¿Sobre quién cayó la muerte del Mesías? El imperio se lavó las manos y la élite religiosa no gozaba del poder jurídico para condenar a Jesús a la muerte. En este viernes de crucifixión recordemos los gritos de una muchedumbre que pidió que liberarán a Barrabás, clamando el asesinato del Rey de los judíos. 

¿Por qué eligieron indultar al criminal para exigir apasionadamente la tortura de Jesús? No hace mucho habían querido hacerlo rey, ¿qué pasó? ¿Dónde  estaba la muchedumbre que tendió sus mantos cuando entró triunfante a Jerusalén?

Fotografía tomada de Pixabay

El pueblo judío añoraba la llegada del Mesías, aquel salvador prometido que restauraría el reino glorioso de David. Jesús parecía serlo, los milagros eran una prueba de que el Altísimo estaba con él, había alimentado dos veces a la multitud, extendió las manos a los pobres y se sentaba a comer con los parias. Su mensaje era contundente, el Reino de los Cielos se había acercado.

Pero Jesús sabía que la raíz de la esclavitud del pueblo israelita no era la invasión romana. En las páginas del antiguo pacto se describe claramente que fue la rebelión de Israel lo que causó su ruina. La inmoralidad, la falta de virtud, la oposición al Creador habían cambiado su suerte. Jesús señaló al pueblo como el culpable y los llamó al arrepentimiento, un mensaje muy difícil de oír: Arrepentíos y convertíos porque el Reino de los Cielos se ha acercado. 

La “revolución de Jesús”, si es que así es preciso llamarle, era distinta. Fue una revolución espiritual y por ende más profunda y duradera.  Sin embargo, en las mismas palabras de Jesús, las gentes le seguían porque comieron el pan y se saciaron.  Pronto se decepcionaron cuando descubrieron que Jesús no venía a solucionar el problema del pan, “pues no solo de pan vive el hombre”. ¿Qué significaban esas palabras?: “que incluso en condiciones de extrema privación, hay cosas más importantes que la comida… Que el pan le sirve de poco al hombre que ha traicionado a su alma… ¿la gula en medio de la desolación moral? sería el más miserable de los banquetes. Por el contrario Cristo tiene un objetivo algo superior: describir una forma de Ser que pueda terminar de manera definitiva con el problema del hambre. ¿Y si todos eligiéramos, en lugar de lo que nos conviene, alimentarnos con la palabra de Dios? Algo así supondría que cada persona viviría, produciría, sacrificaría, hablaría y compartiría de una forma que convertiría los padecimientos del hambre en algo definitivamente superado” (Peterson, 2018).

Aunque los cuatro evangelios no profundizan en la vida del reo Barrabas, si lo etiquetan como un sedicioso, un asesino, un ladrón. Barrabas era un opositor violento del imperio romano, se cree que pertenecía al grupo guerrillero de los Zelotes, una secta pseudo religiosa nacionalista que pretendía socavar el poder romano y liberar a Israel del yugo de los paganos. Al parecer había sido capturado en una revuelta durante la cual había asesinado a alguien. Barrabas era un revolucionario que apuntaba su dedo a Roma y no al corazón humano. El pueblo lo eligió y crucificó al Redentor.

La historia se repite vez tras vez, las muchedumbres siguen eligiendo a Barrabas, perpetuando así su miseria. En el siglo XVIII, las gentes avivadas por la sed de justicia y libertad, decapitaron a la monarquía  y eligieron a sus caudillos. Eliminaron lo que suponían la causa última de sus desgracias, pero solo avivaron la llama del infierno en sus tierras. Los  revolucionarios franceses, tal como lo profetizó Dostoievski en Los hermanos Karamazov, no creían en la existencia del bien o del mal; solamente del hambre. Y en el altar de la guillotina corrieron ríos de sangre. ¿Qué podría detener la desolación que trae consigo un pueblo extasiado por las pasiones carnales?, la tiranía de la época napoleónica es el gran fruto de la revolución de los derechos del hombre.A pesar de semejante fracaso, desde entonces, el Estado ocuparía el lugar de la divinidad. El contrato social garante de la justicia fracasaría en el cumplimiento de la promesa de un paraíso terrenal, al intentar perfeccionar al ser humano a través de una norma que apuntaba solamente a los bienes mutables y no al bien Superior. 

El último discurso de nuestro presidente obedece a esta lógica. El problema es externo a un pueblo que se presume bueno e inocente. El hambre es vista como la fuente de todas nuestras afrentas, el materialismo como credo que silencia la voz de la conciencia. La vida virtuosa no es una senda que se pretenda transitar. Los edictos de la soberanía popular que gobiernan en lugar de la ley natural divina, con su esencial relativismo, no hacen más que exponer a cada ciudadano a la maldad ilimitada de un particular, Barrabas. 

Es por eso que mientras el hambre sea saciada (o se le quite a los que no la padecen), permitimos que los criminales juzguen a los inocentes, que el “perdón social” se ría de la justicia, que nuestro país se alie con dictadores aunque sus víctimas se derramen por nuestras calles. Mientras el pueblo sea saciado, que importa la muerte de los concebidos, que suban los impuestos, que se centralice el poder. Mientras no gobiernen los mismos, la conciencia no acusa a quienes insultan a los que no comparten sus ideales, que importa que se destruyan lazos familiares, que se indulten asesinos o se vandalicen los negocios de los ricos y se destruyan los bienes públicos. 

Elegimos a Barrabas, elegimos el orgullo al precio que sea para no vernos en el error. ¿Será esta la razón por la cual los caudillos y su séquito jamás admitirán crítica alguna, ni reconocerán sus sonoros fracasos? En todo caso, este viernes de crucifixión reflexionemos sobre la solidez de la revelación divina la cual nos enseña  sobre la tendencia constante del ser humano hacia el mal. De ahí la urgente necesidad de alinearse a su diseño original para multiplicar el bien en la tierra. No hay otro camino.

«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas

estas cosas os serán añadidas».

Jesus

 

Por: Perla Murillo