¡Vivimos rodeados de paradojas! Hechos aparentemente contradictorios, pero ciertos.

Es una paradoja que en la era de la hiper conectividad y las comunicaciones instantáneas nos sintamos más desconectados y solos que nunca. Así como es una paradoja que en estos tiempos que tenemos disponibilidad absoluta para expresarnos, gracias a las redes sociales, presenciemos también la decadencia de la expresión. La Real Academia define paradoja como una «figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelvan contradicción».

Un día vi una ilustración en la portada de una Biblia para presos. Consistía en una persona sola y encadenada en una celda oscura, extendiendo sus manos en señal de súplica hacia una paloma blanca y luminosa cerca de su ventana. «La Biblia de la libertad», decía el encabezado. ¿Cómo puede un preso ser libre? es una paradoja. Y, aun así, muchos de nosotros que somos libres vivimos como si estuviéramos presos.

Hace un tiempo leí un artículo de una persona que decía que para él era imposible creer en el cristianismo porque estaba lleno de contradicciones, de cosas que claramente no tenían sentido. ¿Cómo puede un justo morir por los injustos? ¿Si Dios es tan bueno por qué existe el sufrimiento en el mundo? ¿Cómo un Dios santo puede convivir con pecadores? Todo esto va en contra de la lógica, no es razonable, es disparatado. Y tiene razón, el cristianismo es paradójico, contradictorio, pero esto no lo hace menos cierto. ¡El cristianismo está basado en una paradoja, la vida de Jesús!

Los expertos en interpretar señales no fueron capaces de comprender la mayor señal de la historia; la venida del Hijo del Hombre, del Mesías. Los ciegos veían y los que supuestamente veían con claridad en realidad estaban ciegos. A los niños, a los no tan sabios, a los parias, les era revelada una verdad ininteligible para muchos maestros de la ley, para muchos sabios, “justos”, o poderosos.

Su vida y su mensaje eran locura para sus contemporáneos. Aquel rey sin reino visible, aquel Dios hecho hombre, aquel salvador incapaz de salvarse a sí mismo, aquel Dios crucificado. Aquella tumba vacía. Un gran signo de contradicción. Es absurdo, pero… ¿es verdadero? Lo es.

Sus dichos aparentemente contradictorios resuenan hasta el día de hoy: Los primeros serán los últimos y los últimos serán primeros, el que dirige sea como el que sirve, para vivir hay que morir. Si su vida fue paradójica, ¿por qué no lo será la nuestra?

Jesús murió por nosotros, para librarnos del pecado y de la muerte, su vida y su muerte fueron extraordinarias. Al ser sepultado sus discípulos estaban devastados. El Mesías, aquel que nos libraría del yugo romano, el Cristo, ha muerto. Un aparente fracaso. Pero al tercer día resucitó, venciendo a la muerte. “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!”, sentenció en el camino a Emaús.

Nuestra vida es también paradójica en muchos sentidos; lo que deseamos no lo tenemos y lo que tenemos muchas veces no lo deseamos. No entendemos nuestro camino, nos parece a veces un enredo de contradicciones, una obra de teatro sin ningún sentido, con la casualidad como guión, que hasta nos preguntamos si será nuestra vida una paradoja escrita por Dios. 

¿Cómo vivir una vida llena de contradicciones y paradojas? ¿de aparentes capitulaciones y derrotas? Vivimos, caminamos y morimos por la fe en aquel que resucitó al tercer día y venció a la muerte. Gracias a este mismo poder continuamos y vivimos como aquel que fue un “signo de contradicción” para sus contemporáneos.

¡Nuestra tarea es vivir a la altura de esa gran paradoja!

 

Por: Juan Sebastián Ruiz García
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