“Lo que parecen ser obras seculares son en realidad alabanzas a Dios y representan una obediencia que le es grata”
Martín Lutero
En este mes de octubre se celebra el aniversario de la Reforma Protestante y aprovecho esto para mostrar en este escrito la visión que tenían los reformadores del trabajo y la vocación. Esta se resumía en lo siguiente: Todo cristiano es llamado por Dios para servirle a través de su vocación, cualquiera que esta sea.
La palabra vocación viene del latín vocatio que significa “acción de llamar”. Esta palabra ha perdido su trascendencia y se ha convertido en un término más que designa simplemente aquello a lo que nos dedicamos o a nuestro trabajo. Pero su etimología dice mucho: ¿Quién es el que llama? si somos cristianos, creemos que Dios es el que llama, Él nos llama a una vocación, a una profesión, a un trabajo, a realizar su voluntad a través de esa vocación, cualquiera que esta sea. Antes, cuando yo escuchaba que alguien había sido “llamado por Dios” o “llamado a servir a Dios”, lo primero que se me venía a la mente era que había sido llamado a ser pastor, líder de alabanza o misionero, nunca pensaba en un médico, en un comerciante o en un artista, por ejemplo. Este pensamiento es hoy muy común entre cristianos. Quizá esto se deba a que hemos olvidado un poco esa verdad enseñada por los reformadores, la de que nuestra vocación es, en sí misma, un acto de servicio y adoración a Dios, que todos somos llamados a servirle a Dios a través de nuestra vocación.
En el libro “El pensamiento de la Reforma” el teólogo y biofísico irlandés Alister E. McGrath escribe sobre cómo los reformadores repudiaban la idea “monástica” de que el ser llamado implicaba “dejar el mundo atrás”. Ellos creían, por el contrario, que la persona era llamada, primeramente, a ser cristiana y, en segundo lugar, a vivir su fe en una esfera definida de actividad en el mundo. Escribe A. E. McGrath: “Para Eusebio de Cesárea, la vida cristiana perfecta era aquella dedicada a servir a Dios, sin estar contaminada por el trabajo físico. Aquellos que optaban por trabajar para ganarse la vida eran cristianos de segunda categoría. Vivir y trabajar en el mundo significaba renunciar a una vocación cristiana de primera categoría, con todo lo que esto implicaba”. (1) Este pensamiento, al cual los reformadores se opusieron completamente, pareció haber influenciado en la forma como las primeras órdenes monásticas cristianas veían el trabajo y se extendería hasta los tiempos de la reforma.
Pero la visión de los reformadores era muy distinta: Martin Lutero, en su exposición del Salmo 128:2 dice: “Vuestro trabajo es un asunto muy sagrado. Dios se deleita en él y a través de él desea conceder Su bendición sobre vosotros”. De la misma manera, Juan Calvino, en su Comentario a Lucas 10:38 dice: “Es un error el afirmar que aquellos que huyen de los asuntos del mundo y se dedican a la contemplación están llevando una vida angélica… sabemos que los hombres fueron creados para ocuparse con el trabajo y que ningún sacrificio agrada más a Dios que el que cada uno se ocupe de su vocación y estudios para vivir bien y a favor del bien común.” (2)
Nuestra perspectiva de la vocación cambia cuando tomamos en cuenta las palabras de los reformadores. Dios puede llamar a un médico cristiano para que le sirva a través de su vocación, es más, su vocación es, en sí misma, una forma de servirle: cuando ese médico cristiano realiza sus investigaciones, cuando hace su trabajo con pasión, cuando realiza innovaciones en su área, está sirviendo y glorificando a Dios. Un carpintero cristiano le sirve a Dios a través de su vocación, y no me refiero simplemente a que se dedique a realizar púlpitos o cruces de madera, me refiero a su vocación en sí misma: haciendo bellos muebles, excelentes mesas, realizando reparaciones perdurables y de alta calidad, ofreciendo un buen servicio, etc. Servir a Dios no es privilegio de unos cuantos hombres ungidos; el cristiano está llamado a servir a Dios en el mundo y esto lo hace a través de su vocación. Una de las formas en que Dios extiende su reino en la tierra es a través de las manos de sus hijos, a través de la labor de sus hijos, sean estas simples o complejas, religiosas o seculares. Él usa al médico, a la ingeniera, al mecánico, al misionero, a la ama de casa, a la lingüista, al profesor, al artista, al comerciante, al pastor, a la mesera, al líder de alabanza, al empresario, al chofer, etc. etc. Y así, su influencia y su sabiduría se extienden a todas las áreas y esferas de la sociedad.
Ahora, creo que todo esto está enmarcado en la condición de que nos guste, nos agrade, o por lo menos que no nos desagrade, lo que hacemos. Una apología, o un elogio a la vocación y al trabajo, cuando este nos desagrada, aunque “adecuada”, resulta siempre un poco grotesca. Cuando no nos gusta lo que hacemos tenemos que tener una conversación con nosotros mismos y con Dios. Aun así, los reformadores no enseñaban una simple apología al trabajo, sino una visión trascendente de este.
Creo que es increíble pensar que Dios está actuando en medio de nuestro trabajo, que Él está en medio de las obras más austeras; que Él se está moviendo en el estrés del profesor, en la disciplina de la secretaria, en los desafíos del misionero, en los desvelos del artista, en el estudio del pastor, etc. Dios se mueve en medio de las trivialidades y de las cosas importantes del día a día y, si estamos convencidos de que Él nos ha llamado a lo que hacemos, creemos que todas esas cosas, sencillas o complejas, son para su gloria.
En definitiva, si para servir a Dios estás esperando a que te llame a una tribu perdida en África o a predicar en tu iglesia, pregúntate mejor a qué te ha llamado hoy, pregúntate “¿qué tienes en tu mano?”, como Él se lo preguntó a Moisés, tal vez servir a Dios esté más cerca de lo que crees.
Por: Juan Sebastián Ruiz García
Citas:
- Alister E. McGrath. (2012) Reformation Thought (Cuarta Edición) Blackwell Publishers Ltd
- Cesar Vidal. (2017). El legado de la Reforma: Una herencia para el futuro (Tercera edición) Editorial JUCUM
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