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Mujeres ambiciosas, o Babilônia (título original en portugués) fue una telenovela brasileña producida y emitida por la cadena Rede Globo desde el 16 de marzo de 2015 hasta el 28 de agosto de 2015. Como otras muchas telenovelas de dicho imperio mediático, es una superproducción estéticamente atractiva y con un elenco donde no faltan actores con vastas y exitosas trayectorias en la televisión, el cine y el teatro. En el primer detalle mencionado, para el atractivo visual fueron claves las escenas filmadas en Dubái y París.

Durante dos semanas un equipo de casi 20 personas viajó a las dos ciudades, y en la capital francesa filmó en sitios tan deslumbrantes como los Jardines del Luxemburgo, el Puente de Bir-Hakeim y el Museo Rodin. Con respecto al elenco actoral, Camila Pitanga, Glória Pires, Adriana Esteves y Fernanda Montenegro son imanes capaces de llamar la atención de cualquiera con conocimientos mínimos sobre este tipo de producciones. 

Fotografía tomada de Twitter

Pero lo más interesante de esta telenovela, con guión de Gilberto Braga y dirección de Dennis Carvalho -quien también dirigió Paraíso tropical, Insensato corazón y Lado a lado, por sólo mencionar algunas producciones transmitidas recientemente en Cuba- es un elemento que va mucho más allá de las bellas vistas, la calidad del reparto, e incluso, la trama principal con tintes de novela negra. Mujeres ambiciosas, como gran parte de los materiales audiovisuales que hoy llenan las pantallas de todo el mundo, es un producto de la hegemonía sociocultural que el discurso de la nueva izquierda ha logrado y que en la telenovela se manifiesta en tres aspectos fundamentales: las relaciones intrafamiliares, la sexualidad y la visión del cristianismo.

El factor familia en la telenovela es tratado de un modo perfectamente coherente con las posturas de aquellos que, escudados tras la idea del afecto como único legitimador de los vínculos familiares y la supuesta liberación sexual, parecen negar toda importancia al papel de los vínculos biológicos en el devenir de las familias, así como a la dualidad heterosexualidad-reproducción. Es innegable que en la mayoría de las familias de Mujeres ambiciosas lo biológico enlaza a sus miembros, pero resulta que suelen ser monoparentales (término aplicado a aquellas donde sólo uno de los progenitores convive con su hijo o hijos), están rotas, marcadas por la viudez, la orfandad, la disfuncionalidad. Únicamente dos familias nucleares (cuando los miembros de una pareja conviven con sus hijos) aparecen aquí: la encabezada por el matrimonio entre Adelbar Pimienta (Marcos Palmeira) y María José (Laila Garin), quienes conviven con su hija adolescente (Luisa Arraes) y la madre del hombre (Arlete Salles); y la compuesta por Luis Fernando (Gabriel Braga), su esposa Karen (María Clara Gueiros), sus dos pequeños hijos y la madre de ella (Rosi Campos).  

Las familias de apariencia más tradicional son aquí verdaderos focos de hipocresía, mentiras, patetismo y neurosis. Ahora bien, no sólo muestra la telenovela la precariedad de los vínculos familiares monoparentales y nucleares, también se deleita mostrando el amor, la comprensión y estabilidad reinantes en la unión de Teresa Petrucelli (Fernanda Montenegro) con Estela Marcondes (Nathalia Timberg), ancianas homosexuales poseedoras de todas las virtudes imaginables, que han criado ejemplarmente al joven Rafael (Chay Suede). 

Teresa, Estela y Rafael conforman, por mucho, la familia más funcional de la telenovela, que no escatima en recursos maniqueos para exaltar lo modélico de las relaciones existentes entre estos personajes y lo oscuro de la familia que se nos vende como antítesis de aquélla, la del alcalde Adelbar Pimienta, un evangélico corrupto, homofóbico e hipersexual cuyas infidelidades hacia su ingenua mujer son constantes. Se trata de un maniqueísmo brutal, descarnado, donde personas que alegan ser cristianas, como Adelbar y su madre Consuelo tienden a provocar repugnancia y burlas en los espectadores. Este es un punto en el que la telenovela no disimula su anticristianismo y, paradójicamente, alimenta un sentimiento al que en apariencia combate: el odio. Claro, el odio contra el cual se dirige Mujeres ambiciosas es el odio a los homosexuales, pero lo cierto es que dibuja al cristianismo como un conjunto de prejuicios y superficialidades proclives a despertar el más fuerte rechazo de cualquiera, incluyendo el de los cristianos incapaces de reconocer su fe en las palabras y acciones de Aderbal y Consuelo.

Muchos podrían afirmar que la telenovela no es anticristiana, que más bien arremete contra los que utilizan la fe para enmascarar vicios e intenciones pérfidas, en resumen, contra los hipócritas. Si bien es fácil percibir la doble moral de Aderbal y Consuelo, vale la pena preguntarse, ¿quiénes son los cristianos de corazón? La mujer del alcalde, aunque honesta, es una especie de arquetipo de la sumisión femenina ante el macho producido por el régimen patriarcal. María José tiene talento como pianista, pero renunció a sus sueños musicales para entregarse al esposo y a la crianza de su hija; además, cuenta con pocas ideas y su religiosidad no pasa de ser un mero reflejo de la influencia del cónyuge. Por otro lado, está Laís, la hija de Aderbal y María José, chica cuya relación con el cristianismo (si es que en realidad la ha tenido) se limita a una educación opresiva y poco interiorizada, una educación contra la cual se rebela mediante su noviazgo con Rafael, joven ateo criado por una pareja homosexual. Otros personajes no pasan de un catolicismo popular bastante cosmético. ¿Aparece en la telenovela algún ejemplo de relación sincera y estrecha con la fe cristiana?

Con independencia de los insultos, poco acordes siempre con la fe, en la telenovela no se refleja criterio alguno de inspiración cristiana en pro de la familia nuclear y contra el otorgamiento de la condición de familia a un grupo de convivientes encabezado por una pareja homosexual. No obstante, también la filosofía secular ha producido ideas muy válidas para meditar sobre la homosexualidad y la familia. El pensador español Julián Marías llama «campo magnético de la convivencia» a la idea de que «varón y mujer se necesitan recíprocamente para ser quienes son […]», o sea, ser varón o mujer significa, en gran medida, estar proyectado/a hacia el sexo opuesto, por lo que existe una complementariedad psicosomática derivada de la esencia de ambos sexos, que son las dos formas en que se realiza la vida humana. Lo acertado de tales postulados es evidente en el fenómeno de la reproducción, el cual posibilita la permanencia en el planeta de los individuos humanos y las familias.

Defender conceptos de familia que excluyen la reproducción es comprometer el futuro de la humanidad disminuyendo su capacidad para perpetuarse. Mujeres ambiciosas es parte de una bien orquestada campaña internacional para armar con argumentos emocionales la causa del matrimonio homosexual y el supuesto derecho de estas parejas a adoptar niños, algo que, como expresa el documento Varón y Mujer los creó, de la Congregación para la Educación Católica, priva al menor del derecho «a crecer en una familia, con un padre y una madre capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y madurez afectiva». Sólo una pareja heterosexual puede hacer que el niño reconozca «el valor y la belleza de la diferencia sexual […], de la reciprocidad biológica, funcional, psicológica y social».

Tras la exaltación de la pareja de Teresa y Estela, y la satanización de la familia de Aderbal, hay un desprecio preocupante hacia los lazos biológicos intrafamiliares. Es una perspectiva que instrumentaliza el afecto entre los individuos para emplearlo contra la diferencia sexual y la reproducción, consideradas irrelevantes en el devenir de la familia. Se quiere substituir un modelo institucional de familia con una estructura y una finalidad orientadas a convertir el amor en carne mediante la descendencia, que trasciende a la propia pareja, por una visión netamente contractualista y voluntarista. 

Para contar con la simpatía de muchos el guión de Mujeres ambiciosas es muy afín con lo que la intelectual Ayaan Hirsi Ali denominó «emocracia», una cultura en la que lo emocional es antepuesto a la búsqueda de verdades objetivas. En la mentalidad emocrática lo vital es sentirse bien con lo que se dice y se hace, procurando no ofender a nadie que se declare víctima. Pero sucede que la verdad puede ser incómoda para cualquiera. La búsqueda de la verdad es en sí un ejercicio de libertad que jamás debe subordinarse a los dictados de la corrección política. Al conceder el rol de familia ideal a la compuesta por Teresa, Estela y Rafael, colocada en cuanto a funcionalidad y solidez por encima del resto, la telenovela busca satisfacer a un lobby gay que, con el apoyo de medios de difusión, entidades multinacionales, consorcios privados, ONGs, universidades, figuras de la farándula y Estados, pretende imponer un criterio único abusando de censuras y descalificaciones contra cualquiera que piense diferente. Esto último es bastante perceptible en la telenovela, pero aún más en la realidad, donde nadie está libre de ser tildado de homofóbico, machista, fundamentalista o fascista por el más leve comentario.

No hay que engañarse, en las raíces de los mensajes que Mujeres ambiciosas transmite contra la familia nuclear está el marxismo clásico. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels manifiesta que la familia monogámica es tan sólo un tipo de familia cuyo nacimiento guarda estrecha relación con la propiedad privada. Antes de ella habrían existido esquemas muy diferentes donde los hombres practicaban la poligamia, sus mujeres la poliandria, y los hijos eran adjudicados al colectivo. Más allá de hasta qué punto tales comentarios sean históricamente ciertos o no, lo interesante es la defensa que el amigo de Marx hace del retorno a dicho primitivismo familiar en la futura sociedad comunista. 

Algo hay también de la ideóloga de género Shulamith Firestone, quien, en La dialéctica del sexo, describe su visión sobre el porvenir de la vida en familia: 

Al principio, en el período de transición, las relaciones sexuales serían probablemente monógamas, incluso si la pareja decide vivir con otros. (…) Sin embargo, después de muchas generaciones de vida nofamiliar, nuestras estructuras psicosexuales podrán alterarse tan radicalmente que la pareja monógama se volvería obsoleta. Sólo podemos adivinar lo que podría reemplazarla: ¿quizás matrimonios por grupos, grupos maritales transexuales los cuales también involucran niños mayores? No lo sabemos.

Firestone propone aquí la destrucción del matrimonio monogámico al considerarlo «la fuente de la represión psicológica, económica y política». El llamado «socialismo real» fracasó, según esta autora, «por haber revolucionado sólo lo concerniente a la esfera económica y no haber implementado a fondo y sostenidamente esta revolución en el ámbito de las relaciones interpersonales y familiares». Firestone aspira a una sociedad socialista donde la familia sea reemplazada por household, una especie de hogar formado por personas sin vínculos sanguíneos.

Quizás algunos se pregunten, ¿qué relación puede haber entre los cuestionamientos al matrimonio monogámico y las uniones homosexuales? ¿Acaso no es monogámica la unión de Teresa y Estela? Primeramente, la destrucción de la familia nuclear y del papel que ésta concede a las dualidades heterosexualidad-reproducción y afecto-biología, es una labor progresiva o, como dirían Engels y Firestone, dialéctica, lo cual queda claro en la cita aparecida más arriba. Una evidencia de ello es que los mismos que promueven el llamado matrimonio igualitario cuestionan o ridiculizan el matrimonio entre un hombre y una mujer, usando también la industria del entretenimiento. Ahora el lobby gay, el feminismo radical y el marxismo cultural buscan ampliar su dominio sobre la opinión pública mostrando a una pareja de ancianas burguesas, cultas, de buenos modales, profesionalmente exitosas y maternales que han acompañado en su crecimiento al quasi perfecto joven Rafael, pero… ¿qué mostrarán mañana? No es extraño que el matrimonio estrella de la telenovela sea monogámico. Es inteligente disfrazar de moderadas las ideas más extremistas.

En cuanto a la recepción de la telenovela en Brasil, es interesante constatar que Mujeres ambiciosas tenía tras su primer mes al aire uno de los peores registros de audiencia de un programa de ese tipo en São Paulo, la mayor ciudad brasileña. ¿La causa? Un beso en los labios de Teresa y Estela ya en el capítulo inicial. Aunque anteriores novelas brasileñas habían mostrado besos homosexuales, esta fue la primera vez que lo hicieron dos actrices ancianas y las respuestas no se hicieron esperar: el Frente Parlamentario Evangélico (con más de 80 senadores y diputados federales de distintos partidos) emitió un comunicado de rechazo al audiovisual por su «clara intención de afrontar a los cristianos en sus convicciones y principios», como alega el texto firmado por el diputado João Campos, del Partido Social Democrático (PSD). Otro diputado llamó a boicotear a la empresa de cosméticos Natura, patrocinadora del material, por apoyar «la deconstrucción de la heteronormatividad».

Por su parte la actriz Fernanda Montenegro afirmó en una entrevista que no esperaba tal rechazo y aprovechó para distorsionar las críticas adjudicándoselas a la polarización política del país. No es una mera cuestión política, pues vastos sectores de la sociedad brasileña, hastiados de la ineficiencia y corrupción de sus líderes, parecen preocuparse poco por lo que éstos dicen o hacen (cosa frecuente en Latinoamérica). 

En realidad, Brasil, al igual que todo el Occidente, es un verdadero campo de batalla cultural (más que político) entre la fidelidad a ciertos valores esenciales en el judeocristianismo y la adopción de concepciones radicalmente opuestas a éstos elaboradas en los centros de pensamiento neomarxista. Se percibe en la nación sudamericana la coexistencia de una poderosa tradición católica con un creciente número de evangélicos (22,2% en el censo 2010) cuyo enérgico activismo ha impedido el pleno respaldo estatal al ´´matrimonio igualitario´´. Pero también están los beijaços, manifestaciones de movimientos LGBTQ donde personas del mismo sexo se besan colectivamente en público. 

Puede afirmarse que en el caso de Mujeres ambiciosas lo mejor del Occidente se ha anotado un minúsculo triunfo. De hecho, el guionista Gilberto Braga, apesadumbrado y con un lenguaje emocrático extremo, concluyó que, en Brasil, el «espectador no está preparado para ver cariños físicos entre personas del mismo sexo». En la misma línea aseveró, para BBC Mundo, Paulo Henrique Martins, un profesor de sociología en la Universidad Federal de Pernambuco: «Brasil es un país muy conservador, esa idea de que es abierto es muy folclórica». Él cree que el «beso gay se inscribe dentro de una lucha por el derecho a la diversidad, pero es una lucha de una minoría; no es una lucha de la sociedad brasileña». 

En Cuba, donde el ´´matrimonio igualitario´´ se distingue ya en el horizonte, lo más honesto es reconocer que tal causa tampoco es la de nuestra sociedad. Claro, la transmisión de Mujeres ambiciosas en el horario estelar que durante décadas ha estado reservado a sus similares brasileñas, busca apuntalar las opiniones de aquellos que, ignorando problemas graves que hoy azotan a los cubanos, como el acelerado envejecimiento poblacional, el bajo índice de natalidad y las enormes cantidades de abortos que año tras año se realizan en la Isla, reproducen ideas con consecuencias sociales, psicológicas y morales desastrosas en otras latitudes.

No es inteligente ni justo abusar de la censura y sí darse al análisis, la reflexión y el debate. Siempre que se haga con espíritu crítico, vale la pena ver la polémica telenovela brasileña; ello posibilitará desenmascarar sus manipulaciones e ir más allá de lo que dice. Ante los productos culturales de la nueva izquierda, la más maravillosa herramienta es un espíritu crítico comprometido con la verdad, pues sólo con él seremos libres.

Por: Eric

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