Han pasado más de 160 años desde que los estadounidenses se enfrentaron entre sí. ¿La causa?  Los habitantes del norte creían que la esclavitud era perjudicial; mientras que los dueños del sur, que poseían grandes plantaciones de esclavos, afirmaban lo contrario. Así fue como inició el enfrentamiento entre la Unión y Confederados, los abolicionistas contra los esclavistas, hermano contra hermano. Tal suceso merece toda nuestra atención si queremos entender qué hay detrás de la polarización para vivir en sociedades pacíficas.

La polarización es el resultado del ejercicio de la libertad, ya sea de pensamiento, conciencia, expresión o política. Cada vez que hacemos uso de nuestra libertad para pronunciarnos sobre temas como los impuestos, el aborto, el socialismo, el consumo de drogas o la crianza de los hijos corremos el riesgo de ubicarnos en uno de los dos polos: a favor o en contra. Por lo general todas las preguntas que implican un juicio de valor contienen esa dificultad. Esto no significa que debamos despreciar la libertad ni mucho menos aplaudir la polarización como si se tratara de un mal necesario. Así como no renunciamos a manejar porque en el pasado tuvimos un accidente.

La solución para evitar este tipo de escenarios podría ser que todos pensáramos igual, pero solo ocurriría en la mente de algún teórico. Esto, por supuesto, se lograría después de someter a la sociedad a una campaña de adoctrinamiento masivo que unifique nuestras visiones del mundo. O sea, tendríamos que desaprender todo lo que sabemos y, todo lo que somos para absorber de una misma fuente ese nuevo conocimiento específico que se requiere en un país sin polarizaciones. Quizás se resuelva el problema, pero se crearían otros más complejos. Viviríamos en el año 1984 de Orwell o en el 2023 de Corea del Norte. ¡Terrorífico! 

La polarización representa un problema con el que debemos lidiar urgentemente si queremos, insisto, vivir en sociedades pacíficas. Veamos cómo en un contexto de polarización dicho ideal pierde el sentido. Por sociedad entendemos “un conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes”. ¿Cierto? Si un número significativo de personas rechaza las normas comunes por las que se rige, entonces la convivencia se ve afectada y surge una suerte de enfrentamiento permanente. Unos y otros tratando de imponerse sus normas. Ello probablemente conduciría a una fragmentación social. Esta realidad se puede observar tanto en sociedades como en grupos menos numerosos. ¿Andarán dos juntos si no estuvieran de acuerdo?

Hace poco menos de una década, la sociedad colombiana tuvo un gran desacuerdo sobre el significado de la paz y los medios para alcanzarla. Mientras un sector creía que los acuerdos de La Habana ponían fin al enfrentamiento entre colombianos, y en consecuencia conducía a la paz; otro creía que era una forma de premiar el terrorismo y negar la paz a las víctimas de la violencia. Ambos usaban una misma palabra en sentidos opuestos. El resto es historia. Pero el enfrentamiento entre las formas de concebir esas normas comunes es el presente. De modo que resulta legítimo preguntarnos: ¿Cuánto tiempo perdurará una sociedad dividida contra sí misma? Probablemente lo mismo que un matrimonio en el que uno de los cónyuges defiende la idea de que el adulterio es apropiado y el otro no. Porque cuando el respeto por las normas comunes desaparece, la sensación de unidad tarde o temprano experimentará la misma suerte. Por ello, usualmente vemos a las personas en las redes sociales tratarse como enemigos.

El politólogo Francis Fukuyama dedica más de 600 páginas para registrar la importancia de la confianza en la conservación del orden social y la creación de prosperidad económica. Sabemos por la experiencia de miles de conflictos en la casa que la confianza suele resentirse cuando estos no se solucionan adecuadamente. Las posibilidades de que se solucionen son numerosas debido a que vivimos en un espacio demasiado reducido. Sin embargo, lamentablemente no siempre se solucionan. Si así sucede con la familia, ¿cuántos conflictos trataremos de ventilar con un extraño? Por ejemplo, podría tratarse de un debate con el jefe, sobre la naturaleza inmoral del socialismo. ¿Cree que después de un desacuerdo como ese, la relación será la misma? En cualquier caso, dentro o fuera del contexto familiar siempre vamos a necesitar más motivos para confiar que para no hacerlo. Una sociedad que depende del respeto por normas comunes y una buena dosis de confianza para garantizar su subsistencia debería cuidarse de la polarización porque ésta socava ambas.

El problema detrás del problema

Pareciera que ha concluido el diagnóstico y, por tanto, nos encontramos en condiciones de escuchar el tratamiento; pero no es el caso. Detrás del problema de la polarización se oculta uno más grave e inadvertido: la ausencia de un consenso moral que vincule a todos los ciudadanos. Hasta hace unos años el cristianismo proveyó ese consenso. Ya no más. O como mínimo no del mismo modo. El filósofo Jürgen Habermas lo expresa de la siguiente manera: Los intentos de explicar el <<punto de vista moral recuerdan que los mandamientos morales>>, tras el colapso de una imagen del mundo <<católica>>, vinculante para todos, y con el paso a una sociedad pluralista por lo que hace a las concepciones del mundo, ya no se pueden justificar públicamente desde la perspectiva trascendente de Dios

Con la “muerte de Dios” es inevitable el entierro de la ética judeocristiana, así como la aparición de nuevos consensos moralmente relativistas. En lugar de obedecer los mandamientos de Dios, tocará obedecer las leyes vigentes. Exponiéndonos a una suerte de ética circunstancial, donde la legalidad y la oportunidad se convierten en los valores primordiales. La pregunta con la que tendríamos que lidiar ya no sería: ¿puedo hacerlo?, sino ¿puedo hacerlo sin que me atrapen? A fin de cuentas, si Dios no existe, no hay normas absolutas, ni bien ni mal absoluto, todo depende de la percepción individual y no puede ser de otra manera porque tratar de imponerme tu modo personal de concebir el comportamiento supone que tu concepción es mejor que la mía. A grosso modo, cada cual trataría de hacer lo que le beneficie y evitar lo que le perjudique. Lo cual parece aceptable, hasta que enfrentamos el hecho de que lo que te beneficia a ti, yo bien pudiera considerarlo perjudicial para mí. James Paterson y Peter Kim en su libro El día en que Estados Unidos dijo la verdad, plantean lo que podría ser el pasado y el futuro de este problema: no hay consenso moral en lo absoluto… Todos están inventando sus propios códigos morales personales. Mejor dicho, imposible.

¿Qué será de nosotros cuando el único estándar de moralidad válido sean la autoridad del Estado y sus leyes? Teniendo en cuenta que estas no siempre son moralmente buenas, no son capaces por sí solas de producir un cambio de comportamiento ni de consciencia y tampoco existen instrumentos para lidiar con el incalculable número de personas que las infringen a diario. ¿Cómo será esa sociedad en la que no existe una visión absoluta del bien ni del mal, sino una relativa? ¿Quedará algún vestigio de ética cuando aparezca un tema que nos desafíe tanto como desafió la esclavitud a los estadounidenses?

 

Por: Lázaro Del Valle