Ahora que empezó a emitirse la telenovela “La Playita”, he visto cómo muchos Cachacos se quejan pidiendo “no más novelas de Costeños” y muchos Costeños también están indignados por lo caricaturesco y exagerado de los personajes.
De ahí que, con el mayor respeto y cariño por ambas culturas, y ahora que tengo argumento para compararlas, no me aguanté las ganas y lo hice. Y aclaro que mi base no es esa telenovela actual, ni la que causó sensación hace unos años (La costeña y el cachaco). No, mi base es mi percepción, lo que he vivido en ambas regiones (porque además de tener varios amigos costeños, he estado viviendo por la costa caribe últimamente).
Pero como soy del interior, me auto clasifiqué como cachaco y por eso cuando se lea “nosotros”, me estaré refiriendo a ese grupo; y “ellos” serán los costeños. Tengo clarísimo, eso sí, que en todos los casos hay excepciones; que no todos los costeños ni todos los cachacos actúan 100% de la manera que se describirá y por ende no pretendo estereotipar.
Entonces, más que un artículo, esto es como una lista. De lo más superficial que podrá leer en esta columna, por pura diversión y sin ánimo de burla o de crítica en ninguno de los dos casos. Eche, cójanla suave.
Lo primero que hay que decir es que aunque “cachaco” es un término muy para bogotanos, para los costeños cualquier persona del interior puede ser un cachaco. Así mismo, para nosotros cualquier persona que viva de la mitad del mapa para arriba es costeño; aunque viva en un lugar sin costa.
Empecemos por las diferencias en el lenguaje. Para nosotros, los cachacos, un mocho es una persona a la que le falta una mano o una pierna (es la forma cariñosa de decirle); para los costeños es un pantalón corto (lo que nosotros llamamos pantaloneta o bermuda).
La gaseosa que conocemos como naranja, para ellos es naranjada y a las demás gaseosas les dicen fresco, o refresco.
Lo que conocemos como ventilador, para los costeños es un abanico; las sandalias para ellos son chanclas y las chanclas también.
Al amasijo de maíz que conocemos como envuelto ellos le dicen bollo; pero si una mujer es muy atractiva, también le dicen así (y si es exageradamente atractiva no es un bollo sino un bollito). En el interior también algunas personas le dicen bollo al envuelto; pero es una palabra más usada para referirse al excremento en las calles. Y la mujer atractiva para el cachaco es una hembra, una mamasita o un churro.
Cuando el arroz se pega al fondo de la olla, nosotros lo llamamos “la pega o el pegao”; ellos le dicen “cucayo”
Para nosotros “primo” es el hijo de una tía; para ellos todo el mundo es primo (solo hombres, no he oído que a una mujer le digan prima). Los Cachacos en cambio usamos más el “hermano”, “vecino”, “parce”, “amigo”, “mrika” o “guón”. Todo depende de la situación y un poco de las jergas por estrato.
Para los hombres del interior “mi amor o mi vida” se le dice a la pareja o a los hijos. Para los hombres costeños es una forma natural de dirigirse a todas las mujeres.
Cuando nosotros queremos expresar asombro en una conversación, decimos cosas como “¿¡En serio!? ¿¡De verdad!?”; ellos dicen “no jodaaaaaaaa” Sí, así con la “a” alargada y cantada.
Para nosotros una limonadita de mango es simplemente una expresión sarcástica; pero en la costa se consigue (y también de coco, y son deliciosas).
El costeño puede decir que “se pegó tremenda ronera” aunque solo se haya tomado un par de tragos (y no necesariamente de ron; pueden ser hasta dos cervezas); el cachaco en cambio, puede decir que “se tomó unos traguitos” aunque se haya tomado 10 litros de aguardiente (o de lo que sea).
Los cachacos nos casamos o “nos vamos a vivir juntos”. En la costa el hombre “saca a vivir” a la mujer.
Para nosotros bacilar es algo bacteriano; basilar es una parte del cuerpo y vacilar es sinónimo de dudar o titubear. Para ellos (no importa cómo se escriba) es tener una relación sin compromiso, de un ratico (lo que para nosotros es darse besos, ser amigos con derechos, u ochenteramente se llama “rumbearse”; o caleñamente “gozarse”).
Para nosotros “chiquito” es sinónimo de pequeño o pequeñito. Para ellos es lo que los cachacos denominamos trasero, cola o más vulgarmente crepúsculo sin el crepus.
Para nosotros una viuda es la esposa de un señor que se murió. En la costa es un pescado preparado en hoja de plátano (delicioso).
Al trabajo los costeños le dicen “Chapa”; y lo que para nosotros es “pedir un aventón”; o de manera más ilógicamente agringada “ir de auto stop”, ellos le dicen pedir el chance.
Al ser estudiantes, los cachacos decimos que vemos, recibimos o tomamos clases; los costeños “dan clases”. La primera vez que escuché a una amiga costeña diciéndome “voy a dar clase de metodología”, con toda mi inocencia cachaca le dije ¿eres profesora?
Así como en el lenguaje, también en actitudes he encontrado varias diferencias. Por ejemplo, nosotros nos complicamos la vida buscándole argumento a todo, para los costeños muchas de las cosas ocurren simplemente “poque ajá”
Los costeños hablan chuzando a la otra persona con los dedos, palmoteando el brazo y golpeando la mesa (debo confesar que para mí no ha sido fácil acostumbrarme y al principio hasta me molestaba, pero ya entendí que no solo no es una falta de respeto, y que por el contrario, es una expresión de cariño y confianza).
Ellos hablan fuerte y rápido, tienen la música a alto volumen casi siempre (en la casa, en el bus, en el carro, en la calle) y pitan unas 10 veces por cada cuadra recorrida; lo que les ha dado la fama de bullosos. Nosotros también hablamos fuerte pero no tan rápido y más concretos; lo que nos ha dado fama de antipáticos o fríos.
Entre costeños hay una especie de subcultura que denominan “corronchos”; que si no me equivoco vienen siendo el equivalente de lo que en el interior se conoce como “ñeros”. En ambos casos es una calificación negativa y discriminativa.
Para bajarnos de un bus urbano nosotros timbramos o decimos “por acá por favor”; ellos dicen “la parada”
Lo más irónico de este asunto es que los costeños se quejan del clima de la nevera y a veces de la frialdad de la gente, pero muchos vienen a vivir al interior, y los cachacos nos quejamos del calor infernal y el bullicio de la costa, pero cada vez que podemos nos vamos para allá.