Millones de ciudadanos alrededor del mundo utilizan el ejercicio como antídoto para contrarrestar el estrés y la malnutrición producto de arduas jornadas de trabajo.  Quienes salen a caminar,  optan por encontrar en el más primario de los ejercicios el sosiego natural de realizar una actividad física elemental y respirar aire puro. Los que se animan a trotar,  se arman de todo tipo de dispositivos con audífonos que dependiendo del ritmo les permite desde flotar al tempo de la música hasta encontrar la inyección de adrenalina final para alcanzar la meta. Los más avezados competidores, con aplicaciones en el celular, relojes de última generación o chips camuflados en los zapatos tennis, van llevando las estadísticas de todas las marcas alcanzadas con el rigor de un historiador de beisbol.

Poniendo a prueba sus niveles físicos se encontraban cientos de víctimas inocentes de los atentados de Boston cuando los halló la violencia un lunes negro. Circunstancia que exacerba la indignación que se siente cuando en un espacio tan sano como lo es una competencia deportiva irrumpe con estupor un ataque terrorista.

Aunque algunos anestesiados por la avalancha de tragedias locales arguyen que la reacción de Estados Unidos en estos casos puede ser desmesurada o condenan la inconveniencia del despliegue mediático que nocivamente se transfigura en propaganda hacia los victimarios, lo que llama la atención en este caso es el papel que jugaron los testigos en la búsqueda de los responsables. Pues si bien desde las épocas del lejano oeste con los carteles de Se Busca se exhorta a los ciudadanos a colaborar con las autoridades, como nunca antes la información contenida en las cámaras que portaban los ciudadanos se convirtieron al instante del siniestro en piezas determinantes para resolver el crimen. El FBI abrió un canal oficial para recibir y analizar toda esta información desatando para algunos una cacería de brujas pero provocando sin duda una euforia en las redes sociales donde se esbozaron toda serie de teorías conspirativas y se aportaron toda serie de videos e imágenes de los presuntos sospechosos. La colaboración de la ciudadanía en este caso resultó exitosa y nos deja sobre la mesa el debate sobre la conveniencia de legitimar estas fuentes adonde los más diversos criterios de nuestra fauna se propagan a borbotones.

En 1791 el filósofo Jeremy Bentham diseñó un centro penitenciario imaginario al que llamó El Panóptico que permitía observar a todos los prisioneros sin que estos pudieran saber si estaban siendo vigilados o no. En el siglo XX Michel Foucault profundizó en estos conceptos de vigilancia y seguridad del Estado a partir de este arquetipo, ampliando la noción a un Estado que mantiene vigilado a sus paranoicos ciudadanos al mejor estilo del Big Brother de George Orwell o del célebre reality de televisión El Gran Hermano.

Los testigos de los atentados terroristas de Boston, sin más armas que sus teléfonos celulares, se encontraron de repente con la responsabilidad de la carga de la prueba sobre sus espaldas.  Aparentemente el hermano menor ha reaccionado y goza de la anuencia de su hermano mayor. El nuevo panóptico nos plantea un modelo de poder compartido con los ciudadanos de vigilar y ser vigilados.

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