Hace unas semanas, el periódico El Clarín publicó la noticia de que un profesor en España habría sido suspendido por seis meses de sus labores, pues en su clase de biología, cometió la insolencia de explicar a sus alumnos que la naturaleza humana tenía solo dos sexos. “Es como si me juzgaran por decir que la Tierra es redonda“, argumentó el profesor a su favor.

¿Estaremos frente a una nueva inquisición? Si bien es cierto, la ciencia sólo cumple funciones descriptivas, no tiene la función de prescribir ni de establecer qué tiene valor y qué no, por lo cual un docente que enseña alguna de sus ramas, no tiene por qué violar esta jurisdicción acuñándole al saber científico los supuestos de una ideología antinatural como la que defienden los colectivos LGBTQI+.

Antinatural, sí, así es. Y no lo digo yo, lo dicen sus ideólogos. “El hombre-Mujer es una idea histórica” escribió Simone de Beauvoir. Son ellos mismos quienes crearon la categoría “género”, para diferenciar la práctica de la esencia, negando cualquier conexión entre la naturaleza y el comportamiento de los hombres y las mujeres a lo largo de la historia. “El sexo siempre fue género” diría Judith Butler, argumentando que la importancia biologíca del sexo, obedece a una normativa social.  “los genitales no definen mi género”, proclama la activista por los derechos humanos para la comunidad LGTBIQ Diane Rodríguez. Si es así, ¿por qué culpar de homofobia al profe?. 

La diversidad en la práctica sexual es legal en todos los países de occidente. Hombres y mujeres pueden vivir su sexualidad como bien les parezca sin la censura de algún aparato coercitivo. Por supuesto, no es bien visto por amplios sectores de la sociedad, sin embargo, ¿es esto un problema?. Por supuesto que no, siempre y cuando las opiniones no se conviertan en violaciones a los derechos humanos. . 

Seamos francos, la verdad es que no es confortable el ser tolerado. Es incómodo. La palabra tolerar viene del latin tolerare que significa aguantar o soportar. A uno no le suele gustar que alguien soporte nuestra opinión sino que la comparta, pero a otros tampoco les gusta tener que aguantar el darse la mano con el otro que piensa y actúa diferente a mis consideraciones morales o culturales. Es una verdad evidente que no es fácil vivir en sociedad. 

El problema del activismo LGTBQI+ es que están pidiendo algo más que tolerancia. Parece que no es suficiente la libertad de ser quienes ellos quieran ser, parece que necesitan el aplauso de todos, que nos sintamos orgullosos de su diferencia; ¿acaso no es igualdad lo que reclaman sus consignas? ¿Qué igualdad buscan? ¿ante la ley o que todos pensemos igual… igual a ellos?.

Pero volvamos al asunto del profesor de biología. He aquí las contradicciones del movimiento. ¿Por qué censurar en el colegio la enseñanza de una verdad biológica y absoluta para evitar ofender a la ideología particular de una minoría? ¿Por qué pretender naturalizar una práctica subjetiva si sus propios defensores mantienen una posición dubitativa del poder de la naturaleza sobre su identidad sexual? ¿Si el sexo siempre fue género, por qué extaltar con orgullo a un colectivo que obedece a una construcción social como las demás?

Hace poco fuimos testigos de cómo las “mujeres trans” participan en los juegos olímpicos en la categoría femenina. Es increíble. ¿Es justo acaso?. La transexualidad es una decisión subjetiva de la persona, cada decisión tiene consecuencias, ¿acaso es injusto que “una mujer trans”, que naturalmente es un hombre, no participe en la competencia de boxeo para mujeres?, por supuesto que no. Es una consecuencia de su decisión que no debería afectar los resultados de las mujeres que participan en igualdad anatómica. Este es solo un pequeño ejemplo que expone la debilidad argumentativa de la ideología de género, pues sexo y género son realidades no separadas, sino compatibles. Hay una correlación entre ambas que no puede ser negada. La bandera de la inclusión debería entonces exigir una categoría para “hombres y mujeres trans”. 

El lobby LGBTQI+ que se levanta con orgullo sobre la heterosexualidad empieza a tornarse impositivo. Los medios de comunicación y los estamentos gubernamentales se rinden ante su relato victimista para convertir una visión anticientífica, antinatural y personal, en una realidad absoluta y pública. Hay que respetar la postura ajena, por supuesto, y brindar el trato digno que merece todo ser humano al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, pero esto no significa obligar a su prójimo a aceptar como verdad su versión, ni tampoco financiar su proyecto identitario a través de los impuestos. 

La igualdad ante la ley ha sido el principio que nos ha permitido vivir en sociedad, garantizando a la mayoría los derechos fundamentales inherentes a la persona humana para la convivencia. Ni más ni menos. Iguales ante la ley, solo ante la ley. 

Por: Perla Iveth Murillo Zapata