Todos los días deberíamos de preguntarnos, ¿a quién queremos darle voz?
La participación de las audiencias ha sido la cosa más parecida a un matrimonio, o a un monstruo de cuentos infantiles, que ha tenido que enfrentar el periodismo. Nos apasiona; pero, al mismo tiempo nos asusta. No queremos verla de frente; pero, hay algo morboso en esa conversación que nos lleva a meter las narices debajo de la cama para buscar una respuesta.
Tan apasionantes como peligrosa, la relación audiencias y periodistas, venida a la actualidad gracias a los poderes compresores de tiempo y espacio de internet, ha transformado como nunca antes la cotidianidad de este oficio que se suponía era para la gente y en algún momento eligió los oscuros caminos del poder.
Esta novedad, que todavía se exhibe como una promesa de futuro y que en la práctica ya tiene más de 20 años, ha dejado cargos nunca antes imaginados. Haciendo del periodismo un conocimiento transversal, las tradicionales salas de redacción han tenido que acostumbrarse a convivir con programadores, maquetadores, curadores de contenido, abogados, bibliotecólogos, editores de audiencias y administradores de redes sociales, solo por contar un par de ejemplos.
Pero… ¿podemos hablar de un matrimonio feliz? Como si se tratara de un par de amantes inmaduros, la relación entre el periodismo y las audiencias aún carece de reglas. Es candente, apasionada, visceral; pero, todavía no está clara. En un lado del ring se asume que hay que darle gusto a las audiencias en todo lo que piden; pero, el periodismo debería conservar su obligante misión de resultar incómodo. Del otro lado están aquellos que consideran que las audiencias son solo una parte y equiparan la relación de servicio y colaboración con la publicación de una fotografía con 140 caracteres en un espacio frío y lánguido de un periódico impreso o en la última esquina de la pantalla de televisión. Podrían seguir las metáforas.
En la mitad, agonizante de creatividad y lleno de preguntas, está el oficio. Mientras espera una respuesta de sus ‘hacedores’ (porque esto hace mucho tiempo dejó de ser una profesión) se confunden entre miles de amantes. Dignas del deseo, porque todos hemos caído en la tentación de la infidelidad, bailan las métricas, los sistemas de monitoreo que indican el tema más leído, los videos virales y los altos números que presumen seguimiento o credibilidad.
Es en este momento donde la fidelidad vuelve a convertirse en la más indeseable de las religiones. El instante justo donde aparece la lealtad, a nosotros mismos y a la sociedad que nos convoca para defenderla. Pero, mientras asumimos la lealtad como una parte esencial de nuestra vida, nos dedicamos a ser infieles: replicamos videos virales sin verificar si son ciertos o no, emprendemos discursos en contra de los cambios que enfrenta esta noble pasión, defendemos políticos e intereses. Damos voces y ecos a discursos xenofóbicos, sexistas y de combate. Practicamos la infidelidad desde la reproducción de discursos de odio que deslegitiman y aprueban la discriminación y los estereotipos. Menospreciamos la moderación del diálogo, convirtiendo esta posibilidad en un amor imposible.
Estudios realizados por el Observatorio del Discurso de Odio en los Medios (España) señalaron recientemente que existen ocho formas en las que los medios de comunicación difundimos el discurso de odio el internet. Las intentaré resumir a mi manera.
- Permitir los insultos y las injurias a grupos religiosos. El estudio especifica el caso musulmán.
- Reproducción no crítica de discursos del odio por parte de políticos de extrema derecha. Se dedica una especial atención a casos como el de Marie le Pen.
- Deslegitimación de actores o acciones con las que los medios no pueden convivir. Un indiscutible rechazo a la diferencia.
- Ausencia de confirmación o confrontación de fuentes cuando se informa de prejuicios y estereotipos.
- Sobrexposición no justificada dentro de las historias del origen, el color de piel, la etnia, la cultura, el sexo o la religión en informaciones de abusos sexuales o terrorismo, por ejemplo.
- Uso de fotografías y videos que promueven el prejuicio y el estereotipo.
- Abundancia de artículos de opinión donde el “yo opino” termina convertido en un argumento más fuerte que el «yo sé”.
- Publicación de noticias que victimizan.
El estudio fue realizado por un grupo de periodistas que analizó ocho portales españoles, durante un mes con una muestra de más de 300 piezas informativas. El resultado afirma que todos, de alguna manera, contribuyen al discurso del odio, siendo el racismo y la xenofobia los problemas más recurrentes. Asimismo, expresa que solo un tercio de las noticias analizadas terminan siendo neutrales.
De la misma manera, sugiere que el discurso del odio se está convirtiendo en una especie de moda dentro del periodismo, la cual es justificada por los periodistas y los ciudadanos, un peligro que está calando de manera explícita y sutil dentro de las sociedades y que puede terminar “justificando” los crímenes de odio.
¿Qué podemos hacer como periodistas?
Basada en experiencias personales y en lecturas de estudios como el que refiere esta entrada, realizo este decálogo de recomendaciones que se basa, fundamentalmente, en el sentido común, ese mismo que termina convertido en el menos común de los sentidos.