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El odio no es el fuego. Tras ser consciente de mis propios discursos agresivos en redes sociales, he decidido abrir este blog. Tal vez las razones no sean suficiente ni logre borrar el daño de mis palabras, pero, acá comienza mi historia. Recuerden esta imagen.

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Perla Toro Castaño
perla.toro@gmail.com

El calendario era preciso en su propósito. Sábado 2 de abril del año 2016. Antes de mudarme de ciudad –entre Medellín y Bogotá– tenía un asunto pendiente: comprar un carro de juguete en el que pudiera entrar mi ahijado, Jacobo. Era como un carro de verdad pero pequeñito.

Con mi madre y con mi prima –y gracias a las recomendaciones de algunas amigas-, me dirigí al  ‘Palacio del Juguete’ en ese famoso lugar de Medellín donde las clases sociales parecen extinguirse y que se le conoce popularmente como El Hueco, en pleno Guayaco, o Guayaquil para quienes tienen menos años.

Al intentar cruzar Pichincha con la Oriental, una multitud me detuvo. Parecía un tumulto de hinchas de la Selección Colombia. Con camisetas y silbatos gritaban arengas. Pero no eran gritos de gol. Al color amarillo se le sumaban algunos otros distintivos. Collares de arepas –sí collares, porque los paisas somos así, montañeros– también sombreros aguadeños, carrieles y ponchos. Pero, uno en común era más importante que el resto: pancartas contra Juan Manuel Santos. Incluso, algunas estaban en contra de un tal ‘Juan Pa’ y de un tal ‘Juan Esteban Santos’.

Era la primera de dos marchas convocadas por el ‘Uribismo’ en contra del Presidente de Colombia. La segunda –en abril de 2017– se disfrazó con una consigna en contra de la corrupción.

Desesperada porque no iba a alcanzar a comprar el tan anhelado carro, entré al Centro Comercial Punto de la Oriental a “tomarme un juguito” y a mirar por la terraza. Mientras conversaba con mi mamá y con Cristina, mi prima, se me ocurrió la genial idea de tomar unas fotografías de la marcha.

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Esta fotografía es la protagonista de esta historia.

Lo hice. Y como no me bastaban las fotos y la indignación, abrí mi perfil de Facebook y las publiqué. El mensaje que las acompañaba decía que me sentía triste de haber nacido y vivir en una “cultura tan paraca, traqueta y asesina como era la paisa”.

La marcha pasó y con ella los ecos de las arengas se fueron desvaneciendo. Pude cruzar la frontera no tan invisible de la Oriental y dirigirme a ese pequeño barrio que parece chino; pero, que fue colonizado por gente del Santuario y de Marinilla que es ‘El Hueco’. Mientras tanto, mi celular vibraba al interior de mi mochila.

Varias personas, amigos y no tan amigos, me pedían respeto por las personas que estaban en la marcha. Obstinada, seguía en mi posición: “paracos, traquetos y asesinos”.

Sin reflexión alguna, seguí caminando.  A lo lejos  un señor, calvo, con la nariz grande y una camiseta de la Selección Colombia, me gritaba: “¡Perlitaaaaaa Perlitaaaaa!”. Cerré mis ojos con esa delicadeza que lo hacemos los miopes para ver quién era y, con sorpresa, descubrí entra la multitud a ‘Pachito’, el papá de mi mejor amiga del colegio, una de las personas de quien guardo los recuerdos más hermosos de mi juventud.

  • ¡Pachito, qué alegría verlo!, le dije.
  • “Lo mismo Perlita”, me respondió.
  • ¿Usted qué?, le pregunté.
  • “Bien Perlita, acá saliendo de la marcha. Es que tenemos que protestar”.

No supe qué responderle y solamente sonreí. Si todavía recordaba algo más de mí, sabía que no íbamos a opinar lo mismo. Nos preguntamos por los queridos, los no tanto y los afectos. Nos despedimos, luego, con un fuerte abrazo.

Tras la conversación guardé silencio por varias cuadras más y mientras mis zapatos se arrastraban sentí algo de ese noble, pero despreciado estado que algunos suelen llamar arrepentimiento. “Pachito no es ni paraco ni asesino, ni paramilitar. Mucho menos traqueto. Tampoco mi familia y pues al final de cuentas estas fueron las montañas donde nací”, pensé.

Más tarde, pude comprar el famoso carro de juguete.

Detesto que la vida me aleccione; pero, ese día entendí que todo ese odio y esa violencia que yo tanto criticaba, que circulaba imparable en las redes sociales, también nacía de mí y de mis comportamientos. ¡Tarde! Sí, tal vez, pero nunca tanto como para no generar una reflexión.

Desde entonces estoy obsesionada con el discurso del odio en internet, las manifestaciones violentas, las burbujas de opiniones y otros comportamientos que han hecho que ese lugar prometedor y revolucionario que hace algunos años llamábamos ‘comunidad de lucha en redes sociales’ hoy no sea más lo que solía ser. Desde entonces estoy obsesionada con cada palabra que escribo en estas plataformas.

He sido parte de movimientos digitales en defensa de la vida, de la libertad y de la paz. Hoy, abro este blog para hablar, escribir y reflexionar sobre el no tan apreciado y conocido discurso del odio. Para incomodar en nombre de una reflexión que nos ayude a recobrar un escenario digital constructivo, un internet sin violencia donde nazca la más grande de las revoluciones: la paz. Un lugar para comprender que cuando nombramos, damos lugares en la historia.

¡Bienvenidos!

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