a la protesta en virtud de una razón común. Miles de colombianos, unidos en una sola voz, tenían un único objetivo que después de varios días se alcanzó, puesto que se retiró el proyecto de la reforma tributaria y en consecuencia la presión terminó por sumar un logro más: que el ahora exministro Alberto Carrasquilla dimitiera de su cargo. Ese fue el momento propicio para preservar esa unidad de protesta y generar propuestas, pero el objetivo del paro comenzó a ramificarse, lo que era un río que iba en una sola dirección perdió su cauce y se dividió: ahora algunos buscaban derribar las reformas laboral, a la salud y a la pensión, pero otros más sensatos eran conscientes de que, aunque se había tumbado la reforma tributaria, al cabo de un tiempo, el déficit fiscal indudablemente inclinaría la balanza a que se pusiera en la mesa otra reforma tributaria. Lo más sensato era propiciar propuestas para adelgazar ese Estado tan fofo y tan obeso que pierde el balance cuando intenta pararse de su silla para cumplirle a la nación: reducción del gasto público, reducción o fusión de ministerios, reducción de diputados, entre otros. Por su puesto, esa propuesta estuvo rondando entre los protestantes pero ya estaba ahogada en un río revuelto de peticiones.

Sin embargo, las protestas continuaron, ahora manchadas de un enfrentamiento absurdo entre la Fuerza Pública y civiles. Por un lado, miembros de la policía y del Esmad usaron, en muchas ocasiones, una fuerza desmedida contra protestantes en momentos donde no era necesario. Por otro lado, como se pudo evidenciar, grupos vandálicos se infiltraron entre los marchantes para irse en contra de la policía y el Esmad, provocando un completo caos, destrucción y muerte. Ambas actitudes son repudiables, pero no existe motivo de un lado u otro para justificar la violencia. Las armas y la fuerza deberían estar fuera de este panorama porque, aunque se intente justificar la violencia, al final terminan pagando justos por pecadores. Ningún manifestante lleva en su frente un letrero que diga ‘soy el manifestante bueno’, ni el policía lleva grabado en su uniforme ‘soy de los policías buenos’, pero en el hipotético caso de que eso sucediera y pudiéramos diferenciar “los buenos de los malos”, ambas dignidades deben ser protegidas y garantizada la vida y su integridad física.

Las protestas abandonaron su norte guiadas por la razón y mutaron, convirtiéndose en protestas guiadas por la emoción, que en gran medida viene desbordada desde las redes sociales. Desde ese momento, los mensajes que comenzaron a difundirse fueron de auxilio, en lugar de tomar acciones y detener el paro. No resultaba razonable seguir resistiendo cuando ya se había desdibujado el propósito del paro, incluso podría decirse que lo que se logró con la mano se comenzó a borrar con el codo porque algunas ciudades comenzaron a quedar desabastecidas y el precio de los alimentos se incrementó, afectando a las poblaciones más vulnerables, que eran precisamente por las que luchaba el paro.

Es claro que esta protesta nunca fue incentivada por ningún objetivo estrictamente político del pueblo y, sin embargo, se ha visto afectada por dos frentes políticos opuestos en el país. El primero, por un lado, instó a las armas de la Fuerza Pública y el otro, alentó a la población a la protesta desmedida. Lo que ambos tienen en común es que están protegidos en sus casas incentivando al pueblo a luchar contra el pueblo. Es ahí donde está la raíz misma del problema. Se pudo derribar la reforma tributaria, pero oculto entre el caos aún se encuentra el poder político que la generó. Muy probablemente el desfavorecimiento del primer frente, directamente, favorezca al segundo, pero no nos damos cuenta que ni el uno ni el otro son opciones favorables para nuestro país. Son los mismos con las mismas y debemos identificarlos para excluirlos de la esfera política. Somos una nación democrática que, lamentablemente y en gran medida, ignora nuestra realidad política para entender dónde se encuentra situado nuestro país actualmente y hacia dónde podría estar encaminado. No estamos usando correctamente nuestros mecanismos democráticos. En cambio nos conformamos con generar paranoia y replicar todas las noticias que pululan en redes sociales sin siquiera cuestionarlas. Así, pues, debemos comenzar a concienciarnos y a generar conciencia, conocer a profundidad nuestras opciones políticas para elegir con conocimiento, porque la ausencia de este nos ha llevado justamente a donde estamos. La verdadera protesta sigue, pero está en las urnas.

Por: Alexander Cabanillas