Desde las sombras un ídolo arrastra a Colombia hacia la barbarie. Un ídolo que con el devenir de los años ha construido templos, adiestrado predicadores, conseguido creyentes y hasta un día sagrado en el cual adorarle. Un ídolo de apariencia formidable, pero intenciones corrompidas. Ese ídolo se llama: la justicia social.

El intelectual inglés Terry Eagleton en su ensayo La Cultura y la muerte de Dios sugiere que las ideologías pertenecientes al siglo XVIII al XX, Ilustración, el Romanticismo, Nacionalismo entre otras, surgieron como sustitutos de la religión. La justicia social se debe a estas ideologías en mayor o menor medida. Por tanto, sigue teniendo la misma función: reemplazar la religión. Hasta ese entonces, la religión cristiana proveía un consenso social debido a la mayoritaria aceptación de sus valores. No obstante, cuando el cristianismo perdió relevancia en la esfera pública los nuevos valores de la justicia social se impusieron. Por lo cual denominarlo ídolo no representa ninguna agresión a la verdad, aunque según el diccionario hay otra definición para ídolo que parece más apropiada: todo aquello que se convierte en objeto de culto o exaltación. Y la justicia como ninguna otra doctrina política actual ha adquirido ese estatus. 

Si la justicia social viene siendo algo digno de adoración, y el lugar donde se ofrece adoración, en buen número de casos, se denomina templo, pagoda o mezquita, entonces no sería incorrecto ver las sedes de la ONU, la OMS e incluso la OIT, debido a su permanente exaltación de la justicia social, levantarse majestuosamente sobre nuestras cabezas como los templos de la posmodernidad. Por ejemplo:»Para las Naciones Unidas, en sus propias palabras, la búsqueda de la justicia social universal representa el núcleo de su misión en la promoción del desarrollo y la dignidad humana» ¿El tono grandilocuente no le recuerda a la doctrina social de la iglesia católica?

La OMS y la OIT también abrazarían el ideal con semejante devoción. Así lo evidencia el informe final de la comisión sobre las determinantes sociales de salud en un fragmento que pone de manifiesto la obra de estos templos poco convencionales: 《Los sistemas sanitarios donde las prestaciones son parciales o no son equitativas no permiten instaurar sistemas de salud universal en nombre de la justicia social》. (Énfasis añadido) 

Cuando el ex-presidente de Colombia Juan Manuel Santos participó en la Conferencia anual de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dijo que la justicia social se logra con más empleo, menos pobreza y menos desigualdad. El discurso recibió una fuerte ovación y aún hoy tal perspectiva sigue ganando adeptos dentro y fuera de Colombia gracias a los predicadores de esta creencia. La pregunta es: ¿la justicia social constituye el bien supremo al que Colombia debe aspirar? Para los políticos o, mejor dicho, neo-predicadores y tele-evangelistas sí. 

Un amplio número de estos, sin importar el partido que representan, ha consentido enarbolar la bandera de la justicia social e incluso ir más allá, de la justicia al perdón social. Un par de ejemplos bastaría. Cuando Margarita Cabello Blanco ostentaba el título de Ministra de Justicia y del Derecho, afirmó que Colombia no solo se reconciliaba con su pasado, sino que abrazaba un porvenir de igualdad y justicia social. Recordemos que el presidente Duque repitió más de una vez durante su campaña que quería ser el presidente de la justicia social. Por último está el llamativo caso del senador Carlos Lozada, del Partido Comunes, anteriormente partido FARC, quien a propósito de las elecciones señaló que la implementación de los acuerdos de paz conducirá a Colombia hacia el sagrado terreno de la justicia social. Es evidente que este credo ha trascendido las diferencias políticas para convertirse en sitio común.

Y, por último, como si de la Santa Sede en el Vaticano se tratara, la Asamblea General declaró el 20 de febrero de cada año se celebrará el Día Mundial de la Justicia Social para que cada persona pueda adorar; corrijo, conmemorarlo.

La Biblia contiene una clara advertencia contra los ídolos. No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios. Llama la atención que uno de los atributos de Dios, la justicia, ahora se le confiera a la sociedad como si se tratara de una persona. En el primer caso no hay duda que de la persona que exalta la justicia de Dios se identificaría como creyente. En cambio, quien exalta la justicia de la sociedad, simplemente se ve como un buen ciudadano. De cualquier modo, la prueba definitiva para todo ídolo descansa en su capacidad para cumplir lo que promete. Al final se hará evidente que esa pretensión de eliminar todo tipo de injusticia en la sociedad sin considerar la condición humana, es como todo ídolo, un engaño. 

Llama la atención que uno de los atributos más admirables de Dios: la justicia, se le confiera a la sociedad como si se tratara de una persona. Quien exalta la justicia de Dios lo llaman creyente o fundamentalista; quien exalta la justicia de la sociedad, lo consideran un buen ciudadano. 

De igual modo sucede con la seguridad social, el estado de bienestar, la libertad económica, entre otras teorías: se conservan las características pero se ha sustituido a Dios, la fuente de la libertad, el bienestar y la seguridad. Pero todavía no queremos admitir lo obvio. La relevancia de Dios se torna evidente cuando seguimos confiando en la ética judeocristiana para conducirnos en la vida.

De cualquier modo, la prueba definitiva para la justicia social será lidiar con la injusticia humana. Si logra transformar el corazón humano con leyes y programas gubernamentales podrá desafiar lo que Dios dijo: no hay justo ni uno. Las palabras de Dios parecen menos atractivas que el ideal de un mundo justo. Pero pensémoslo detenidamente: si el ser humano se rehúsa a practicar la justicia, ¿qué nos hace pensar que solo por vivir en sociedad lo hará diferente?.

Pienso que al menos ha quedado demostrada la importancia casi religiosa que le confieren la ONU, la OMS y la OIT a la justicia social, de igual modo la adhesión de múltiples voceros dentro del escenario político. Pero no las implicaciones negativas de vivir bajo tal dogma. Permítanme mencionar las dos principales: la justicia social oculta el fracasado rostro del socialismo. Y en segundo lugar, atenta contra el paradigma judeocristiano de la justicia que permitió el surgimiento de la Civilización Occidental. En el próximo artículo trataré de demostrar el peligro que supone esta idolátrica concepción.

 

Por: Lázaro del Valle